lunes, 8 de marzo de 2010

El cielo pudo esperar

Dedicado a Coqui

No sé si creías mucho en los Santos, no era un tema que hubiéramos discutido o conversado. Pero por las dudas, ese día, tenías atesorada en tu billetera la estampita de San Expedito, el Patrono de las Causas Urgentes. Y nuestra causa sí que era urgente, quién puede negarlo. Zafar del descenso, misión que parecía imposible después de un 0-3 en el partido de ida en Rafaela.

Tenías la estampita tan atesorada como aquella camiseta Adidas roída y desteñida que llevabas ajustada al torso, escudo de cientos de batallas, pañuelo de miles de lágrimas, y testigo de tantas alegrías.

El nudo en la garganta sólo nos dejó darnos un abrazo y un beso. Vos te fuiste al Bosque, yo a 60. En realidad siempre me gustó más 60 porque ahí fue donde con mi viejo empecé a crecer en el amor tripero. Sí, mi viejo, otro capítulo de esta historia. Hace ya un par de años que dejó el sentimiento frenético del tablón y el golpeteo en el “bobo” (“Un día me va a dar un infarto” decía con la mano derecha sosteniéndose el pecho como si el corazón fuera a salirse sin pedir permiso). Ahora elige seguir su pasión por tele, un poco menos dañino a la salud, según intenta convencerse.

Pero volvamos a vos. Durante el partido, los 90 minutos y piquito, no pensé ni me acordé de nadie más que de Dios, de rezar, de pedirle un milagro alzando la mirada al cielo. Porque yo no creo en los Santos, pero sí en Dios y en los milagros.

Y quien diga que los milagros no existen no estuvo ese 12 de julio en el Bosque, no señor. Ese día… Memorable, utópico, increíblemente cargado de un vaivén de emociones y sentimientos difíciles de poner en palabras.

Un día de héroes, en las tribunas y en la cancha. El día de Niell, el Hércules del domingo en el Bosque, gigante gladiador que con su metro sesenta clavó dos cabezazos épicos para inundar de pasión, esperanza y regocijo al pueblo mens sana; y tirar en el olvido esa sensación de fatalidad que nos acecha a todos los triperos, CASI siempre. Cosas del destino, el 22 en la espalda de Niell marcado a fuego tanto como en las banderas y en el corazón de la hinchada. ¿Qué otro número podía darnos la felicidad?

Felicidad. Ni más ni menos.

No te vi en los jardines cuando terminó el partido, entonces te llamé por teléfono, gritando, llorando, festejando, sintiendo, casi desmayada de la emoción sin fin. Vos estabas igual, sin voz, con corazón. Sin pena, con esperanza. Con llanto y con risa, porque como dijo un poeta alguna vez “la alegría es el dolor enmascarado, y de la misma fuente emergen las risas y las lágrimas”.

“Aguanteeeeeee San Expedito” te dije en broma, mientras sin respirar te preguntaba si ibas a 7 y 50 a festejar. Claro, me dijiste que no, que tenías que ir al diario a trabajar, al diario donde pasamos tantas tardes de mates, risas, bizcochos y canciones; y donde formábamos nuestra “bandita albiazul” de Deportes en contra de los pocos “innombrables” que había en la redacción.

Hacía 17 años que nos conocíamos, que compartíamos momentos, amigos, cancha, profesión. Y por primera vez en esos 17 años, cuando nos despedimos, emocionados, felices, rebosantes de placer, y antes de apretar el botón rojo del celular te dije: “Te quiero” y vos me respondiste “Yo también te quiero mucho”.

Y como un aviso del destino, esas fueron las últimas palabras que nos dijimos. A los días, y a tus 32 años, cambiaste la tribuna por un lugar celestial con más paz. Pero sé que te llevaste la pasión, los colores al cielo, y que cada vez que uno de nosotros, pueblo tripero, llora o ríe por el Lobo, vos hacés un guiño desde allá arriba, recordando ese 12 de julio que la vida te permitió disfrutar.



Paula Jiménez. City Bell

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