domingo, 4 de abril de 2010

Estuve presente. Yo lo vi

Estani, el arquitecto del grupo, era un personaje de aquellos que no pasaban desapercibidos. Cada miércoles, desde aquél primero en que “Tico” lo presentó como nuevo invitado a participar de la filial, era un animador importante de las reuniones.

Se acaloraba en cada discusión y ante cada defensa que se hiciera de algún ex jugador o técnico, subido a la silla para ser mejor escuchado, decía “memoria”, “hay que tener memoria”, señalándose con el dedo índice la sien y bajaba a continuación su discurso mientras sus ojos azules parecían salírseles de sus órbitas. Por supuesto que recibía la rechifla de todo el grupo y los gritos de “calláte Chiche Gelblum”, “siempre diciendo boludeces” y cosas por el estilo que le propinábamos, más que todo para hacerlo calentar. Claro que en oportunidades, para que se envalentonara aún más, Ramiro lo alentaba diciéndole “hoy tenés una noche brillante cornetita”.

Cornetita, como lo habíamos bautizado, era un tipazo. De esos que se ponen a tu lado cuando los necesitás y te tienden una mano. Gimnasia era su pasión y el campeonato que terminó en hazaña lo tenía desesperado, amargado, entristecido, y muchos más “ados e idos” como a todos nosotros. La posibilidad del descenso no lo dejaba vivir tranquilo y manifestaba permanentemente que no podría superarlo. Daba la sensación que su barba candado estaba cada vez más blanca por ese sufrimiento.

Una mañana de domingo nos enteramos que había pasado lo peor con él. Su sueño había continuado. Nos fue difícil apechugar el golpe recibido. Fue un día muy triste, tan triste como estaba él con su amado Gimnasia. Algunos decían que su sufrimiento por el Lobo lo había llevado a ese desenlace.

Todos los miércoles posteriores no fueron iguales, su recuerdo rondaba por la mesa, y ante cada comentario sobre la situación que estaba viviendo el equipo, nos preguntábamos con tristeza “¿te imaginás lo que diría cornetita?” Ese era un recuerdo obligado en cada reunión.

No pasó mucho tiempo y llegaron los partidos de la promoción, que más allá de la condena que sentíamos por jugarlos, era un vaso de agua helada en el desierto. La combi de la filial partió hacia Rafaela sin cornetita, pero con su hijo Indalecio representándolo. Lamentablemente volvimos muy tristes, casi tan tristes como aquél domingo a la mañana. Cornetita desde el cielo no había podido hacer nada por nosotros seguramente.

La revancha la teníamos a la vuelta de la equina, así que no daba para quejas sino para unirnos más fuerte aún y tratar entre todos de levantar ese tres a cero en contra. Fuimos al partido con la ilusión intacta y encomendándonos a todos los santos. Por supuesto también le imploramos a Estani. Pensábamos que haría desde allá lo necesario para que Gimnasia no descendiera. Claro, era la ilusión de creer en esa posibilidad. Uno siempre piensa que cuando nos toque estar allá, hablaremos permanentemente con el barba para que le de una mano al Lobo.

La cancha era un hervidero, todos los triperos lo sabemos. Los minutos pasaban tan rápido que podría asegurar que tenían menos de sesenta segundos. Las caras de los miles que estaban en la cancha estaban desencajadas como seguramente estarían la de los no se cuantos ciento de miles que lo miraban por tele. Nadie se prestaba atención y cada individuo era un mundo aparte. Cada tanto se escuchaban frases de los más desilusionados como “siempre lo mismo”, “lo único que falta es ganar 2 a 0”, “si no le ganamos a estos, merecemos descender” y muchas más, acordes con el momento que se vivía. Algunos se sentaban y no querían mirar, otros cambiaban de lugar continuamente pensando en cábalas mil veces probadas. Muchas, demasiadas, que seguramente nunca dieron resultado. Ya con el resultado cero a cero y acercándose al final, miro hacia el banco de suplentes porque se producía un cambio en el equipo. Todos, como también la voz del Estadio, decían que entraba Niell. Intenté observarlo con detenimiento porque más allá de la altura, me pareció que estaban confundidos. Esa cara me pareció que no era la de Franco. Estaba lejos y con mi disminuida visión, me era imposible distinguirla. Así que desistí de ese pensamiento loco. Cuando convirtió su primer gol, ante la alegría propia y de la gente, no miré detenidamente al goleador; era ilógico en ese momento hacerlo. Al explotar el Bosque con el tercer gol de ese gran petizo, grité enloquecidamente de frente a la cancha, manteniendo mi vista fija hacia el goleador como agradeciéndole lo realizado. Vi que se sacó su camiseta y corría revoleándola sobre su cabeza como queriéndose abrazar con nosotros; sí, literalmente con nosotros…

“Cacho II”, Carlitos, “Fredy”, Ignacio, Alejandro, Vicky, el “Ruso”, Rodrigo, a mi lado; “Coli” y “Rolo” pegados al alambrado; Ramiro y Guillermo en la tribuna del Bosque; Adrián y Jorge en la techada; “Toto”, “Cacho” y Juan en la tribuna de 60; Leo y Carlos desde algún lugar de la cancha; “Tico” y Raúl frente al televisor, no se dieron cuenta que el autor del gol tenía una barba candado entre cana y dos desorbitados ojos azules.


Gustavo Bertone. City Bell.-

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