jueves, 15 de julio de 2010

Corazón Azul y Blanco

12 de Julio de 2009 La Plata
Esa mañana Luciano se levanto temprano. No era una mañana más, ni un día más. Ese día podía ser tanto uno de los más felices y gloriosos de su vida como uno de los más tristes. La angustia le consumía el pecho y se lo cerraba al punto de no poder tragar mas que un poco de un té que se había enfriado de tanto revolverlo con la cuchara. En su mente se dibujaban momentos totalmente contradictorios algunos lo hacían sonreír otros le hacían caer un par de lágrimas; y cambiaba de un estado a otro en cuestión de segundos.
Su mamá le preguntaba “¿Qué te pasa Lucho?” pero él no contestaba, quería hacerlo, pero no le salían las palabras. Para colmo las horas no pasaban, cada minuto se hacía eterno y la ansiedad cada vez lo consumía mas. Un rato mas tarde se levantó el padre, nervioso igual que Lucho pero un poco mas relajado. Puso la pava, preparo el mate, sacó los anteojos, se sentó y abrió el diario directamente en la sección deportiva. “ESTA TARDE CUESTE LO QUE CUESTE” rezaban los títulos, Lucho no quería ni mirarlo, intentaba abstraerse de esa realidad tan dura que tenía que vivir, intentaba apurar al tiempo para que el momento llegase cuanto antes, por más duro que fuera, cuanto antes, mejor.
Llegó la hora de salida a la cancha, el reloj marcaba las 11:30 de la mañana, el partido era a las 14. Todavía faltaba una eternidad, pero igual mejor en el templo, preferible vivir la angustia, la ansiedad y la ilusión ahí, en NUESTRA casa. Al entrar a la cancha se veían muchísimas caras parecidas a la de Lucho todas mostraban esperanza, angustia, preocupación, ansiedad, muchos sentimientos reflejados en un solo rostro. En cada rostro de cada tripero que entraba a su templo para vivir esa batalla en carne propia.
La hora se acercaba y el estadio cada vez se mostraba mas lleno. Las charlas en general eran optimistas, pero todos sabían que era muy difícil. Lucho seguía sin hablar estaba sentado en el último escalón de arriba de la tribuna del bosque sobre el costado derecho casi llegando a la ochava, con su pullóver colgado en el paravalanchas. El puño del pullóver le acariciaba la cabeza por el viento, como haciéndole un guiño, diciéndole que se levante, que todavía faltaba mucho, todavía se podía.
Faltaba media hora para que empiece el partido. Lucho se levanto y siguió a la multitud “HOY HAY QUE GANAR BASURERO, HOY HAY QUE GANAR”. Y no sólo había que hacerlo, sino que por tres goles. Había que conseguir una diferencia que no se podía lograr hace mucho tiempo, para mantener la categoría. Cuando Lucho cantaba y pensaba en eso parecía que los escalones desaparecían, que el abismo se lo comía.
Salió Gimnasia a la cancha y el estadio explotó. Al igual que el corazón de Lucho “PORQUE TE ALIENTA TODA LA 22” clásico grito de la salida del equipo y a Lucho se le cayeron sus primeras lágrimas. El partido empezó y con cada jugada que pasaba el corazón de Lucho parecía pararse. El alma le daba vueltas por la cabeza tenía un quilombo indescriptible dentro de su cuerpo lleno de sensaciones encontradas que no podía terminar de descifrar. El tiempo ahora pasaba a pasos agigantados, los minutos parecían segundos, se esfumaban tan rápido que en un abrir y cerrar de ojos había terminado el primer tiempo.
El descanso encontró a Lucho otra vez sentado en el mismo tablón con la cabeza gacha pensando qué podía pasar y qué no. La cabeza le daba vueltas, pero había un sentimiento que le ganaba a todas las otras sensaciones que se encontraban dentro de el. Si había que morir lo iba a hacer de pie. Como buen tripero que NUNCA ABANDONA, como buen tripero que alienta EN LAS MALAS MUCHO MAS. Lucho se levanto y pronuncio fuerte el clásico “DALE LOBO, DALE LO…” ese que tanto contagia, que tanto infla el pecho, que tanto hace poner la piel de pollo (porque para gallina esta river). Y así fue, contagió. El estadio se puso de pie y estallo en ese mismo grito común. “DALE LOBO DALE LO…” que tenia un único mensaje “SE PUEDE”.
Arranco el segundo tiempo y los minutos cada vez pasaban más rápido. Las jugadas de peligro se esfumaban y las lágrimas de los hinchas parecían inundar el estadio. Hasta que llego el gol de Alonso. Iban 29 minutos, faltaban 2 goles más. Estaba más que difícil pero no imposible. Algunos corajudos comenzaron con el “VAMOS LOBO VAMOS, PONGA HUEVO QUE GANAMOS”. Otros como Lucho prefirieron el silencio, puño apretado para festejar el gol pero todavía faltaban 2 mas y no había tanto tiempo.
Los minutos corrían ahora todavía mas rápido, el cronometro marcaba 40. “Ya esta, no nos salva ni Copperfield” –pensaba Lucho-. Se le cruzaban por la mente las camisetas de Unión de Santa Fe, de Aldosivi, entre otras de equipos de otra categoría que hacia más de 20 años que no jugaban frente al lobo. Parecía imposible. Pero era así. El abismo estaba cada vez mas cerca.
Minuto 44. Aued llega a tres cuartos de cancha y practica un centro que pasa por encima de toda la defensa de Rafaela y todos los delanteros del lobo, pero por atrás aparece el que nadie tenia en cuenta, Franco Niell y de cabeza la manda adentro. Esta vez el corazón parecía estallarle “GOOOOOOOOOOOOLLLLLL”. El estadio estallo en un grito que se confundía con los ahogados llantos. Faltaba 1 minuto, más los 6 que había adicionado el árbitro. Lucho no sabia que hacer, las lagrimas se confundían con la esperanza, y la historia hacia eco en su conciencia y en su corazón “¿Otra vez nos vas a dejar en la puerta Dios?” –se preguntaba-.
Y paso lo que ningún tripero esperaba. 47 minutos, la toma Cuevas en el vértice del área esquiva un defensor y mete el centro, calcado al anterior de Aued y por atrás, otra vez Niell, otra vez de cabeza, ponía el tercero. Lucho se agarro el corazón con la mano y vio sin sorprenderse que no era rojo, era azul y blanco y se lo puso de nuevo en el pecho para poder gritarlo. “GOOOOOOOOOOOOLLLLLLLLL”. Otra vez el llanto invadió las tribunas pero esta vez era llanto de felicidad, de alegría, de emoción, de esperanza, de ilusiones renovadas que nacían en Lucho y en todo el pueblo tripero.

Jorge Hernán Martínez. La Plata.-

martes, 25 de mayo de 2010

Los deseos de René

La mano venía complicada sabés… Después de lo del jueves allá en Rafaela, tres goles abajo. Nadie me saca de la cabeza que el “Barba” tenía algo que ver en eso, seguro nos puso a prueba. Porque fijate que el 9, que ni tenía pinta de jugador de fútbol hizo los tres goles, ¡tres pepas papá! No se puede creer, es medio raro. Son señales, a veces no las vemos, o mejor dicho, no las queremos ver. Charlando con él en alguna oportunidad, le conté de la esencia de la hinchada tripera, de nuestra incondicionalidad. Me dice el “Barba”: René, todos los hinchas de todos los clubes hablan lo mismo de sus hinchadas, ahora resulta que nadie putea, que son todos unos señoritos ingleses. Entonces nos llevó al límite, para ver como reaccionábamos.

Igual la bancamos, la gente se fue masticando bronca, pero apretamos los dientes y aguantamos. Al día siguiente, viernes, una multitud hizo la cola para llevarse las entradas para la revancha del domingo, con esperanzas renovadas. Ahí le dije al “Barba”: viste, mirá a los hinchas con toda la fe, y se quedó observando…

Llegó el domingo, y se llenó la cancha con toda la ilusión de dar vuelta el resultado y zafar. Ya estábamos un poco mejor, habíamos asimilado el golpe. Y los comentarios: hay que hacer un gol antes de los quince minutos, y ahí los comemos crudos… Claro, estamos tres goles arriba de Rafaela seguro… Con el correr de los minutos aparecieron las dudas, pasaba el tiempo y la pelota no entraba, y termina el primer tiempo cero a cero.

Comienza la última mitad y no te digo que no había murmullos, pero la gente había decidido enfrentar la adversidad con dignidad, como fue siempre. No hubo cánticos amenazantes ni puteadas generalizadas, en esos momentos aparece el “Barba” y me dice: tenés razón, me gusta esa entereza colectiva, y ahí aproveché para recordarle que hoy domingo 12 de julio es mi cumpleaños, y que tengo tres deseos para pedirle… No me digas nada René –interrumpe- querés tres goles.

Veintipico del segundo tiempo, casi treinta, mientras dialogábamos y ¡gol del Lobo! ¡El uruguayo Alonso querido! Renació la fe en nuestra parcialidad aunque quedaba poco tiempo. Minuto 40 y el árbitro lo echa al “Pampa” Sosa por un codazo… Era el golpe de gracia, con dos jugadores menos y llegaba el final, ya era imposible. Veíamos con resignación como se nos escapaba el partido. En eso veo que el “Barba” llama a un ángel, tripero era porque tenía una franja azul en medio de su atuendo blanco impecable, y lo manda a dar una mano al mismo campo de juego. Eligió entrar en el cuerpo de un jugador que había ingresado hacía unos minutos y que tenía el número 22 en la espalda, seguro lo prefirió por eso, era Franco Niell.

La cuestión es que en el minuto 44 comenzó el milagro, centro pasado y ¡gol de Niell de cabeza! ¡Segundo del Lobo! Ahora estábamos a un paso, el Estadio estaba en vilo… Niell volvió al centro del campo, se arrodilló y se encomendó a la Virgen, quedaba hacer otro gol en dos o tres minutos. Vuelve Gimnasia a la carga, otro centro pasado, y lo vi como en cámara lenta, el ángel dentro de Niell despliega sus alas diáfanas y vuela en forma de palomita para cabecear la pelota y cruzarla al segundo palo y ¡¡¡goooool de Gimnasiaaa!!! Desde acá arriba lo pudimos ver… Abajo no creo que hayan advertido al ser alado.

A partir de ese momento se desató una alegría generalizada que no es fácil describir pero fue apoteótico. Las lágrimas que ya empezaban a correr por las mejillas se transformaron en fiesta. La gente se emocionó por la hazaña del equipo, esa misma gente que había presenciado el partido con estoicismo, y con la dignidad de soportar el posible descenso a un paso del final. Y nuevamente las señales, en tiempo de descuento Gimnasia lo dio vuelta, con nueve hombres, dos goles en dos minutos, ambos de cabeza por el mismo jugador… ¡el más petiso de los veintidós jugadores! Más claro imposible, se notaba la mano de Dios. Te digo más, inexplicablemente el héroe de esa tarde, Franco Niell no siguió en el club para la siguiente temporada, se fue a jugar a Ecuador creo. ¿Fue para no tener que explicar lo de las alas, si es que alguien se dio cuenta?

Y te hago otra pregunta: ¿alguien no cree en los deseos de cumpleaños? Sigamos deseando Triperos, que vale la pena.

* René Favaloro (1923-2000), el 12 de julio de 2009 hubiera cumplido 86 años.


Diego Sambrana. La Plata.-

martes, 18 de mayo de 2010

El enano mas grande

No voy a dar muchos detalles del partido de visitante porque ningún tripero querría escucharlos, pero yo estaba en un cumpleaños escuchándolo por la radio. Cada gol del local era como si te dieran un tiro en la frente, lo peor. Terminó el partido, Gimnasia 0 – Atlético Rafaela 3; hasta que terminó el cumpleaños me comí la gastada de todos mis amigos diciéndome que nos íbamos a la “B”, ya no los aguantaba, pero como son mis amigos les perdono todo. Nos fuimos del cumpleaños, me tomé el micro y me volví a mi casa, llegué y parecía que estaba en un velorio. A los 5 minutos lo vi a mi viejo y empezamos a hablar del partido. Luego de un rato de charla le empecé a decir que teníamos que ir a la cancha a alentar al Lobo, el me decía que no quería ver a Gimnasia descendiendo, y yo lo seguía molestando con que me lleve a la cancha. El día antes del partido, mi viejo se levantó de buen humor, y cuando le repetí por milésima vez que había que ir a la cancha, me dijo: “bueno, después de comer vamos a sacar las entradas “; dicho y hecho, terminamos de comer y salimos para el Bosque a sacar las generales. Fuimos, hicimos la cola y las sacamos, ya teníamos las entradas y las guardé como si fueran oro.

A la mañana siguiente, el 12 de julio del 2009, me levanté, y lo primero que miré fue si las entradas estaban en su lugar. Estaban, las agarré y no las solté durante todo el día. Se hizo la hora del partido, nos preparamos y salimos para 60 y 118. Llegamos, bajamos del auto en la esquina del zoológico y empezamos la tradicional caminata de ahí hasta el monumento escuchando cada vez más fuerte los bombos que sonaban y a la gente cantando: “hoy le cuento al amargo, lo que es tener sentimiento…”. Mientras nos acercábamos al estadio, pasamos por la parrilla que hay en el camino.

Entramos del lado de la 60, ya que a mi viejo no le gusta ir del otro lado, pero bueno, no importaba eso, lo que importaba era ver a Gimnasia donde sea y como sea.

El estadio estaba repleto de gente, todos esperando la salida del equipo tripero, con los característicos globos (bolsas azules y blancos/as), como ya es costumbre en el Juan C. Zerillo. Cuando salió Gimnasia el estadio estalló en gritos, los globos volaron formando una bandera azul y blanca en el aire, también se desplegó la gran bandera en la tribuna que esta sobre la calle 60.

No aguantaba más, quería que empiece el partido, los nervios me estaban matando y se escuchó el pitazo del árbitro dando comienzo al juego .

Pasaba el tiempo y Gimnasia no llegaba al arco de la crema, tampoco Rafaela llegaba al arco tripero. Así terminó el primer tiempo, 0 a 0 y sin situaciones claras para ninguno de los dos equipos.

Los equipos se van al descanso, y vuelven con todas las ganas de ganar ese partido manteniendo a su amado Lobo en primera. Comienzan los 45 minutos finales del partido, pasaban los minutos y la gente se impacientaba, pero dejando la vida en los tablones (en mi caso , y creo que en el de muchos mas, además de la vida deje la voz, ya que a los pocos minutos de juego no tenia mas voz), alentando los 90 minutos sin parar. El partido se jugaba en la cancha del visitante. Leo Carol comenzó a meter mano en el equipo, sacando a los defensores y metiendo mas delanteros, dejando a Ariel Agüero como único defensor, ya que Rafaela se había tirado atrás, y mandando a todos los demás arriba a buscar el gol por medio de centros. Luli Aued y Juan Cuevas no paraban de desbordar y tirar centros, pero ninguno de estos terminaba en gol. Hasta que un centro del recién ingresado Roberto Sosa, complica al arquero visitante que hace cualquier cosa y le deja la pelota en los pies al tornado Diego Alonso metiendo el primer gol del partido. A los 36 minutos aproximadamente Gimnasia ganaba 1 a 0 y necesitaba un milagro para ganar el partido. El Lobo seguía intentando por arriba y no podía concretar, hasta que a los 45 o 46 minutos del segundo tiempo, Juan Cuevas tiró un centro pasado, y por detrás de todos los jugadores que había en el área llegó el enano Franco Niell, que también había ingresado en el segundo tiempo. En la tribuna nos moríamos, los más viejos empezaban a bajar y perfilarse para la puerta, porque no querían sufrir más. No me voy a olvidar más cuando un viejo pasó por al lado mío y dijo: “ya está, que lo terminen acá porque me muero de un infarto” y siguió su camino para hacia la puerta. El partido siguió con Gimnasia ganado por dos y bombardeando el área visitante, el partido se terminaba y Gimnasia se iba al descenso. La anteúltima jugada del partido, vi que Cuevas agarró la pelota y encaró para tirar un centro, como salieron a marcarlo enganchó para el medio, se perfiló para su pierna izquierda y sacó un centro pasado. Me quedé duro, como todo el estadio lo hizo, tanto locales como visitantes, tanto hinchas como dirigentes, todas las personas que estaban mirando ese partido se quedaron duros y callados esperando para ver en que terminaba ese centro. Y cuando parecía que la pelota se iba afuera vimos que por detrás de todos, como en el segundo gol aparecía el enano Niell metiendo una palomita sagrada que mandó al segundo palo del arquero. El estadio vibró de una manera impresionante, todos gritamos ese gol, no tarde ni diez segundos en largar un llanto, fue instantáneo al gol, se armó una avalancha encima de mí, todos caímos llorando y gritando ese gol que tanto esperábamos. Tirados en el suelo me abrasé a un flaco que estuvo atrás mío durante todo el partido, los dos llorando y gritando. Después de un rato encontré a mi viejo entre todo ese festejo, y nos abrazamos diciendo, “que mas le podemos pedir a Gimnasia?” , y cuando miré para el campo de juego vi a todo el banco de suplentes festejando adentro de la cancha y a los jugadores de Rafaela tirados en el suelo muertos por la desilusión por haber desperdiciado la chance de ascender a la primera división del fútbol argentino. Y después miré a la gente de Atlético y les dediqué un gran repertorio de insultos, descargándome toda la bronca. El partido se reanudó, Rafaela salió con todo, llegaron al área de Gimnasia y un jugador tripero hace una falta en la puerta del área. No se quien hizo la falta ni como fue, porque no llegué a ver nada desde donde estaba, creo que fue el momento mas sufrido de mi vida, fueron unos pocos segundos que se hicieron eternos. Se ejecutó el tiro libre y no vi bien que pasó, pero vi cuando la pelota se fue afuera y me alivié, el arbitro pitó el final del partido y el Bosque era puro festejo por parte del local y toda tristeza por parte del visitante. Apenas terminó el partido bajamos la bandera y seguimos cantando como lo hicimos todo el partido. Luego del grande festejo de los jugadores y cuerpo técnico, se vino el “ haka “, el baile neocelandés, pero protagonizado por los jugadores triperos, y encabezado por el “Tornado” Alonso, pero no lo vi bien porque los hicieron mirando para la tribuna que da al Bosque. Y luego los jugadores vinieron para nuestro lado, festejando todos juntos la gran victoria. Después los jugadores se fueron a los vestuarios y abrieron las puertas del Estadio tripero que estaban abiertas hace rato pero nadie se quería ir. Cuando salimos cantando “hay que vergüenza lo que me entere estudiantes que a esa hinchada la maneja un vigilante…” ahí nos encontramos con familiares y nos quedamos un ratito. Mientras esperábamos a un amigo de mi viejo que estaba con nosotros y habíamos perdido en el festejo del tercer gol, cuando lo encontramos nos sacamos una foto en el monumento con la filial marplatense “Lobos de Mar”, y después arrancamos para 7 y 50. Cuando llegamos estaba lleno de gente era una fiesta, todos cantando y alentando, y en un momento se vio que subido a los hombros de otro tipo estaba el “Pampa”, que vino a festejar como lo que es, un hincha enfermo por Gimnasia .

Cuando ya no quedaba nada de gente en 7 y 50, ya eran como las 12 de la noche nos tomamos el 307 y volvimos para Ensenada. Festejamos con mi vieja y mis hermanitos que no fueron a la cancha pero lo vieron y lo sufrieron más que todo por la televisión y después me fui a dormir de la mejor manera posible.

India y el sueño de las tres rosas

India sueña que pare margaritas… de su vientre se desprenden incansablemente tres margaritas azules y blancas. Se desprenden de su vientre con dolor, y en cada grito comprende el infinito… ve sus manos abiertas, las ve temblar, moverse, agitarse. Entiende entonces los nombres que duermen en la eternidad de las promesas…

India despierta -“¿Cuántas veces pensar en vos? ¿Cuántas veces se puede pensar en vos? Te lo dije, sos el amor de mi vida. ¿Y el dolor? me preguntas vos, sonrío con calma y te digo que te amo hasta sangrar, y que mi sangre se derramará sobre la tierra para hacerla fecunda”-.

India se retuerce entre las sábanas y su marido. -“Si ya te están velando y yo todavía te siento respirar. Y aun así -piensa India- tu muerte no será más que el sueño de los mediocres, que siempre te imaginan muerto, que juegan con tu muerte y con tus muertos. Te amo porque estoy hecha de lo mismo que vos… y que duela todo lo que tenga que doler”-.

India sabe que tiene el corazón en la mano y las tripas enredadas en la garganta. Y muere de dolor. Y quizás dentro de unos años le duela aun más. Pero no le importa, que duela todo lo que tenga que doler y que se deje de joder. Quiere festejar, quiere abrazar a su gente, y gritar casi sin voz, gritar que esta vez cambiamos la historia, contra todo pronóstico, contra todo periodismo mal intencionado, contra todo poder político, contra todo interés económico, contra toda maldición, contra todo brujo ricachón globalizado. Y la historia seguramente va a seguir cambiando, y no porque tenga que cambiar, sino porque vamos a arrebatar su curso, de guapos no mas…

India recuerda que soñó que paría tres margaritas azules y blancas, y en la inconsciencia del parto prohibido, imposible, soñó con el parto de un pueblo maltratado, un pueblo digno, con la humildad del que se siente importante con lo que tiene y no se arrodilla ante lo que perdió… entonces se pregunta ¿cuántas veces pensar en vos… cuántas veces se puede soportar pensar en vos? India piensa una vez más en su hinchada. Comprende en un segundo la felicidad infinita que posee dentro. Somos felices, esa es la diferencia, eso es lo que nos hace únicos, sabemos llorar, sabemos sufrir, sabemos de malos tratos, sabemos de injusticias y sin embargo, al final, seguimos siendo felices. Somos felices a través de nuestro club, esa es la diferencia, nunca nos detenemos a pensar en lo que perdemos, en lo que no se da, nunca miramos hacia atrás, somos testarudos como pocos. Y no se trata de optimismo, se trata de que realmente importe la cosa en sí, es decir, lo importante es ser tripero, lo demás es sólo una cuestión de convención para los idiotas que sólo saben mirarse la punta de la nariz. India entiende en un segundo la eternidad de arrancarse el corazón y sostenerlo fuerte en una mano, de tener las tripas atrapadas en la garganta para morir mil veces por vos y si es necesario morir mil veces más. Una hinchada que sin ponerse colorada, supo superar golpe tras golpe. ¿Y qué? ¿Vistes menos triperos en la cancha? ¿Viste menos camisetas del lobo por la ciudad? Y esto da envidia, a veces uno se pregunta por qué nos tienen tanto odio, no es odio, es envidia. Y sumida en estos pensamientos, India se va quedando sin piernas, porque ya las ha dejado en tal o cual partido, y se va quedando sin ojos, pues ya lo ha visto todo, sin boca, pues besó su bandera un millón de veces y todavía guarda un millón de besos más, se va quedando sin espalda, pues la llenó con cruces conocidas y se va quedando sin piel, pues todo lo ha dado en cada fecha, en cada cábala, personal o general, en cada pelota infiel. Sabiendo que pase lo que pase siempre y en todo momento uno es azul y blanco. Ha dejado todo, como todo tripero. Se ha quedado sin cuerpo, sólo le queda la promesa de un alma repleta de felicidad, le queda la promesa de un alma llena de abrazos ajenos, de emociones por venir. Y eso es suficiente.

India piensa en el amor de su vida, y en lo incondicional de un “en las buenas y en las malas mucho más”. Porque de eso se trató todo este campeonato, cuando nos iba peor, más se llenaba la cancha, pues cada uno de los hinchas sabía que había que dar todo, que había que sostener al equipo, y que un partido se gana desde dentro, pero mucho más se gana con lo que baja de las tribunas. Qué importaba quedarse sin aire, sin sangre, sin voz, sin piel. Ya la historia es conocida, nunca ganamos mucho y sin embargo somos unos de los equipos que más gente lleva, que más alienta y que más sufre, y si sufrir es parte de ser tripero, India sabe del placer de sufrir toda la vida, y lo que más sabe es que poco importa, porque cuando llega a la cancha y ve la gente y sale el equipo se le corta el aire, se le llenan los ojos de lagrimas y le vienen ganas de tener un hijo. Fantasea con llevarlo a la cancha, fantasea con su vientre hinchado, y sonríe, sabe que cuando ese día llegue pintará sobre su piel un escudo gigante que crecerá a medida que crezca su hijo, y apoyará sobre su vientre todas las bocas de su gente para que en susurros le vayan contando la emoción de una forma de vida.

–“¿Y si de verdad me voy?”- India lo mira de reojo, sonríe nuevamente, -“no me importa, mi amor por vos no va a cambiar, ni el mío, ni el de los miles que están en mis costados”. “Pero ¿y si de verdad me voy?”. “Voy a estar con vos como toda mi vida, yo y los miles que están en mis costados. Nos repondremos pronto, como siempre nos repusimos a todo, mordimos el polvo tantas veces…” “Estoy cada vez más viejo y vos aun me amas como el primer día”, “Mas viejo estás y más te amo” –India sonríe, tapándose las lagrimas- “Hemos recibido cada golpe que casi nos mata, pero para tristeza de muchos, casi nos mata, pero no nos mató, nosotros siempre resurgimos, siempre habrá una camiseta tripera mas allá de cualquier resultado. Siempre habrá triperos orgullosos de ser triperos. Y ahora dejame tranquila que me estoy poniendo linda para ir a verte…”-

India se prepara para ir al último partido, hace tres días que está prácticamente sin dormir, y en lo poco que duerme sueña con Gimnasia. Su marido la mira continuamente, y ella sabe su preocupación. Hace meses que India vive lobodependientemente. Su marido la mira con amor, sabe que esa mujer ama hasta límites dolorosos.

India espera en silencio, su marido tiene que traer la camioneta. Tiene las tripas apretadas, las manos dobladas de tanto estrujarse el corazón. Piensa en el sueño de las tres margaritas, hay algo que le da vuelta en la cabeza desde que se despertó, pero aun no puede decirlo. Sabe que Gimnasia la lleva hasta la locura…

-“¿pero si estoy confundida y no eran tres margaritas lo que parí en el sueño? ¿Y si eran tres rosas?”-.

India sube a la camioneta, el corazón se le sale por la garganta. Los otros miles que están en sus costados pasan tocando bocina, ve las banderas en alto. -“Te escucho respirar”-, se van acercando a la cancha, el ruido se hace más intenso, los otros miles gritan, cantan, se abrazan. -“no sólo te escucho respirar, te descubro sonriendo” “¿Y si eran tres rosas?”- Su marido la lleva de la mano. India sólo entiende de temblores, y de terremotos, lo demás sólo lo imagina. -“Te escucho respirar, estás latiendo en el corazón de tu gente, ese es tu secreto”- India lleva el presentimiento entre los dedos, está segura que no eran tres margaritas, sino tres rosas. -“Festejamos ser lo que somos y eso nos hace ser dignos y únicos. Los resultados son para los extraños, nosotros sólo sabemos de amor por la camiseta.”- India imagina sus ojos, y le susurra casi en secreto –“si esto no es amor, quedate tranquilo que el amor aun no se creó”-

Triperos y mas triperos gorros padres camperas hijos banderas virgencitas de colores nietos abuelos buzos corazones gritos fuegos artificiales papelitos amigos alegría crucifijos la esperanza es lo último que se pierde supersticiones camisetas nuevas camisetas viejas canciones cábalas rezos y en las malas mucho mas. Y No se necesita nada mas, los corazones se llevan en las manos, envueltos en cualquier trapo azul y blanco. India no puede parar de llorar, anoche ha soñado que paría a su pueblo. La cancha va a explotar, pues todos tienen el pecho hinchado de un Ginasia Ginasia. -“Te escucho respirar, vos también lo estas viendo”. “Tenemos el corazón en la mano, las tripas en la garganta y estamos locos…”- Todos festejan junto al monumento y a India le tiemblan cada vez más las piernas, y cada vez más nerviosa, y cada vez más emocionada.

-“Cuando pasen los años te contaré que cuando por fin entré a verte casi no podía respirar y casi no podía cantar, y pensé en mi viejo, en mis sobrinos, en los hijos de mis amigos, en mis amigos, y el nudo en la garganta era cada vez más grande. Voy a recostarme en tu silencio y voy a contarte que la semana anterior al 12 de julio casi muero de una neumonía, y que estuve internada, y cuando volaba de fiebre me contaron que pedía que me trajeran mi bandera y pedía que vos ganes. Volaba realmente de fiebre, pero era obvio, siempre había dicho que cuando muera me envolvieran en vos. Imaginate a mis viejos, a mi marido entendiendo que yo pensaba que me estaba muriendo, y casi muero y no tenia oxigeno en sangre, y casi no respiraba, y en lo único que pensaba era que el médico ni muerto me dejaba ir a la cancha a verte, ¿me entendes ahora? ¿Cómo no te voy a amar? Si sos el amor de mi vida, si estoy hecha de lo mismo que vos. Si mi destino es amarte”-

India sube los escalones de la tribuna de siempre, se apoya en el mismo paravalancha, e incomoda al destino, pues en ese mismo lugar su viejo la llevó a su primer partido. Los miles que están en sus costados cantan como si le tocara bailar con la más linda, es que la hinchada siente siempre que baila con la mas linda aunque no sea así, porque tiene la humildad del que sufre, del pobre, del que es pueblo, como así también tiene la dignidad de los que aman por amar, porque ese es su destino, tiene la dignidad del que sabe que lo único que permanecerá es la identidad de un pueblo que siempre tiene la garganta apretada y que no le importa, y que de Gimnasia se nace, se vive y se muere, que no importa nada mas que ser de Gimnasia, que la emoción de los colores sobrevive en las retinas, la dignidad de un pueblo que no cree en un destino mejor porque cuando se está entre triperos ya es lo mejor del destino. La dignidad de un pueblo que desarma desde sus entrañas mismas los conceptos elitistas, exitistas de un sistema salvaje que devora el amor por el amor mismo, un pueblo que no mide a su propio pueblo por lo ganado, porque sabe que lo que más vale en el pueblo es el pueblo mismo…

India sabe con el tiempo que estuvo bueno el milagro, se dio lo que se les daba a todos menos al basurero y también es verdad que le va a doler hasta el día que se muera, pero no importa, no importa nada que no sea el club, porque un club significa la suma de identidad, porque significa la pertenencia y porque la define. Porque un club es un lugar de encuentro, y de proyectos en común. Un club significa suma. Dentro de este sistema socioeconómico cruel y salvaje, un club es un idilio, es un reencuentro constante con un otro que identifico en la igualdad.

India y su sueño del parto imposible de las tres rosas, azules y blancas. Sabe que le va a doler y también sabe que fueron tres rosas las que parió en el sueño, y también sabe que la decisión está tomada, y si le va a doler, que duela todo lo que tenga que doler. Si cuando pasen los años lo que va a sostener a India es el abrazo de su amigo de la infancia diciendo, “valió la pena, valió la pena”, y recordar en el abrazo extendido que cuando eran chiquitos se cruzaron en la avenida 7 cuando el lobo ascendió, y estar en el mismo lugar después de más de 20 años, y saber que el hijo de su amigo y los que vendrán serán tan triperos como ellos y repetirán esta historia de amor incondicional. Que duela todo lo que tenga que doler… Y sí el amor es así. –“¿Ahora entendes cuánto te amo?”-

India entra a la cancha casi sin aire, sin poder hablar, ya no entra un sentimiento más, y la cancha se va llenando y los triperos cantan, festejan un partido que todavía no empezó, India piensa en su viejo y en su mejor herencia, el pecho le aprieta mas y mas, dolor que no cesa, y mira a su gente, faltan minutos para que empiece el partido, sabe que eran tres rosas las del sueño y sabe que es lo último que puede intentar. -“Todavía te escucho respirar, vos lo sabes mejor que yo”- Ya habían ido a Lujan, San Nicolás, velas 500 por partido, videntes dos, qué no se había intentado, cambios de ropa, cábalas 40 mil, cambiar de lugar los autos, decir tal frase antes del partido, promesas un millón y medio cada dos segundos, rezos, santos todos los que existen, y por las dudas aquellos que están por santificar, rosario media docena en cada mano. -”latís en las promesas de tu gente”- India sueña que pare rosas… de su vientre se desprenden tres rosas azules y blancas. Se desprenden de su vientre con dolor, y en cada grito comprende el infinito… ve sus manos abiertas, las ve temblar, moverse, agitarse. Entiende entonces los nombres que duermen en la eternidad de las promesas. Entiende entonces que en cada grito de gol descansan todos sus muertos, sus esperanzas y sus cruces.

India mira a sus amigos, a su marido -“me voy no me siento bien”- faltan 5 minutos para que empiece el partido, mira el cielo -“virgencita Rosa Mística, si tengo que hacer un sacrificio para que el lobo gane lo hago de corazón, y lo único que tengo para ofrecer es esto, aunque duela, si es necesario te ofrezco irme de la cancha y que el lobo gane”- India se va y cómo duele. Baja la tribuna con los ojos llenos de lágrimas, camina despacio, llega hasta los jardines, donde 30 años atrás había aprendido a nadar, respira hondo. Mira nuevamente al cielo -“es el mayor sacrificio que puedo ofrecer, los que me conocen saben que no hay cosa en el mundo que me pueda doler más, que cada tablón que baje son mil agujas debajo de mis uñas.”-

India escucha la entrada del equipo desde fuera, mientras arrastra las piernas y por las mejillas se deslizan lagrimas y se le frunce el corazón. Lleva el alma a la rastra y en lo único que piensa es que ya está, no tiene más para ofrecer, y el corazón se le frunce cada vez más, y su alma ya no quiere dar un paso, y llora como sólo se llora cuando algo duele realmente, en silencio, sabiendo que lo ha dado todo, como cada uno de los triperos y que no está sola. Y llega a su casa y se acuesta y no puede parar de llorar, sólo piensa en la virgencita, sus tres rosas y un milagro. Escucha el segundo tiempo por radio, porque se obliga a levantarse. Viene el primer gol y el corazón se acelera, viene el segundo y el corazón golpea duro en el pecho y viene el tercero y el corazón se le escapa, da una vuelta por el mundo y al rato vuelve, y no puede parar de llorar. Lo único que atina a decir es –“que duela todo lo que tenga que doler, y que se deje de joder, que quiero festejar, todo lo que no festejé en la cancha.”

En la madrugada del 12 de julio de 2009 soñé que paría tres rosas azules y blancas, soñé con lo imposible, soñé que de mi vientre salían tres rosas, soñé que arrebatamos el curso de la historia. Soñé que te amaba hasta el dolor… soñé con los miles que rodean mis costados, soñé con tablones repletos de esperanzas. Soñé con una cancha y sus promesas. Soñé con un pueblo digno y su grito de amor. Soñé con lo imposible…

¿Ahora entendes? Sos el amor de mi vida, un amor sin condiciones, ni categorías. Yo te escucho respirar a través de toda tu gente…Estoy hecha de lo mismo que vos, estoy hecha del calambre en la garganta por la pelota que no entra, estoy hecha del orgullo de triperear en la tribuna, estoy hecha del placer de no sentirme sola. Estoy hecha de la herencia de mis viejos, y la herencia que dejaré en mis nietos, estoy hecha del amor a la camiseta, estoy hecha del orgullo de ser simplemente una tripera… puedo pensar en vos toda la vida, pues te escucho respirar, estás latiendo en el corazón de toda tu gente…


María Florencia Massa. La Plata.-

Esperanza y dolor

Quiero empezar por el título y su por qué. Dolor, que llevo atado, desde siempre, desde que me sentaba, junto a mi papá, a escuchar los partidos del Lobo, frente a una spika. Siempre estábamos enjugando una lágrima. Y esa canción, que cantan los de enfrente, que nuestro padre se murió, sin verlo campeón, me pega donde más me duele. Aunque siempre, y desde siempre, ensayábamos el mismo ritual, la próxima vez, será!!! Y lo sigo practicando. Soy fuerte, y el amor, puede más. Digo, dolor y es en las tripas, que lo siento, porque? Me pregunto y he oído, por ahí, que Dios, no está con nosotros, sin desmerecer opinión alguna, creo que la culpa es de los hombres, que pensar en eso, es justificar, el mal accionar, del hombre.
Hinchada tenemos, la mejor, abnegada, fiel, equipos a lo largo de su historia, hemos sabido tener, que ha faltado? Dirigencias!!! a la altura de las circunstancias. Sin más.
Esperanzas, miles. Fui a todos los partidos del año, cuando perdimos con Rafaela le dije a mis hijos, a los que son del Lobo, yo acá no voy, sé que si nos vamos a la “B”, lo seguiré, como ya lo seguí, los años que estuvo allí, no me ha de modificar nada, pero ir al partido, no!!. Soy una militante del tablón, ignota, que deja en cada partido un poco el corazón, en suspenso. Y no me animé. Me fui a San Vicente, donde vive mi hija mayor, allí fuimos toda la familia, incluidos los hijos que son de los otros, innombrables. Mis hijas pusieron, el partido y yo me fui a caminar sola, he conjurado cada cosa, de risa, tiraba piedritas ,tres, con fuerza hacia delante, como si fueran los goles que tenía que hacer el querido Lobo, mirando el reloj, decidí volver, y casi llegando a la casa, me topé con mi hijo Alvaro, me dijo con voz entrecortada, quedate tranquila vieja, Gimnasia, gana dos a cero, no alcanza, faltan dos minutos, me dio un abrazo, y se fue caminando. Cuando escuchamos un grito de gol, no podía ser de otro que del Lobo, mis hijas abrazadas, yo entré y estallé en llanto, con tantos años acumulados, de reveces, pensé en el ‘62, los hermanos Bayo... la gloriosa delantera, nunca igualada, Onnis, Castiglia y Pignani de los ‘72, la bandera que hicimos con mi hija para el ‘95, y que juntando monedas, viajamos desde, San Clemente, porque ahí, vivíamos, para verlo campeón, que renovamos al año siguiente, 2005 llegó y no viaje, por cábala, misterios del destino, y de las malas administraciones. Lloré por todo y por más, por ver a mi querido club, soñado grande, por mi padre, en estas circunstancias. Mis nietos hicieron ronda, mirándome, Conrado, me dijo, no entiendo abuela, por qué lloras así, si ganó!!.
Y mi nieta mayor, María Pía, dijo casi emocionada, no ves pavote que llora de alegría.!!
Y así… somos, la 22, locura, con el corazón abierto, sangrante, pero de pie.
En ese instante, pensé, se dará vuelta la historia, compensará, nuestro acompañamiento, sin descanso??.
Y hoy veo que no, todo sigue igual, que seguimos, con la mejor hinchada, da y da, se merece algo más. Dolor por este momento, por el Club de mis amores, que lo siento abandonado, que lo quiero más que nunca. Esperanza por siempre, porque, si me cortan me salta sangre azul, porque ningún resultado lo va a cambiar.

María Marta Castelli. La Plata.-

Las alas de la 22

Van 22 del segundo tiempo y el nudo en la garganta aprieta. El Viejo “René” ya dejó a un lado el libro de Hamlet Lima Quintana; ya abandonó su intento por comer. “No puedo, señorita”, dijo René. Ella, esta vez, no lo obligó. Lo dejó solo en la habitación.

Sessa ya no se apura: saca desde el arco con desgano, pensando en el final cercano. Quedan algo más de 20 minutos y se necesitan tres goles. Difícil. La televisión muestra el rostro tenso de Madelón, entre desilusionado y ofendido con el destino. Tanto nadar para ahogarse en la orilla. La risa socarrona se asomaba para desatar la carcajada final. Plaza Moreno sería testigo.

En el Hogar ya estaba el cura Ignacio, como todos los domingos, preparado para confesar a los “chicos”. René, llegó el padre, si querés le pido que te haga la Extremaunción, jaja. El viejo “René” no contesta; apenas tiene fuerza para mantener cerrados los nudillos; la mirada sostenida en el horizonte de la pantalla, que por un momento se tiñe de blanco y negro, batallas de viejos gladiadores se encarnan en los nuevos protagonistas. Escudos de ensueño. La imagen dura un segundo y el puño recobra poder.

Ya entraron Sosa y Niell; ya echaron a “Teté”. Ambos con 10 hombres. Cuevas es figura pero el arco de Capogroso no lo sufre. Y el tiempo se sigue apurando: 26 minutos. Bueno René, Dios lo quiso así, no te hagas mala sangre.

La televisión no encuentra miradas caídas, a pesar de la inminente resolución. Pero en forma sorpresiva llega el gol: el “Tornado” Alonso, tras un centro de Sosa, pone el 1 a 0. Quedan 18 minutos; complicado.

“René” se come las uñas, desecha el vaso de agua que le ofrecieron y se quita el swetter molesto de la espalda. Está agresivo. Mira para arriba buscando un guiño, una esperanza. Pero los minutos corren más rápido que los jugadores. Van 38. Gimnasia no llega al arco. Está ansioso y faltan dos goles. Sosa juega como hincha y reacciona: tarjeta roja. El Lobo se queda con 9 hombres.

La ciudad está desolada, en cinco minutos la lucha de tanto tiempo llegará a su fin. Tantas batallas, tantas campañas memorables se pasan por el recuerdo. “Chirola” Romero, abajo del arco, se pierde el segundo. Ya no quedan semillitas para comer. 44 minutos: Aued, corazón en la mano, lanza un centro combado, segundo palo, cabezazo de Niell… Goool!!! Sí, descuenta Gimnasia y sólo falta uno. “René” ya no sabe ni lo que está apretando, su garganta se cierra y sus ojos tibios no resisten la voluntad de la emoción. Está todo tan cerca. Pero queda sólo el descuento. Collado ya hizo la seña: 5 minutos más.

Alguno de la otra habitación escucha un grito y se acerca: No me digas que otra vez se quedan en la puerta de la gloria! Ja, les convenía que hubiera terminado 1 a 0 y no se frustraban tanto. Es cierto, la historia parece definida. El descenso está tocando timbre. Pero ni “René” ni las 25 mil almas en el Bosque creen que el llamado es para Gimnasia.

La popular se infla en un aliento celestial. Rafaela está aturdido, no entiende. Agüero, casi desplomado, sigue rechazando a puro cuero. No queda tiempo, todo Gimnasia al ataque; la tiene Cuevas, van 46, engancha en la puerta del área, tira el centro pasado…

La socarrona Plaza Moreno se congela, “René” abre grande los ojos, los tablones de la 22 se mueven. Y en la espalda, la 22 que vuela: Niell, de palomita.

Sí, la locura se desata. Estallidos al unísono coreando el grito sagrado, el umbral más hermoso. El verde más vivo que los árboles hayan tenido. Abrazos desconocidos amándose eternamente.

Las emociones pueden dispararse tanto: bronca, angustia, felicidad, desesperación, éxtasis. Todo se manifiesta en un mismo instante. Pasarán muchos años para que se repita esa misma secuencia de encuentros.

“René” llora, mira la televisión pero no ve nada. Sólo agradece, espera el final, ahora sí. Gimnasia logra torcer su propio destino, vencer a su demonio. El juez pita y ya no hay más. Gimnasia es de primera.

“René” se tira al piso, los huesos le pesan pero no le importa. Su puño se desarma y un papel cae al suelo. La enfermera, más tarde, pudo recogerlo como último documento: nadie puede regalarte un día de sol si antes no lo haces nacer adentro tuyo.

Vaya si quema este sol, tripero.


Villarreal Matías. La Plata

lunes, 3 de mayo de 2010

Dieciocho minutos

Gol de Alonso. Algunos gritaron, como siempre. Pero yo me quedé callada, no me inmuté. Fue como si nunca hubiese entrado esa pelota. Miraba, desde la tribuna de 60, cómo todo se movía menos yo, que no quería sentir.

Ella me miró con un sueño en la frente pero no le pude responder. Me agarró de la mano y me apretó fuerte. Tenía un “Valium” en el corpiño envuelto en un pedazo de papel, unos cigarrillos que prometía dejar de fumar y una estampita de su virgen de cabecera, la Desatanudos.

El miedo a la esperanza, el miedo a la ilusión. Una fea sensación que traía desde mi casa, desde hace un tiempo, porque ya no existían cábalas ni amuletos. Años yendo a la cancha y probando todo: camisetas, remeras, pulseras, bombachas, rituales, cualquier cosa servía de barrilete a la ilusión, a ese cielo prohibido para mí.

Alonso corre al centro, se apura, pero se permite darle un beso a la pelota. Y el partido sigue. Y ahí van ellos tirando un centro a las manos de Sessa. Dios mío lo que debe sentir ese hombre. Pensar que lo veía en la misma tribuna donde estaba parada yo, hace unos cuantos años atrás, cuando él iba a ver al Lobo con sus hijos.

Y yo no quería abrazar a nadie y se notaba que a varios les pasaba lo mismo. Todos ahí, mirando a los once tipos de turno, a los once que no eran nada y, sin embargo, fueron todo. Y a ella, que me pedía un abrazo, tampoco se lo podía dar.

La pelota volaba, se hacía desear. Cambiaba de juego, de jugador, de botín. Miles que la desafiaban, soñaban su destino. Pelota que armaba castillos y los desplomaba con sus reyes y princesas dentro.

Y yo seguía sin sentir. No miraba el reloj ni soñaba con un final feliz. Pensaba en lo que iba a venir, en las cargadas, en el qué dirán. Parecía que ella sabía lo que pensaba: me miró y se sentó en el tablón.

Cambio en Rafaela y esa bandera enfrente: “Traigan frutillas que la crema es de primera”. ¿Y qué decir? Era lo probable. Había construido una barrera mental a la esperanza. Estaba segura que íbamos a perder y, durante esos segundos, la historia me daba la razón.

Pero ahí vamos nosotros de vuelta. El área es un caos, todos metidos adentro, el cambio que no se hace. Y llega el segundo. Gol otra vez. Se suman gritos nuevos pero yo no puedo gritar. Sigo inmóvil, sin sentir. La veo a ella sentada en el tablón, entre el amontonamiento de gente, rezando a su estampita. No me mira, sigue con los ojos fijos en esa mujer que era la fe, su fe. La toca, la acaricia, pero no se anima a besarla.

Esta vez fue Niell. Casi ni lo grita, se apura como Alonso. No le da un beso a la pelota pero la lleva al centro y se pone a pedirle a alguien que cambie la historia. Se agacha y él también reza, exige el milagro.

En las tribunas los triperos se empiezan a copar. Ven relojes y sacan cuentas. Pero yo sigo con miedo. No quiero sentir, me niego a ilusionarme. Hay algunos que se miran, todos se entienden, las miradas bastan.

Y queda poco, sólo unos minutos. Va Cuevas y se la roban. No hay nadie atrás, y mientras tanto los de la crema que corren como locos porque ellos también se la juegan.

Y pienso que el amor no cambia según categorías. Estoy segura que voy a seguir siendo tripera aunque reconozco que las cosas pueden cambiar. Pero nací con esto, en una familia azul y blanca y este es mi destino.

El pedazo de papel que estaba en el corpiño ya estaba mojado. El “Valium” ya se había deshecho y se había transformado en una pasta. Pero ella necesita tranquilizarse y chupa el papel como un drogadicto que necesita saciar su impulso, como un animal sin razón.

Y ahí va Cuevas otra vez. Tira el centro y se la juega. Miles de triperos siguen la pelota y ven cómo pasa el arco. Sufren hasta lo último, se les para el corazón. Yo dudo de la eficacia, esperando equivocarme.

Y de repente el mismo pibe de hoy, que se había reconocido bicho colorado, se tira de palomita y se transforma en lobisón. Tiene el número 22 en la espalda, parece una quimera.

Y fue el tercero, el de la gloria. El que pude gritar. El que hizo que ella se levantara del tablón y deje de rezar. El que unió en un abrazo a toda la familia tripera. El que dio razón a la esperanza y vida a la imaginación.

Y ya ni sé qué hicieron los jugadores. No los vi, el abrazo me ganó y esta vez la emoción me cerró los ojos. Cuando los abrí estaba “Chirola” colgado del alambrado, dándose la mano con uno que se había trepado a la misma altura, con el que compartía la emoción.

Los gritos eran llantos y las lágrimas felicidad. Olvidarse del resto y pensar en nada, en eso que se vivía, en Gimnasia que lo es todo.


María José Fernández. La Plata.-

Las tareas por cumplir

Uno ya es grande… (o más o menos grande porque cuando escucho hablar a los viejos me doy cuenta de que ellos se la bancaron más), pero digo grande en relación a mi hijo Mateo de diez años. ¿Cómo se le explica a un chico el haberlo hecho de este cuadro? ¿Qué le pasa por la cabeza a ese pibe que domingo tras domingo me ve putear, discutir, pelearme…? A veces creo que si me insultara, si me echara en cara el haberlo hecho de este cuadro tendría razón… Pero después empiezan las otras preguntas: ¿Cómo es posible que un chico de apenas diez años pueda sufrir igual que yo… o más? ¿Cuándo le contagié este virus? ¿Será algo genético?

Para ponerlos en situación y para que yo mismo me acuerde, cuando lea esto dentro de mucho tiempo, informo que hoy es 12 de julio de 2009 y mi equipo acaba de conservar la categoría al vencer por tres a cero a Atlético de Rafaela. El primer gol lo hizo el uruguayo Alonso, de carambola, a los 27 minutos del segundo tiempo y ya para esa altura habíamos quedado solos frente al televisor con mi hijo Juan Mateo. Mi mujer había puteado feo al final del primer tiempo, dijo que hubiera sido preferible habernos ido antes de que termine el campeonato y qué sé yo cuántas cosas más y fue en busca de un terapéutico acomodamiento de placares. Mi hija Magdalena acometió contra el perro que soportó el baño estoicamente aunque mostrando los colmillos. Cuando las dos mujeres de la casa escucharon el gol, se vinieron, lógico, pero mi esposa puteaba aún más. Empezó con que ahora era peor, que hubiera sido mejor quedar cero a cero y… volvió al acomodamiento de ropa. El pobre perro soportaba ahora unas refregadas un poco mas intensas.

Faltando un minuto para que se cumpla el tiempo reglamentario, el jugador más petiso del fútbol argentino, Niell, de cabeza, convierte el segundo gol: dos a cero. Trato de calmar a Juan Mateo para que no lo grite porque pienso que a las mujeres les va a hacer peor, pero el pibe estalla en un grito que no parece salir de una garganta de un ser humano de diez años y entonces aparece la facción femenina abriendo la puerta con violencia y reforzando los argumento anteriores, más aún cuando ven que van 44 minutos y el partido ya termina. No sé bien cómo desaparecen de la escena en el mismo momento en que Rafaela vuelve a sacar del centro de la cancha y se ve en un recuadro rojo en la parte superior de la pantalla el tiempo adicionado: ¡¡¡son 6 miserables minutos!!! Entonces el pibe, mi hijo, en una acción que desafía todas las leyes de la lógica, se dirige resueltamente hacia su mochila y comunica que va a hacer la tarea de matemática. Yo estoy tan sacado que no dimensiono inmediatamente lo que acaba de decir… Una semana hace que le estoy pidiendo que haga esa tarea que la gripe porcina y la consiguiente suspensión de clases le han impuesto y este pibe, Juan Mateo, contradictorio como pocos, decide hacerla ahora, en estos seis minutos que ya son cinco. Pero no bien pone la carpeta sobre la mesa y el partido transcurre por el minuto 46 otra vez Niell y otra vez de cabeza, hace el tercer gol… y el pibe se pone a llorar. No grita, no salta, no se mueve… se pone a llorar. Las mujeres aparecen porque algún vecino gritó o porque yo, sin darme cuenta y contra mi voluntad, debo haber gritado. Trato de imponer la calma: informo que faltan 5 eternos minutos, que tenemos un hombre menos, que esperen… que todavía no… Las mujeres desaparecen dejando la puerta abierta y amago con irme también, pero el pibe me pide entre sollozos que me quede y entonces vuelvo, no sin antes alcanzar a ver al perro en la pileta del lavadero que sigue en el suplicio del baño aunque ahora el agua que lo moja no proviene sólo de la canilla. Oigo las puertas de los placares y los cajones chocando sus maderas y me imagino ropa volando por la habitación como si un gran viento se hubiera levantado… Regreso al sillón y miro sin ver lo que pasa en el campo de juego porque el llanto de mi hijo no se detiene y le ordeno estúpidamente, pero agarrado de la última cábala que me queda, que finalice la tarea a la que él mismo se condenó increíblemente en esta instancia crucial. ¡Cómo si el pibe estuviera en condiciones de poder realizar una actividad intelectual y cómo si esa orden que le doy fuera la llave que me garantizara que el partido va a terminar con ese resultado…! Pasa que todas las otras estupideces que me propuse desde la noche anterior se me fueron ya al carajo y resultaron infructuosas durante 75 angustiantes minutos. Pasa que no puedo creer que en 15 minutos todo se haya dado vuelta y la salvación esté ahí, al alcance de la mano. Entonces lo miro de reojo al pibe que finge hacer la tarea, es decir, se pone en posición de escribir porque ha comprendido cuál es la finalidad de esta postura, de esta actuación y de esas palabras mágicas que él pronunció y materializaron el milagro del tercer gol. Y cuando vuelvo la vista a la pantalla veo que todos los jugadores se abrazan y mi mujer aparece con la bandera de Gimnasia como si fuera Mel Gibson en la película y sale al patio y empieza a putear con la voz quebrada y mi hija jamás terminará de secar al pobre perro que mira y sufre desde la pileta del lavadero. Me paro del sillón, camino y abro los brazos para estrechar a mi hijo, pero él sigue llorando y no abandona su falsa posición de escritura porque teme romper el encantamiento que produjo semejante sacrificio. Le quito la lapicera de la mano, lo abrazo y le digo que ya está, que ya pasó, que la tarea está cumplida.


Carlos Andrés Gurini. La Plata.-

Disfrutar el sentimiento

Fue el feriado nacional más estresante. La tarde del 9 de julio culminó, para la todos los triperos, con la paliza recibida en Rafaela que dañó el ánimo.

Nos fuimos de mi casa, después del partido, a la deriva.

El “Turco” se subió a su 147 y dijo “hagamos algo, vamos al centro…no sé…” y de inmediato Juan y yo, ante la mirada de mi viejo, lo seguimos.

Sin ni siquiera pensarlo, pasamos a buscar al “Suizo” por la casa del primo. También arriba del coche de prepo y sin mediación, como si le hubiéramos escrito o previo llamado por celular.

Todos tenemos la misma edad y no hubo comentarios. Recuerdo las miradas, era oír el silencio.

Terminamos en un pool de 48 casi 11, donde, sin saberlo, encontramos gran parte de lo que habíamos perdido: la esperanza.

Pedí una cerveza y varias fichas, mientras ya le hacían la novena entrevista, por los canales del multimedios, a Aldo Visconti como si se tratara de Gabriel Batistuta o el “Charro” Moreno. “¡Lo que es el exitismo que tan cerca tenemos!”, putié por dentro.

“Este jorobado hizo 4 goles en una temporada y nos estampa 3 en un partido. ¿Cómo carajo hizo? ¿Me lo pueden explicar?”, pregunté, sin darme cuenta de que no hablé con mis amigos desde que Laverni terminó el partido en Santa Fé.

No encontré respuestas; los chicos sólo miraban el paño verde de la mesa como si fuese una cancha para buscar explicaciones, que ninguno tenía.

Pasaron varios minutos sin percatarnos de que en la mesa de enfrente estaban ellos. Dos pibes de no más de 8 ó 9 años, uno con la camiseta del Lobo y el otro con una remera con el escudo en el pecho.

Se divertían como si nada pasara. Ver eso me alivió, me dio algunas respuestas.

Juan también los observaba, pero tenía más ganas de romper el único taco que conseguimos que de reflexionar. Justo él, uno de los muy pocos triperos, que privilegia la razón antes que la pasión.

No quedaba otra más que sacar el bono con tiempo, volver a las cábalas, cambiar de tribuna, mirar al cielo, cruzar los dedos.

Así fueron las horas previas a la revancha.

Decidí hablar con mi abuelo, que no está, en un ámbito que él detestaba porque nunca fue creyente: la catedral. “Tito”, como le decían, me marcó a fuego, y la historia -precisamente- es la historia de los que no están, escuché una tarde en la facultad.

Gimnasia si por algo se caracterizó en el campeonato fue por la falta de gol y teníamos que hacer nada menos que tres.

Se lo pedí al “Nono” después de subir por la rampa de 14 y 53.

No se porque, después de pasar la madrugada con todos los chicos haciéndonos promesas, decidí ir con el auto por los 3 lugares donde viví. Aquel primer departamento de 116 y 34 que mis viejos alquilaban y pasé los primeros meses de mi vida, la casita interna de 5 y 37 de mi tía abuela y la actual, pero dando la vuelta manzana, en todas, por la vereda y en contramano.

Compré “El Día” antes de llegar y leí el suplemento de deportes, en el comedor, con la ilusión y el optimismo de la reciente locura.

Me levanté y no desayuné. Un domingo más sin mate o café con leche no era nada. Más que querer tomar algo para no tener la panza vacía, era no poder.

A las 12 y pico del mediodía, salimos con Papá y Bruno, mi hermano más chico, a buscar al “Suizo”. Estacionamos en 52 y fuimos, por la vereda del Zoológico, hasta la esquina del Monumento a esperar al “Turco” y Juan.

Verlo a mi viejo camino al Bosque, contando de sus épocas de juventud y los jugadores que vio, siempre es para mí el pronóstico de lo que va a suceder en cada partido al que vamos juntos. El estaba tranquilo, parecía que “la película” que se aproximaba no le sería repetida.

Entramos por la puerta que da a los vestuarios e intentamos subir a la Tribuna de 60 justo detrás del túnel; terminamos en el quinto escalón del córner, empezando de abajo.

Aparecieron “Lucho” y “Javo”, para nuestro asombro. Ellos no son de La Plata ni de Gimnasia, pero entendieron el sentimiento apenas llegaron a estudiar a la ciudad.

Salió el equipo, empezó el partido y yo aferrado a la última foto de mi abuelo vivo, envuelta en un calzoncillo del Club adentro de la campera, una moneda de un peso en el bolsillo chico de adelante y tres de 25 doradas en el de atrás a la derecha. La suerte tenía que estar con nosotros alguna buena vez.

Atacábamos y, con suerte, cerca del palo. Tirábamos un centro y la atajaba, antes que baje en alguna cabeza, el “lungo” Capogrosso. No había caso.

Pasó el primer tiempo y el entretiempo que, para la generación que estaba conmigo, fueron los 15 minutos más crueles en una cancha.

Volvió el equipo al campo de juego y esa breve charla de Madelón con nuestros jugadores, antes de que empiece el complemento en la mitad de la cancha, fue inentendible y tranquilizadora al mismo tiempo.

Con la expulsión de Teté se abrió el partido, pero cuando lo rajaron al “Pampa” dije “estamos fritos, cagamos”.

En los momentos más tensos, mi viejo se caracteriza por recurrir a la ironía para descomprimir la situación. “No se preocupen, quizás la entrada en la “B” es más barata”, largó en medio de la desesperación y los nervios a su alrededor. Lo miraron demasiado feo los que se perdieron el gol de Alonso.

“¿Cuánto falta?”, preguntó un tipo atrás mío. “Casi nada”, contestó Papá previo al desborde de Aued que terminó con Niell, colgado de la red, gritando el segundo.

Ahí fue cuando recordé que Bruno -que nació el mismo día del abuelo- volvió ese día al Bosque, por pedido de mi viejo que le hizo saber que no iba con nosotros desde que goleamos a Alianza Lima 5 a 1. Y faltaba un gol nada más, para golear de nuevo sobre el mismo arco de esa noche de febrero de 2003 contra los peruanos.

Aquel minuto 46 fue una secuencia de emociones. Aparecimos todos contra un paravalanchas, que forma parte de una de las salidas por debajo de la tribuna, mi viejo que deja de fumar y los dos hermanos completamos la fila familiar en el mismo tablón.

Madelón tiene que dejar el campo de juego, por protestarle a Collado, y se va al túnel.

En ese lugar, detrás del alambrado, me quedé en la Final de la Copa Centenario con Papá y fue la primera vez donde vi un partido, yendo solo a la cancha a los 12 años.

Por recordar eso, me pierdo momentos del partido. Alguien patea al arco y la pelota, que para mi hoy sigue entrando, es empujada por no se quien (porque no lo vi al petiso maravilla volar en el aire) y se mete pegada al palo del túnel, ahí mi “primer lugar” cuando el domingo santo del ‘96 me fui solo y sin avisar a la cancha y le ganamos a Ferro 1 a 0 con gol de Márcico.

Mi viejo lloraba, pero no lo vi. Tuvieron que contármelo. Mi hermano nos abrazó y yo agarré la foto de mi abuelo y le pedí que por favor termine el partido, antes de un tiro libre de ellos en la puerta del área grande del arco del Bosque.

¡Esa foto sonrió!. Juro y recontra juro que tuvo una hermosa mueca en los labios hasta que terminó la maldita Promoción.

No fui a 7 y 50, preferí ir a saludar a mi mejor amigo que lloró, con su familia, en su casa de Ringuelet y que me mandó decenas de mensajes de texto que no pude leer.

Hace unos días, en un cumpleaños, un joven y futuro ingeniero me contó: “yo no sigo el fútbol, no soy de nadie… pero ese partido de ustedes fue mejor que cualquier final del mundo y el más emocionante que me tocó ver, fue disfrutar el sufrimiento.”


Francisco Postiglioni. La Plata.-