domingo, 4 de abril de 2010

En la ruta de mis sueños

El amanecer en la ruta del desierto en La Pampa marcaba la mitad de nuestro camino hacia San Carlos de Bariloche. Ese despertar observando el sol saliente sobre el horizonte se transformó en una imagen que aún hoy permanece muy presente en mi memoria. Sin ninguna duda, ese 12 de julio de 2009 no fue un día más. Ese día, junto a Eli, Eze, Sandra y Hector volveríamos al sur, y ese día mi querido Club de Gimnasia y Esgrima de La Plata consumaría una hazaña inolvidable.

El día había llegado y manejar en esa ruta suave me hacía pensar inevitablemente en el Bosque, en su gente, en el azul y blanco de sus colores, y en mi casual alejamiento. Sí, ese alejamiento que de ninguna manera significaba dar la espalda a las horas que seguirían o escapar a una realidad. Yo sé muy bien que no existen las distancias en los sentimientos.

La mañana se desvanecía entre canciones y risas. Neuquén había quedado atrás. Eli hablaba de sus lagos, sus montañas nevadas, sus rodadas en la nieve, de su lobito patagónico de algodón, sus cajitas musicales vascas y también de Gimnasia. Sí, esa niña soñadora con sentimientos boquenses también hablaba de mi Lobo querido. Recuerdo su mirada, recuerdo su preocupación, y recuerdo sus palabras: “pero tío….¿qué pasa si pierden? ¿y si empatan? ”. ¿Como explicarle a esa niña la distancia que había que recorrer en 90 minutos? No recuerdo exactamente mis respuesta, solo recuerdo su mirada.

La hora del partido había llegado y nos encontrábamos a 80 Km. de Piedra del Águila. Ese paisaje tan imponente nos regalaba su mejor cara, pero también nos brindaba su soledad más extrema. Sin señales de radio solo restaba imaginar como eran esos primeros minutos del gran desafío del lobo. Lo relativo de las cosas y del tiempo lo viví en carne propia en esos minutos. La ruta, las cuestas, las curvas, los autos todo se veía irreal. Las imágenes de un partido, de unos goles que solo existían en mi mente, eso parecía real. Ansiaba sentir sonar el celular, recibir algún mensaje de texto desde Hudson. Me imaginaba una y otra vez esas palabras, “Hijo: Gooool del Lobo, están más cerca, vamos que pueden!!”. Pero esas palabras nunca llegaron. En mis momentos optimistas pensaba que quizá no se filtraban esos mensajes entre las montañas, pero en mis momentos de desesperación pensaba que quizá el Lobo no podía conseguir eso que tanto queríamos.


Llegando a Piedra del Águila el choque con la realidad fue como sentir un frío polar en el corazón. El primer tiempo había pasado e iban 14 minutos del segundo tiempo y no habíamos logrado meter el primer gol, esa pelota nunca había podido pasar la línea del arco. Un silencio profundo nos invadió. Eso que tantas almas deseaban en el estadio del bosque, en La Plata o en cualquier lugar del planeta que hubiese un tripero, no había pasado. Fue ahí cuando toda la tensión del largo viaje me golpeó, me sacudió y apenas pude manejar esos escasos metros hasta llegar a la estación de servicio.

Debajo de un árbol apagué el motor. Eli, Eze y Sandra bajaron a buscar café, pancitos y a hablar con mama y Hector se quedó en silencio. La radio despedía una voz lejana, con ruidos, pero la realidad era absoluta, detrás de esa lluvia, de esos ruidos, sabíamos exactamente que estaba pasando. Luego de unos minutos me quedé solo mirando esa radio con sensaciones desencontradas. Fue ahí cuando en el minuto 27, parado al lado de la camioneta y mirando nuestra huella que había empezado en La Plata, sentí el primer grito inolvidable: “gooool del Tornado, goooool del Lobo!”. Un escalón menos te falta Lobo, decía la radio, un escalón menos.

Los minutos pasaban y pasaban. El segundo grito estaba cerca pero el pícaro se escondía, nos gambeteaba. Compenetrado en esa radio de pronto me sorprendió Eli detrás de la ventana con una morisqueta que me alegró. ¿Como va tío?, me preguntó. Gol del tornado Eli, solo faltan dos!, le contesté. Y fue ahí que, una vez, todos adentro de la camioneta nos ganó el silencio. Sí, a pesar de la ansiedad de seguir el viaje, Eli, como nunca, escuchaba un partido de fútbol.
El ruido se apoderó de la radio. Sí, justo en ese momento. De pronto entre el ruido se escucho un grito desgarrador: “Gooool de Niell!, Gol del Petiso!, gol del Lobo!”
Solo recuerdo mirar al suelo, apretar los puños muy fuertes y gritar ese gol como nunca. Un minuto y terminaba el tiempo reglamentario. Sabía dentro de mí que un par de oportunidades más teníamos que tener. Nunca estuvo tan cerca la posibilidad de lograr el objetivo, esa hazaña increíble.

Dos o tres minutos más y esa radio contó: “El Lobo va con el corazón en la mano,…..vamos Lobo,… vamos Lobo que se puede, …la pelota le llega a Cuevas,…la domina, … amaga, ….. centro de Cuevas….. viene, viene,…. ahí está Niell…… ¡goooool!, ¡gooool!....!gooool de Niell!, ¡gooool del Lobo!! ……. el Lobo es de primera, …. el Lobo es de primera, …. el Lobo es de primera,…. el Lobo es de primera…..”
¡En el silencio patagónico una camioneta tembló!. ¡Piedra del Águila tembló!. Eli, Eze, Sandra, Hector gritaban!. Por un momento no fueron boquenses, ¡fueron bien del Lobo!. yo gritaba ese gol, ese tercer gol de una hazaña feroz, de una hazaña agónica.

Tanto ruido, tanta lluvia apenas nos dejaba escuchar esos últimos minutos finales. Con mi corazón a mil, el pitazo final llegó. El Lobo se había quedado en primera. ¡Gimnasia y Esgrima de La Plata había consumado una hazaña brutal!. Como explicar lo inexplicable, como contar lo sucedido. Al minuto sonó el celular con la voz de mama: “ Claudio, esto es increíble, se ve gente con taquicardia en las tribunas, esto es increíble!”.¡Qué sensación!, qué momento de felicidad nos había regalado mi querido Lobo.

De ahí en más solo recuerdo que nos calmamos, arranqué el motor, cargué combustible y tomamos la ruta otra vez. Solo media hora había pasado pero me sentía más fresco que nunca, mas renovado que nunca para manejar. Llegamos a San Carlos de Bariloche a la noche y revivimos toda la fiesta por Internet y televisión. Revivimos todos los relatos, las imágenes, los festejos de ese gran día. Sí, el día en que un tripero junto a su hermana, sobrina, sobrino y cuñado viajaron por la ruta de sus sueños, ese 12 de julio del 2009, “El día en que volvimos a la Patagonia Argentina y el Lobo consumó una hazaña brutal”.

Claudio Maximiliano Horowitz. La Plata.-





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