viernes, 30 de abril de 2010

Pasado mañana

“Somos hinchas de la hinchada y eso termina siendo algo malo. ¿Pero qué significa ser hincha de la hinchada? Por que la hinchada es hincha del equipo y no de sí misma, es decir, es hincha de otros. Es decir, la hinchada termina encerrándose en ella misma por no encontrar un reflejo en la cancha de lo que ella cree ser, como hincha irracional de sí misma, entonces se generan excesos, desavenencias, peleas, desencantos, por no ver el hincha reflejado a otro que no sea si mismo. Bueno, lo dicho, es un tema grave que nos llevó al límite: la conclusión final fue que solo un equipo de hinchas podía salvar a Gimnasia de semejante desastre. Y porque son hinchas es que no se les puede reprochar nada, pase lo que pase el domingo y entiendo, está bien, que nadie quería que esto pasara pero no se puede negar que estos chicos dejaron todo, esa es una de las pocas cosas que tengo claras y que voy a seguir sosteniendo después del domingo y siempre” pensaba Francisco. Desde que salió de su casa, sólo pensó en Gimnasia, en el partido del día anterior, en todo lo que había pasado y también en lo que pasaría el domingo, pensaba en todas y cada una de las infinitas posibilidades que se entrecruzarían ese día. Es por eso que no era de extrañar que a esa altura, cuando cruzaba uno por cincuenta y cuatro, su cabeza fuera una enorme ensalada de ideas, sensaciones confusas, recuerdos, conceptos imprecisos y estadística que respaldara el milagro que se necesitaba para seguir en primera. “Una pena” pensó “por un partido de mierda”. Bordeó la cancha auxiliar de quienes no deben ser nombrados como quien atraviesa por el precipicio de los abismos del infierno, es decir, ligero y escupiendo maldiciones contra el predio.

“Todo una verdadera lástima” pensaba, mientras se internaba de lleno en la Pereyra Iraola, en dirección al monumento, y luego al Bosque en si mismo, a la cancha de Gimnasia, así, sin nada de nombres técnicos como Estadio o escenario donde hace las veces de local. La cancha de Gimnasia, con todas las letras. “Encima ese tipo se tiraba un pedo y hacia un gol. Sólo a nosotros nos pasa: marcaron espectacular a Rodrigo López o a Pastore y les hizo tres Aldo Visconti. ¿Quién es Aldo Visconti?” pensaba, hasta la indignación y la furia. “Bueno, Madelón se equivocó en los cambios pero a nosotros nos cobran más, nos estafan cuando la pifiamos. Si hay equipos que juegan mal y esto no les pasa. ¿O alguien me va a decir que Central jugó bien en Córdoba? Bah, seguro que alguno lo dice, si hay cada pelotudo. Pero la gente no tiene la culpa, sólo que esta harta de que todo cuando tiene que salir bien, sale mal y cuando sale mal, sale muy mal, es la realidad. Porque la verdad es espectacular tener una hinchada así, es lo mejor, pero el tema es otro, no es la gente, lo que nos pasa es que tenemos mala suerte. Mira ahora sino, una base de buenos jugadores grandes, buenas promesas, todo listo para salir de esta y empezar a olvidarnos del descenso, pero no, nos clavan tres y ahora todo hace agua. Todo por ese partido de mierda. Encima, con la leche que tenemos nosotros, nos pasa como contra el Bolívar o como contra los uruguayos, no puede ser, me mato si ganamos dos a cero”.

Cuando iba haciendo la curva para el lado de los jardines, pensaba que la fila para hacer la cola, sobre todo si era media larga, iba a dar tiempo para ver como estaba la gente y como iba a ser el clima del domingo: estarían los que querrían linchar a los jugadores, otros que estarían resignados al descenso y algunos optimistas en grados cercanos al delirio místico y la locura. Francisco se enrolaba con aquellos que iban a ir a alentar y que, si pasaba lo peor, aplaudiría a los jugadores por el esfuerzo realizado durante todo el año. Lo sorprendió gratamente la longitud de la fila y buscó raudamente el último puesto de la misma. Por lo general, no hablaba con la gente, prefería escuchar lo que otros decían y, si se daba, hacer algún comentario. A los viejos italianos les daba la razón en todo por que le divertía ver como se ponían colorados y empezaban a gritar. Estaba atento al chispazo que no tardaría en producirse. Y fue justamente quien estaba frente a él, un hombre de barba rara, pelo teñido de amarillo y ropa puesta desde hacia varios días quien encendió la mecha. Iba acompañado por un hombrecito bajito y fornido de pelo crespo, que no emitía palabra. Ambos estaban, como él, perturbados por Gimnasia.

-No podemos ser tan vergas, hermano- dijo el hombre de pelo amarillo, mirando a su compañero pero esperando que alguien recogiera el guante.

Un hombrecito semicalvo, de anteojos, que parecía aplastado por la vida, fue quien respondió

-Mira, eso le venía diciendo a él- y señaló a un jovencito flaco y desgarbado, apenas más alto que él.- La verdad, no se puede creer. Por que el uno a cero era un buen resultado y el dos cero era remontable. ¿Pero tres a cero? No, para nosotros es imposible.

-Es que esto sólo a nosotros nos pasa- intervino un flaco canoso, al que Gimnasia le agregaba no menos de diez años.- Por que los pinchas la pasan caminando esta instancia-

-A esos ni me los nombres. Ya están preparando las velas, si todavía tiene la espina clavada del noventa y cuatro- respondió el hombre de pelo amarillo

-Si, esos nos quieren hundir.

-Por eso no nos podemos ir a la “B”. Si lo único con lo que podemos cargarlos es con eso.

-Y con la gente. Porque lo de la gente es espectacular. ¿Viste lo que fueron a Rafaela?

Un hombre morocho, parado al lado del canoso, escuchaba con atención. Estaba serio, atento a todo lo que pasaba. Francisco sospechaba que estaba junto al canoso, aunque en esas instancias, cuando las discusiones y charlas empiezan a crecer, todos parecen ser amigos de todos.

-Yo fui- dijo el hombrecito semicalvo.

-¿Vos fuiste?- se sorprendió el hombre de pelo amarillo.

-Si, fui con él- señaló al flaco desgarbado que asintió-. Llegamos hoy a la madrugada, yo fui a trabajar y ahora estoy acá, haciendo la cola.

-No, pero no, decime sino se puede creer. Esto nos pasa a nosotros nomás.

-Si, hay jugadores que no pueden estar más. Alonso, Maldonado, Cardozo…

-No, lo de Cardozo es increíble, ese no corre, no mete, nada hace, los centros van todos atrás de la tribuna, es un desastre.

-Pero de última es un pibe, ¿pero lo de Alonso? No, ese tipo no puede jugar. Poneme a mi, para eso-

-No le ganó una a los defensores de ellos que eran unos muertos. Porque ellos son unos muertos, es así.

-Pero fue un partido de mierda, no se salvó nadie.

-Sino fuera por Sessa, nos comíamos cuatro o cinco.

-Si, pero para mi que se comió el tercer gol, no sabia que hacer.

Francisco pensaba en como seria la remontada. Tal vez iba a ser un baile fenomenal, un cinco a cero con buen juego y lujos; o quizás un partido tranquilo, dos-cero el primer tiempo, otro más en el segundo y todo controlado; o tal vez un dramático encuentro con vibrantes giros en el marcador, máxima emoción, final no apto para cardiacos y un gol espectacular en los instantes finales; o tal vez, y ésta era la opción que lo acongojaba, no habría remontada y se vería la celebración con lágrimas de festejo y el llanto del descenso consumado, con incidentes y una desazón que duraría meses y tal vez nunca terminaría. Pensaba, también, en quienes podían ser los héroes de la tarde: el “Uruguayo”, el “Pampa”, quizás “Cuevitas”, o el “Paraguayo” con una patriada. Como deseaba que llegara el domingo a las seis de la tarde y que todo terminara bien; pero también pasaba por su cabeza la oscura posibilidad del descenso y ahí era cuando se angustiaba, cuando quería que el tiempo se detuviese en ese instante y que el partido no llegara nunca. Esa duda lo corría por dentro, el hecho de saber que todas las posibilidades podían ser reales el domingo y el desconocer cual de ellas sería la que iba a tener lugar en el Bosque. Y todavía faltaban dos días para el partido. ¿Cómo iba a pasar esos dos días? El domingo antes del partido, ya lo intuía, iba a estar deshilachado por los nervios.

-Y, bueno, capaz que es mejor si nos vamos a la “B”, porque para sufrir así no se que mierda queremos hacer en primera- dijo el hombrecito semicalvo con resignación.

-Pero si el club está fundido, desaparecemos sino vamos a la “B”- retrucó el canoso.

-No, siempre es mejor estar en primera. Además ahora hay una camada de pibes que los arruinas si descendés- alentó el hombre de pelo amarillo

-Es verdad, no nos podemos ir a la “B” y menos por un partido de mierda en Rafaela, por que fue eso, un partido de mierda- pareció volver a convencerse el hombrecito semicalvo.

El morocho seguía sin emitir palabra; sólo escuchaba como en misa. A Francisco le llamaba particularmente la atención este personaje que parecía estar tan metido en la conversación y, a la vez, ausente de ella.

-Pasa que el tipo no sabe nada- retomó el hombre de pelo amarillo- ¿Por qué no lo cerró al partido? Siempre lo mismo, es un caprichoso.

-Pero el loco nos sacó del pozo, por él seguimos con chances- contestó el canoso.

-Lo tiene que poner al “Coco”.

-Si con el “Coco” nunca ganamos nada.

-Tiene que poner tres atrás y sacarlo a Cardozo- dijo el hombrecito semicalvo.

-Encima seguro que, si nos vamos a la “B”, traemos a los mejores jugadores de la “B” y terminamos decimos.

-No, loco, no, no podemos irnos a la “B”.

Delante de este grupo un adolescente esperaba abrazado a su novia. Desde afuera de la fila, a través de las vallas, un chico de su edad los saludó.

-¿Cómo andan?- les preguntó el chico.

-Y acá, esperando.

-Che, dicen que jugamos en el Estadio Único.

-¿Cómo?

-Si, parece que ya está, lo dijeron recién en la radio.

Un ola de frio polar cayó sobre todos los que hacían la fila. Todos se miraron entre si, incrédulos. “No podía ser justo ahora” pensaba Francisco, “en un partido así, no nos pueden hacer esto”.

-¿En el estadio?- dijo, conmocionado, el canoso.

-Te das cuenta que los dirigentes son todos unos hijos de puta- reflexionó el hombre de pelo amarillo.

-Nos vamos a la “B”- decía, al borde del llanto, el hombrecito semicalvo - Nos vamos a la “B”.

El silencio se apoderó del lugar y no hubo más espacios para las especulaciones o para la esperanza. Caras largas como si Rafaela hubiera hecho el primer gol del partido del domingo. El morocho los miró a todos, dio un paso al frente y habló para aquellos que quisieran escucharlo:

-Mirá, esto se puede revertir. No importa donde juguemos- hizo una pausa intrigante y retomó- Te explico, ellos hicieron un esfuerzo enorme allá, súmale los nervios de hacer historia, y en el segundo tiempo los pasamos por arriba. Hay que cuidar que ellos, en el primer tiempo, con lo que les queda de piernas, no nos hagan un gol. Y en el segundo tiempo se lo ganamos, no te voy a mentir, vamos a sufrir un poco, pero se lo damos vuelta.

El hombrecito de pelo amarillo lo miró y movió la cabeza.

-Ojala, maestro, que sea como usted dice. Ojala.

Y el milagro ocurrió el doce de julio. En una ciudad que hace bastante tiempo está dominada por las bajas temperaturas, con una gripe de moda dando vueltas por ahí, pasó lo inesperado. Uno de esos días en los que hay que salir con bufanda, guantes y dos pares de media, el sol salió de repente y en el Bosque sucedió lo imposible o, mejor dicho, lo que es posible sólo para algunos: en el día más frío hizo calor.


Alejandro Noguera. La Plata.-

El día que cambiamos la historia

¿Cómo resumir en un cuento lo que no alcanzaría en una enciclopedia? Esa fue la primera pregunte que me hice cuando decidí sentarme a contar una de las tantas emociones que me hizo vivir, sentir y por que no también sufrir mi Lobo querido…

Pero si de esas tres cosas hablamos, como olvidar aquella fatídica tarde de miércoles cuando nos juntamos con toda la barra para alentar en uno de los momentos más difíciles que nos tocaba vivir a todos los Triperos. Pero el día había llegado y teníamos que ponerle el pecho una vez más.

Tarde soleada, a pesar de ser pleno invierno. La tribuna nos quedaba chica, como siempre. Cuando “Leo” Madelón y los muchachos saltaron a la cancha el recibimiento dejo atónito a todos los santafesinos. Claro, era de suponerse, al no haber jugado muchas veces en primera y no habernos enfrentado tan seguido, no sabían del todo bien que no sólo enfrentaban a Gimnasia, sino también lo hacían contra su gente, porque nosotros siempre jugamos con uno más.

Todo era optimismo. Enfrente estaba Atlético de Rafaela que había logrado jugar la promoción casi sin imaginarlo. Ese ítem le daba al partido un condimento más como para ilusionarme con que este escollo lo íbamos a sortear entre todos y que nos íbamos a quedar en Primera División a donde pertenecemos por ser el Decano de América y por tener la hinchada más seguidora del país, sólo con eso a nosotros nos alcanza para ser el más grande.

Pero nada hacia suponer que esa tarde iba a ser una de las más tristes de mi vida. Cuando la pelota empezó a rodar, el nerviosismo era típico de una final. Típico de cuando juega el Lobo. Los corazones latían cada vez más fuerte y encima estos tipos se nos estaban viniendo contra el arco del “Gato” Sessa cada vez con más peligro. Me empecé a mirar con mis amigos y no había que decir nada, porque los Triperos somos así, nos entendemos con la mirada, una relojeada para el costado entre dos hinchas en una tribuna puede hacer presagiar el mayor de los regocijos por alguna pelota colgada en el ángulo por el “9” de turno que tenga la dicha de vestir la azul y blanca, o la peor de las puñaladas futboleras como la que aquél día íbamos a recibir. Y si hablo en plural es sólo para que ustedes entiendan lo que quiero decir, pero en realidad no fue una, fueron tres las puñaladas al corazón de todos los que nos habíamos ilusionado con dejar atrás ésta horrible instancia sin demasiados sobresaltos. Fue 3 a 0 de visitante! Increíble, pero real.

Sólo la inspiración de un grandote que jugaba arriba, y que por unos días pasó por los canales de televisión como si en él se hubiese reencarnado Batistuta, y esto no es sólo una manera de graficar la situación, ya que hasta algunos medios llegaron a apodarlo “Bati” por aquella gloriosa tarde para él. Cosas que tiene el fútbol. Un muchacho esforzado, que valla a saber uno donde anda hoy en día, se levantó una tarde con todas sus luces encendidas y ya lo comparan con uno de los mejores delanteros de los últimos años a nivel mundial.

Lo cierto es que gracias a sus tres gritos en Rafaela yo tenía ganas de que la tierra me tragase, de que algo pasara y que el tiempo se detuviese ahí y no avance más.

Pero este anhelo no iba a ser posible y había que salir a la calle y esperar que llegue el domingo para que vengan al Bosque y rogar para que este cuerpo técnico y estos jugadores que habían dejado de lado “guita” y prestigio para venir a salvar a Gimnasia del descenso, vuelvan a responder como ya lo habían echo en proezas anteriores como cuando silenciamos Tucumán con aquel cabezazo de “Tete” González o el triunfazo en La Bombonera con los goles de Diego Alonso y el “Oso” Agüero.

Después del partido me encontré con amigos, que a pesar de no ser Triperos como yo, sabían que solo estaba con los ojos abiertos porque mi sistema respiratorio funcionaba de maravillas, pero que en realidad estaba muerto en vida y sin entender lo que estaba pasando. Hasta que uno se animó a hablarme, todavía no entiendo cómo tubo ese coraje, lo único que atinó a decir fue:

- Mal el Lobo no?. Lo mire desencajado, se me hizo un nudo en la garganta, miré hacia abajo por respeto a los que todavía piensan que llorar no es cosa de hombres y nada más alcancé a responder:

- No nos podemos ir a la “B”.- Me apoyó la mano derecha en el hombro y sin saber que decirme, balbuceo con voz tenue:

- Tranquilo, todavía falta un partido.

Valoré muchísimo el esmero que estaba poniendo para intentar recordarme que no todo estaba perdido cuando uno está dispuesto a entregar el corazón.

Fue así como me dispuse a esperar que llegara el domingo para ir a la cancha como es habitual, a darle todo mi apoyo al equipo como lo hago desde que tengo uso de razón, pero esta vez había que estar más que nunca, porque es muy fácil ir cuando las cosas van bien, pero los fieles de verdad se ven cuando la cosa está fulera, cuando nadie dice presente, es ahí cuando la “22” siempre está, y es eso lo que nos hace distinto a todos.

Los días previos al encuentro decisivo se hablaba todo el tiempo de lo mismo, de cómo tenia que salir el Lobo a buscar el milagro que nos deje en Primera. Algunos opinaban que había que jugar con tres atrás y tres arriba, otros decían que teníamos que jugar igual, porque el cambio de táctica con que Madelón había jugado todos los partidos de la temporada podía condicionar al equipo que jamás había ensayado variantes tácticas. En fin.

Creo que fueron no sólo horas eternas, sino también en las que menos hablé de fútbol. Yo sólo quería que llegue el día del partido y que sea lo que Dios quiera. Trataba de consolarme pensando en una realidad que para ese momento no era consuelo ni tampoco novedad. Con Gimnasia jugando en la “A”, en la “B” o en la luna voy a seguir siendo el mismo enfermo que queda al borde del infarto cada vez que la pelota empieza a rodar en un campo de juego y que para uno de los dos lados patean once de camiseta blanco con una franja azul en el pecho.

Hasta que al fin llegó el momento de la verdad. Domingo 12 de julio del 2009. Todo era incertidumbre. Comencé a prepararme para una tarde que sabía iba a ser larguísima, sea cual fuera el desenlace de la historia. Me puse la camiseta, pasé a buscar a la banda, y a la cancha.

Cuando llegamos faltaba un rato largo para el pitazo inicial, pero como a mi vieja le gusta ponerse atrás de algún para avalancha, fuimos más temprano que nunca. Ella era una de los tantos que soñábamos con poder aunque sea por una vez torcer el destino a favor nuestro. Y como gimnasistas que somos, nos aferramos a lo único que desde siempre nos mantiene en pie, nuestra ilusión y nuestra gente.

Ya estábamos a nada del partido cuando por primera vez, creo que fue por tantos días de no hablar de fútbol y de callar tanta bronca que tenía adentro por estar viviendo una situación en la que estábamos por culpa de gente que nunca tendría que haber entrado al club y que seguramente mientras yo miraba el horizonte sufriendo por no saber que iba a ser de nosotros en la próxima temporada, se debía estar paseando por el mundo sin importarle haber dejado una institución desvastada. Por todo esto que relate anteriormente fue que con todas mis fuerzas acompañé a mi raza al grito de “hoy hay que ganar basurero, hoy hay que ganar”.

La hora del partido llegó, se infló la manga y salió el Lobo con un recibimiento impresionante. La cancha reventaba como en los mejores años del club, cuando de la mano del “Viejo” Timoteo, peleábamos por cosas grandes y estábamos donde nos merecemos estar, pero acá la realidad era otra y para volver a ser lo que alguna vez fuimos había que ganarle por tres de diferencia a un Atlético de Rafaela que nos había dejado con la boca abierta luego del partido de ida.

Comenzó a jugarse con un Gimnasia tirado todo al ataque, pero los minutos pasaban y no podíamos meterla. La desesperación se adueñaba de todos, pero el aliento era incesante. Final de la primera parte con empate sin goles y nuevamente nuestras miradas cómplices que decían muchísimas cosas, pero que nadie se atrevía a exteriorizar. Valla a saber por qué. Algunos por no “mufar” con su pensamiento, otros seguramente por no ser pesimistas y otros como era mi caso, porque me permitía soñar para mis adentros, aunque sabía que la película era cada más de suspenso.

Con la segunda mitad en marcha, al Lobo se lo veía de la misma forma, decidido a buscar al menos un descuento que le de fuerzas anímicas para enarbolar el tan ansiado milagro futbolístico, pero nada de esto pasaba y el partido se iba muriendo de a poco, hasta que en una jugada aislada la pelota le cayó al “Pampa” por la izquierda, centro por bajo y gol del “Tornado” Alonso. Les confieso que no se si por nervios o por la emoción, o por un poco de todo, no lo pude ni gritar, quedé callado y en la misma posición en la que estaba antes del tanto. Lo único que hice fue mirar al cielo, busqué un rincón en donde encontrar al culpable de esta enfermedad que tengo desde que nací, y que es la más hermosa del mundo llamada Gimnasia y que me la dejó como herencia mi abuelo, con quien me encuentro en cada gol Tripero desde el día de su partida, y le pedí a él y a Dios que hagan realidad el sueño de todo el pueblo albiazul.

Luego de tanta súplica, bajé la cabeza para volver a meterme en el partido y observé que había entrado “Franquito” Niell. Si yo era el D.T. Iba de titular, pero confiaba en “Leo” Carol que venia haciendo las cosas bastante bien, y luego de un centro de “Luli” Aued apareció el “Enano” travieso por el segundo palo cabeceó y metió el segundo. Ese sí lo grité con alma y vida y aunque faltaba nada para terminar el partido, sólo un par de minutos, ya lo hecho por mi Lobo era dignísimo.

Pero lo mejor estaba por venir. Porque en el último minuto de adicionado, la agarró “Pipino” Cuevas en tres cuartos de cancha, punta izquierda, jugada casi calcada a la relatada anteriormente, puso un centro que se desvió en la cabeza de un central de ellos que, en el afán de rechazar la peinó hacia atrás y no hizo más que servirle el tercero nuevamente a Franco Niell. La cancha se venía abajo, lo grité hasta no se cuando, esperé el final desesperado, el corazón ya no me respondía de tanta emoción acumulada durante días, semanas, meses de angustia. Pitazo final y delirio total en el Bosque, Gimnasia y Esgrima La Plata se quedó en Primera División señores.

Fue un domingo inolvidable, uno de los más felices de mi vida sin ninguna duda, es que después de tantos años de malaria nos merecíamos una alegría como esta, pero no por haber ganado una Promoción, es que por la manera en que se dio, no sólo se disfruta el triple, sino también porque le vamos a poder contar a nuestros hijos, nietos y bisnietos, por que no, que Papá, el abuelo, el bisabuelo, estuvieron ahí aquél día. El día que empezamos a cambiar la historia.


Gastón Granero. La Plata.-

Barcelona azul y blanco

Hace una semana que casi no duermo, me atormenta esta desazón de no saber que va a pasar, la angustia de estar viviendo en Barcelona y no poder estar conteniendo a mis hijos, que siguen aún con más pasión esta hermosa locura. El poder contener, resulta supuestamente del hecho de estar más curtido, uno supone que se puede acostumbrar a todo esto, pero cada golpe siempre parece el nocaut, fueron tres golpes demoledores y mis uñas están clavadas en las palmas, por impotencia, por angustia. Sinceramente, mi vacío no sería tan grande si podría fundirme en un abrazo con ellos.

Anoche pude dormir sólo unas horas, hoy es el día “D”, tuve un sueño que me ha renovado la confianza, he soñado con mi suegro, el abuelo de mis hijos, un tripero que hasta cuando estaba muriendo en el hospital, me preguntaba como veía al Lobito, me invito a un viaje maravilloso, en primera instancia me dijo que escuchara dentro de mi corazón, de forma mágica comencé a reconocer las voces del “Negro” José Luis, del “Loco Fierro”, “El Gordo” Montesino, de Barreda, mi tío que murió hace muchos años y no podía entender que estaba pasando. No me hablaban a mí, se sentía como un archivo de la palabra gimnasista. No podía dejar de derramar lágrimas. García me decía, esto es solo el comienzo. En ese preciso instante, comencé a ver imágenes del Bosque, cada detalle, hasta los árboles más antiguos que custodian los jardines del templo. Veía como el pasado y el presente se juntaban, la historia me pasaba como un fotograma, donde se veían las alegrías en colores y las tristezas en blanco y negro, pero con una particularidad, en los momentos más duros, las lágrimas eran azules y blancas. Me encontré camino al viejo Buffet del club, pidiendo un vaso de vino, como antes de la década del ‘80, cuando todavía estaba en pie la chimenea en la tribuna que da a espalada a las facultades, no podía dar crédito a los que estaba viendo, apoyado contra una columna estaba Julito, con el “Negro” José Luis, más allá debajo del tilo a un costado de la pileta infantil, estaba el Dr. Favaloro, abrazando a un abuelo que no dejaba de comerse las uñas de los nervios, mientras el Barba no dejaba de comer semillitas y derrochando como siempre optimismo. Mi viejo, charlando con su cuñado Barreda, como cuando era chico. Los pibes de las barriadas organizando sus banderas, entre todos esos personajes, La Granja, El Mondongo, Ensenada, Diego Vale Fer, Parque San Martín, Fede, Javi, y todas las filiales, ellos también ya forman parte de la historia. Que locura, pero que hermoso estar viendo estos recuerdos y percibir estos sentimientos que tienen pasado, pero también tienen futuro. Creo que todo tripero necesita convivir con estos fantasmas y ser parte de ello.

Me desperté llorando de emoción, como describir un sentimiento, como poder expresar con palabras algo que se siente, toda frase o palabra queda pequeña, cuando asoma lo que se siente.

Corrí temprano a hablar con mis hijos, teniendo en cuenta que hay cinco horas de diferencia, a darles fuerza, o que ellos me la den a mí, no les comenté nada de mi sueño, en realidad no pude decir nada cuando ellos me dijeron, como si se hubieran aprendido el libreto de memoria, “gracias viejo por habernos hecho tripa”, se me acabaron todos los argumentos, ellos estaban con la fuerza que yo no tenía, todo lo que había pensado decirles, ya estaba de más, sólo les pedí que me sintieran muy cerca de ellos mientras duraba el partido.

Regresé a mi apartamento y comencé el proceso de la espera, con la angustia y la soledad como compañeras, después de interminables termos de mate, ordenar mil veces lo ya ordenado, creo haber hecho medio camino de Santiago dentro el departamento, esperando el partido. Cuando comenzó, lo estaba escuchando por internet, con una diferencia en la transmisión de cinco minutos, que les voy a contar de las promesas, las cábalas, los rezos, todos hemos pasado por ello, sólo puedo contarles que en un cuarto piso de Cornellá de Llobregat estaba ondeando un trapo azul y blanco. Mi agonía duró cinco minutos más, pero no podía contener las lágrimas de emoción; me llaman al celular, eran mis hijos, desde la cancha, nos unimos en la felicidad, que da ver esfumarse tanta angustia acumulada.

Tornando la calma, ya sin la angustia pero con la soledad de no poder compartirlo con todo ese pueblo borracho de placer, invité a mi soledad a brindar con un Fernet con Cola, para recordar los viajes a todas las canchas del país.

Antes no podía dormir por la angustia, ahora no lo podía hacer por la excitación, me conecté a internet y se habían reunido en lo de Javi, todo el grupo de chicos que solíamos viajar, incluyendo mis hijos, el día 12 de julio ya estaría marcado en mi memoria por la hazaña y la inmensa felicidad de ver que cada uno de los triperos que viajaba se había acordado en algún momento de mi, ya no me siento solo, tengo una gran familia, la familia gimnasista y por supuesto tengo a mis queridos fantasmas, que seguramente deben haber pintado el cielo azul y blanco.


Paulo Zuccoli. España.-

La promesa

Era muy difícil… sabíamos que era muy difícil. Volvimos de Rafaela con una pena… recordábamos la última vez que habíamos ido al descenso, pero primaba más la epopeya de la vuelta, de los partidos contra Racing, Flores, Gabriel Pierino Pedrazzi... epopeya, el “Charly” Carrió… Sentimiento de epopeya era lo que se sentía pensando en aquella vez, pero esto era distinto… Para salvaguardar la mística llamé a los compañeros de militancia y todos iban, ahora más viejos, con sus hijos y esposas y fui hasta la casa de Jorge y María a buscarlos para compartir la tribuna.

Ellos vivieron el regreso a la “A” desde México, desde el más absoluto silencio del exilio.

Con las viejas camisetas, la bandera en jirones y el corazón y el sentimiento intacto, nos acercamos a la cancha, a vivir nuestra pasión, nuestro pedacito de esperanza revolucionaria. Jorge estaba vestido todo de verde oscuro… parecía un “kivi”.

Minuto a minuto fuimos disfrutando cada circunstancia del encuentro, silbido y algunas puteadas para una concentración policial desconsiderada, el jefe de la seguridad privada y su camiseta bajo el sacón, las caras de la gente que esperaban que pasara el momento y que todos nos encontráramos en 7 y 50.

El pasado y el presente en un instante… mi viejo, que me llevó a la cancha de chico y me dijo que eligiera, mi amor por la camiseta, mis tardes de pileta, mi llanto en el ‘79, alguna novia siguiendo campañas, el penal errado contra San Lorenzo en la “B”… y esta chica rubia que rezaba un rosario y un muchacho que puso una estampita de la virgen desatanudos y María que insistía en decir:

-los partidos hay que ganarlos en la cancha y en la tribuna, no rezando…” y nuestras risas con Jorge comentando

-es una marxista clásica, jajaja, el opio de los pueblos, jajaja –

Todo se hizo silencio, todo fue grito, todo fue ojos, manos, saltos, pero el partido iba y venía y nada cambiaba. Me dolía escuchar a los de Rafaela que cantaban tan enérgicos en su evidente regreso a la “A”, pero no había pautas de poder rescatar el partido…

El flaco de la colita en el pelo me pedía que no me moviera del lugar donde estaba. María me miraba y me decía

-¿y?

Mi hijo se abrazaba a la bandera… las miradas expectantes daban muestra de la situación. Marcelo Lofeudo sacando fotos en la cancha se agarraba a la máquina con marcado temor y llegó el gol de Alonso. Muchos no lo pudimos gritar, no sabíamos si gritarlo… no sabíamos… los corazones pulsaban para que todos fueran adelante, pero no sabíamos… a los 42.56 el propio Alonso la pifia frente al arco, pero nadie decía nada, la gente se tocaba, se miraba.

El juego es así, lo que no sucede en muchos minutos sucede en una jugada de Aued a Niell y gritamos el segundo gol… y Niell tiró una patada voladora eterna cuando fue a buscar la pelota y nosotros nos abrazamos, nos besamos… Recordé a esa mujer que amo y a quien me hubiera gustado tener a mi lado. Jorge tenía los ojos llenos de lágrimas y me apretaba el brazo y el mundo paró en el Bosque, el mundo se tiñó de azul y blanco y Cuevitas, como de paseo por la 8 peatonal de los sábados, paró, enganchó y como viniendo de otro mundo Niell volaba y de cabeza ponía el 3 a 0.

Alguien que no se desde donde salió me abrazó, yo solo lloraba, solo miraba la cancha como un chico y pensaba en mi viejo que me dijo “elegí” y sentí que había llegado el día que esperaba, el grito… ese grito sagrado del hincha…

La gente se abrazaba, se besaba, volví a pensar en ella en esos momentos y de pronto Jorge se me acerca y me dice llorando:

-cuando vaya a San Juan voy a llevarle una botellita de agua a la Difunta Correa…

-¿A quién? dijo María secándose las lágrimas…

-a la Difunta Correa

-¿desde cuando haces promesas a la difunta correa?...

-la hice hace un ratito…

La gente deliraba en sus festejos, yo escuchaba la conversación entre mis lágrimas y la risa del planteo de María:

-Jorge… 40 años casados y ahora me entero que le haces promesas a la Difunta Correa

-Siiiiiiiiiiii - gritó Jorge – si, le prometí que si no nos íbamos le llevaba la botellita y se la voy a llevar-

A nuestro alrededor la gente saltaba, lloraba, gritaba, perdía el aire y Jorge acentuaba su discurso:

-no nos vamos, carajo, no nos vamos. Gracias Difunta, gracias!!!!!!!

El “uhhhhhhh” de la pelota que Bisconti hizo rebotar contra un compañero hizo que volviéramos al partido, el pitazo final, hizo que los abrazos se multiplicaran y que todos saliéramos de la cancha abrazados, embanderados. Jorge y María caminaban sin hablarse.

“El Opio de los pueblos”… me dije y vi una calle eternamente azul y blanca que albergaba a miles de sonrisas…

“El opio de los pueblos”…me dije y apreté bien fuerte la crucecita con mis iniciales y sus iniciales y ella me vio cruzando plaza San Martín, mientras un patriota revoleaba la bandera tripera subido al caballo del libertador.

“La sonrisa del pueblo”… me dije y abrazado a Jorge vestido increíblemente de kiwi, lloramos por la camiseta, que era la alegría del pueblo… y me sentí yendo a la cancha una noche con mi viejo… y sí viejo, elegí…


Roberto Moscolini. La Plata.-

La medalla

Mi abuelo Remigio encontró una extraña medalla oxidada, perdida en el fondo de un viejo cajón de gaseosas. Le sorprendió tanto el hallazgo, que decidió convertirla en su amuleto personal. Se encargó de limpiarla hasta sacarle brillo y la colgó de un clavito, sobre la puerta de acceso al patio de su casa.

Cada fin de semana, previo al partido de fútbol de su querido Gimnasia y Esgrima La Plata, Remigio se paraba sobre una banqueta y besaba la medalla, para pedirle un resultado favorable. Si el equipo ganaba, era gracias al poder del amuleto, si no, era porque él no había sabido pedirle con suficientes ganas o porque algún fanático del equipo contrario, tenía un talismán aún más milagroso.

Así pasaron los años, alternando alegrías y decepciones, entre gritos de gol y llantos de tristeza, hasta el día de su muerte.

La tarde del 12 de julio de 2009, Gimnasia tuvo que enfrentar un partido decisivo contra Atlético de Rafaela, en el que estaba en juego su permanencia en la categoría. Debía convertir tres goles más que su rival para poder mantenerse en Primera División del fútbol argentino y necesitaba, para ello, una importante dosis de suerte. En el partido de ida de la Promoción, el Lobo platense había perdido por esa diferencia de goles y, para revertir la historia, se requería al menos un milagro, como esos que Remigio acostumbraba pedirle al amuleto.

El escenario del Bosque platense se presentaba ideal para una tarde de festejos y gloria. Desde las tribunas, los distintos atuendos y banderas teñían de azul y blanco las imágenes que el país entero seguía por televisión. Los bombos y las trompetas de la “22” (como se conoce a la gloriosa hinchada de Gimnasia) conformaban la banda de sonido de la película taquillera de la tarde, protagonizada por once guerreros en pantalones cortos, que salían a la batalla en busca de la gran hazaña.

A medida que pasaban los minutos, la difícil misión parecía convertirse en imposible. Los goles de Gimnasia tardaban en llegar y la aventura se volvía cada vez más complicada. “Esta tarde, cueste lo que cueste, tenemos que ganar”, sonaba, desde los cuatro costados del templo tripero, el canto desaforado de la hinchada local, que no pensaba abandonar la lucha antes del final.

Lamenté que Remigio no estuviera ahí, para besar la medalla que produjera el milagro. “¡Dale Nono, danos una mano!”, le supliqué, mirando el pedazo de cielo que asomaba entre las dos columnas de iluminación del Estadio.

Un rayo de luz solar iluminó de golpe la tarde gris y el flaco Diego Alonso metió el primero. ¡Gol de Gimnasia! El festejo fue moderado, pero lleno de esperanza. Todavía faltaba convertir dos goles más, y sólo restaban diez minutos del tiempo reglamentario. Pero el aliento desmedido e incondicional de la gente de Gimnasia, junto con la garra y el enorme temple de sus jugadores tuvieron, finalmente, su merecida recompensa. El petiso Franco Niell sacó un cabezazo de su mágica galera y metió el 2 a 0 sobre la hora. ¡Vamos Lobo, que se puede!

Ya en tiempo suplementario, cuando el cruel descenso parecía ser una dura realidad inevitable, el petiso pegó un salto heroico en palomita y su bendita cabeza acarició nuevamente la pelota, para hacerla cruzar la línea de gol del equipo contrario por tercera vez.

El Estadio vibró de incontenible alegría, envuelto en un grito de gol interminable y para el infarto. Por debajo de mi gorro azul y blanco, con la mirada nublada por las lágrimas, me pareció ver a Remigio sonriendo a un costado de la cancha, con la radio portátil en la oreja, besando la medallita.


Martín Gardella. Ciudad Autónoma de Buenos Aires.-

domingo, 4 de abril de 2010

¿Lo han vuelto a ver?

Todos íbamos casi, como en un cortejo fúnebre.

¿Estamos todos?- pregunto el conductor.

Y cada uno fue mirando a ver si estaban todos los asientos ocupados. Un par se paró y miró hacia delante y hacia atrás.

-Completo –dijo Marcelo y se sentó.

El micro apagó las luces y comenzó a circular saliendo lentamente de la ciudad.

Un pibe atrás mío empezó a putear de manera incontrolable, el que lo acompañaba lo freno -¡Para loco, ya paso! ¡Para!

Había subido más de uno con los ojos rojos al micro y nadie decía nada. Inundaba un ambiente pesado, denso, de mucha emoción controlada.

Alguien abrió un paquete de galletitas, se escuchaba ese crujir del envoltorio.

-¡No ponga la radio por favor, chofer!-había pedido otro desde un asiento ultimo.

Se escuchó como un gemido y un asomo de llorisqueo de un asiento vecino. Una voz enérgica de otro, increpándole y pareció que lo había detenido, pero el pibe se largo en serio a llorar.

-¿Cuantas cosas pasaran por esa cabeza? –pensé.

Nuevamente el silencio que duró un tiempo hasta que el micro paró en una estación de servicio donde la mayoría bajo. Los pasajeros, aprovecharon para pasar por los sanitarios o aflojar un poco las piernas y en el servicie consumieron algún sanguche, un alfajor, chocolates, bebidas o un jugo.

Parecía que ese relax, era necesario y que fue una buena pausa para mitigar en algo lo de esa tarde.

Nuevamente el chofer, preguntó -¿si estaban todos? y el muchacho gordito que estaba sentado en un asiento delantero, fue por el pasillo hasta el fondo y volvió – ¡si señor completo!-afirmó

Pero no se sentó, el micro estaba con las luces encendidas en su interior y aun no había comenzado la marcha.

Miro a todos cada uno de los presentes que seguían comiendo o tomando alguna bebida y en un tono desafiante inicio su exposición...

-¡Les juego a todos Uds. una cena, lo que quieran un costillar, un cordero, un lechón que a Rafaela le ganamos el domingo! ¡Ahora y que están mas despiertos! ¿Escucharon bien, no? ¡Si pierdo yo pago!-y continuo con su arenga.

-¡No crean, ni por asomo, que yo me voy a achicar, o que yo no voy a a pagar, o no voy a cumplir mis promesas! ¡Sepan todos ustedes señores, que me enseñaron desde chico a ser responsables de mis actos y de mi palabra! ¡No conozco la opción de la ventaja o de aprovecharme de otro! .Para nada -reafirmó.

-¡Lo que yo digo lo cumplo a rajatabla sin agachadas y sin ningún tipo de ninguneo no eso no es para mi! ¡Yo asumo y mi palabra es ley! ¡Soy como un tábano que se monta arriba de un caballo y por más que corcovee, yo no largo prenda me quedo ahí pegado a la piel de las verijas!

-¡Así es señor no estoy para el macaneo ni para decir una cosa por otra! Y estoy tan caliente que me atrevo a jugar por algo más, por lo que me digan!!! Otro cordero, un viaje a Uruguay, una bicicleta, el mejor hotel y la mejor mina, todo lo pago yo!! -esto si lo dijo con una tremenda rabia.

-Y me sorprendió, el loco este. No lo conocía ni lo había visto antes. Me di vuelta en el asiento y le pregunte a Segretin ya veterano, o a Fernando vitalicio si lo conocían, pero me contestaron casi al unísono los dos - no lo tenemos visto- afirmaron.

En un marco así después de un partido como ese, donde la racha, la suerte o nuestra mala leche nos dejo casi afuera, que un tipo, un desconocido apareciera así, casi en la penumbra de los sentimientos futboleros era de una extrañeza incomparable.

Pero el estaba ahí vivo, cerca nuestro. Continuando con su predica y su énfasis. Nos toreaba el chabon.

- Y sepan que esto no solo lo voy a pagar solo así pelado, me encargo de la ensalada, la cerveza el vino, las gaseosas y el postre y lo que mas quieran apostar, pero no me voy a quedar así nomás llorando por dentro o con la melancolía del pasado.¡Por eso locos, yo no me voy a quedar caliente así nomás! -no el domingo la rompemos-dijo con una seguridad envidiable y hasta sorprendente…

Me agradaba el relato del pibe, había tanta fe, tanta convicción y además desplegaba una gran energía para con los demás, agotados y entristecidos por lo sucedido.

Me levanté y me acerqué dos filas atrás donde el Negro y el Gato inseparables amigos estaban semidormidos, porqué tenía una tremenda curiosidad por saber quien era. El Negro bostezando –ni idea-me dijo y siguió dormitando. Al Gato no quise despertarlo.

Mas atrás venía González que había venido especialmente de Necochea, y se me ocurrió que por ahí era de esa zona -no Seba, no se ni quien es. Pero qué bien nos hace un tipo como estos ahora-dijo con mucho énfasis.

Y parado ahí delante en la combi cerca del chofer que no dejaba de mirarlo por el espejo retrovisor, quizás sorprendido, quizás pensando en una locura interna que se había desatado en el. Con esa acción desafiante y nada racional, lo típico de un hincha, de una fana. Solo orgullo, orgullo, bronca y desafío.

-¡Así que el que se quiera bajar del caballo, que lo haga ahora aclaremos los tantos yo le tengo fe! ¡Por eso me la juego, éstos rafaelinos se la van a tener que comer entera y doblada!

Y el ahí comenzó a reírse, y su risa apareció en ese momento justo y necesario, Apareció en la cara típica de los gordos con esa mirada amplia y generosa, sonrisa que no es igualable a los que tienen otra fisonomía.

Uno del fondo empezó a arengar y se inicio el griterío. Fue en ese espacio de la pausa, de la vuelta a la normalidad, que permitió no mantener ese agobio, que estrangulaba a la garganta de los que veníamos dormitando y que nos despertamos con ese: DALE LOO que nos energizaba, fortalecía e inundaba el silencio casi sepulcral del vehículo.

Todavía tenía el gorrito en la cabeza y parecía dispuesto a todo. Me sorprendió la fe, la confianza, esa garra que seguramente lo acompañaba en su vida. No había un titubeo, una vacilación. Por momentos pensaba que estaba alucinado, qué algo había tomado para sentirse así con fuerza y esa entereza. Porque el ambiente no era el mejor, más de la mitad de los pasajeros estaban quebrados, exhaustos, muy golpeados.

-¡Así que la apuesta esta, lechón, asado, cordero y todo lo demás!

Era imposible para mí digerir todo lo que afirmaba. Es más a mi me parecía despertar de un mal sueño, de una mala noche, de esas resacas con ron, frutilla, cerveza, durazno y daikiris. Me dolía el cuerpo, me sentía embotado y hasta con náuseas y lo veía a el ahí enhiesto, sólido e insobornable. Pensaba sencillamente que este pibe estaba re loco y alucinado que no había sentido el golpe, que no había percibido la historia, que no había caído en uso de la razón, que estaba empecinado en algo que podría ser irreversible.

-¡Vamos Gimnasia, vamos todavía!! Aguante tripero! -alentaba el que se mantenía parado ahí apoyándose por momentos en uno de los asientos, en otros charlando con el chofer.

Habían ya pasado unas cuantas horas del viaje y nos estábamos acercando a la ciudad. Se encendieron las luces del micro y la visión era de un lugar arrasado para mí con la imagen de nuestros acompañantes pero no para el muchacho que se mantenía entero.

Pero quien se iba a animar a apostar en contra de uno mismo, quien estuviera en sus cabales no iba a admitir una derrota para ganar una apuesta, nadie, nadie en su sano juicio. Ninguno de nosotros porque era estar en contra de nosotros mismos. Eso era para otra gente, para otras comunidades o grupos pero no para los hinchas. Esos códigos están descritos, impresos, grabados y hasta esculpidos en las rocas y piedras milenarias que nos se borran ni se pueden anular ni con el paso del tiempo. Porque si bien éramos concientes, no desconocíamos que había que hacer una hazaña.

-¡El domingo cambiamos la historia, ni héroes ni hazaña! Reafirmo el chabon, como si supiera mis pensamientos. Tenemos equipo ahí con CUEVITAS y NEILL con esos pequeños lo cambiamos todo. Tenemos corazón y unos huevos enormes, ni con TETE ni con RINAUDO lo vamos a dejar pasar, que ojo por ojo y diente por diente. Que asado me voy a comer. ¡A ver quien sale, arriba el ánimo! –y continuaba con su predica como si no hubiese sentido esa tormenta.

-¡El pibe AUED la va a romper, Maldonado va a partir al medio al que se asome, MESSERA va a distribuir y la va a hacer rodar, y ni te digo CHIROLA que va a dejar la vida! ¡Que tienen ellos, a ver quien me refuta, a ver a quién o creen que nos van a madrugar como hoy!

Y desafiaba a si, a todos, que nos fuimos poco a poco alentando con su propia fe. Que comenzamos a descubrir que era todo posible y que si teníamos con que, y sobre todo una historia.

Todo cambia- pensaba yo. Y esto no era un imposible y comenzaron a sumarse algunos dormidos, y los otros despiertos también opinaron y los más grandes nos dieron la confianza y hasta el chofer que había estado muy medido -se animo decir-¡que no nos iban a ganar y que íbamos seguir en primera!

Al terminar el viaje me confeso que el era de Nacional porque era uruguayo.

Mientras el gordo que parecía un gran organizador ya estaba tomando todos los teléfonos para después reunirnos y festejar.

Pidió un lápiz y un papel y comenzo a anotar nombre, celular de cada uno: Patricio, Francisco, Juan., Marcelo, Ignacio, Abel, Jorge, Pelado, Seba, González, Negro, El Gato, Rodo, Pocho, Seba, Villar, Segretin, Fernando.

¿Están todos? - y repitió los nombres de cada uno.

Yo todavía inquieto por saber de donde venia le pedí el celular, que me lo anoto en un papelito.

Quedamos en vernos cerca de la ochava de la tribuna del bosque porque del otro lado, cómo cabuleros no pensábamos ir.

Al bajarnos del vehículo nos golpeo suavemente el pecho a cada uno, como si hubiera sido el viejo. ¡Hasta el domingo! ¡Hasta el domingo!-no recordó a todos.

Esa semana lo llame estaba curioso por saber de donde era. El celular varias veces me dio ocupado

En una de esas llamadas alguien atendió,-¡Hola soy Seba -dije-¿ te acordas de mi, del micro ,del partido con Rafaela? Una voz del otro lado no reconocible me contesto amablemente que estaba equivocado. Ese era otro tripero- pensé.

El sábado llamé nuevamente pero nadie contesto. Reiteré varias veces ese día pero el teléfono estaba desconectado.

El domingo estaba ansioso por para volver a verlo y recibir esa energía, o ese pragmatismo de algunas personas, que tanto los diferencia de otros…

En la tribuna no estaba, pregunté a un par si lo habían visto pero no lo encontraban.

Ni me acorde de el después de lo sucedido. ¡Y menos al terminar el partido!

¡¡Como pensar en eso, estaba viviendo otra cosa, otra vivencia, un mundo nuevo!!

Nunca más volví a verlo.

Y eso que recorro, por mi laburo, todas las calles de la ciudad.

A veces pienso que fue un fantasma o quizás esa alma oculta que tenemos todos y no la abrimos nunca.

Pero si estoy seguro que esa fe de este muchacho estaba en los que ese día se pusieron la azul y blanca.


Rodolfo Antonio Urbina. La Plata.-