domingo, 4 de abril de 2010

El día que cambiamos la historia


EL AUTOR

¿Milagro? No, permítanme diferir pero cuando se habla de algo milagroso es porque está Dios de por medio y en mi opinión el Barba no escucha los partidos del lobo, mira para otro lado. Yo diría hasta que no le gusta la azul y blanca. Perdónenme los jugadores, que fueron a Luján después, o antes también, no lo sé y todos los que rogaron al cielo por ese bendito tercer gol, pero milagro no. No, no me hablen de milagros a mí. Hazaña sí, si se quiere. Hazaña, forjada por hombres, por hombre de carne y hueso que fueron al frente en pos de un objetivo y que lo consiguieron dejando el alma y el corazón en la cancha.

EL TIPO

El tipo fue a la cancha con fe. Estacionó el auto en calle 1 y caminó por el Boulevard, hasta el monumento cantando y desparramando optimismo a cuanto hombre, mujer, niño o anciano se le cruzara en el camino. Una atmósfera rara se respiraba en el ambiente. Una mezcla de ansiedad, optimismo, nervios y angustia se percibía en cada rostro, en cada semblante de miles de personas que se acercaban lentamente a un estadio que vería como en 90 minutos se echaría a suerte y verdad todo le laburo de más de un año. 90 minutos. O héroes o villanos. Es así. Es crudo pero así es el futbol y esa era la realidad. La gente casi no hablaba, no cantaba, apretadas sus gargantas en un nudo y esa bola que se alojó en el estómago desde aquel fatídico 0-3, oprimía por entonces, más fuerte que nunca.

Sin embargo el tipo iba, hablando en voz alta de cómo había que jugar, haciendo aparatosos ademanes de cómo había que desbordar por las puntas, con los laterales y volantes y no jugar al pelotazo desesperado, buscando con la mirada la aprobación de los casuales oyentes, pero solo conseguía alguna que otra sonrisa como respuesta. Cada tanto miraba para atrás, buscando la aprobación de sus hermanas, que caminaban más lento masticando semillas pero tampoco hallaba respuestas. Su hermana mas chica estaba callada, tenía fe, suponía el tipo, ya que después de la derrota en la ida ella no había emitido opinión, ni a favor ni en contra, sino que mantenía más bien un prudente silencio. Pero suponía que tenía fe. Su hermana más grande, por el contrario, era pesimista. Iba a la cancha a estar, a dar la cara si había que descender y a poner el pecho, como siempre lo había hecho, pero con tan solo un atisbo de esperanza de salir festejando esa tarde noche. Y también iba su novia. La había conocido hace unos años en su laburo y se había enamorado perdidamente. Una mina sencilla, compañera y hermosa. De esas minas que habían entrado a una cancha más veces para ir a un recital que para ver un partido de futbol. Hincha de Boca decía que era, pero que el futbol le importaba tanto como la Bolsa de Tokio. Hasta ese momento. Hasta que lo conoció a él y el tipo la empezó a llevar a ver a su lobito y había prendido la llama de la pasión por los colores, esa que no se apaga nunca más una vez que se prende. Esa tarde tendría su prueba de fuego.

Ya en la popu del bosque, la sensación de extrañeza se le acentuó más al tipo. La ansiedad se palpaba en cada mirada y en cada músculo tirante de aquellos rostros iguales. Ya en la previa, el tipo continuó con su discurso del optimismo, participando, mas no sea como oyentes, a sus casuales vecinos que, maniatados por los nervios, asentían, mayoritariamente, con un escueto cabezazo. ”Es simple -decía el tipo- Si tenemos 90 minutos para hacer 3 goles, hay que hacer un gol cada 30 minutos. Es una regla de 3, papá. ¿Alguien duda que tenemos más equipo que estos muertos?” Pitágoras aprobaba con su cabeza pero toda la teoría se fue al río cuando el entretiempo marcó un apático y austero 0 a 0. El tipo se sentó en el cemento y metió su cabeza entre las rodillas. Repasó mentalmente su teoría y básicamente, nada había cambiado. Solo la variable tiempo. Ahora era un gol cada 15 minutos, y a la lona. Empezó el segundo tiempo y el tipo actualizó en voz alta los nuevos tiempos para algún hincha desprevenido pero las caras a su alrededor ya no eran las mismas, y ningún cabezazo aprobatorio corroboró su nueva hipótesis. La cosa se complicó cuando pasaron los 15 y el primer gol no llegó. Éste se produjo allá por los 21, 22 minutos y había que actualizar rápidamente los nuevos intervalos. Pero al tipo se le quemaron los papeles. El hincha le ganó al matemático y los papeles acabaron en la hoguera de su pasión. Era solo hacer fuerza y redoblar su optimismo. Pero como siempre, para cada optimista, aparece en un “momento” algo o alguien dispuesto a poner a prueba hasta la más dura de las templanzas. En este caso, fueron dos expulsiones y el paso, inexorable, de los minutos que machacaban implacables como puñaladas asestadas por un asesino serial. Cuando Alonso falla un gol de cabeza, solo, debajo del arco, en el minuto 42 del segundo tiempo, fue uno de esos momentos. Faltaban dos minutos más el descuento y había que hacer dos goles. Ah, y con nueve hombres. Una pavada. Sin embargo, créanlo, el tipo expresa a viva voz: “Si hacemos un gol ahora, nos salvamos. ¡Tenemos todo el descuento para meter el tercero! ¡Le tiramos catorce centros y vamos todos a cabecear! ¡Vas a ver que nos metemos con pelota y todo!” El tipo se enteró después que su hermana pesimista la codeó a la otra, lo señaló con el mentón y se mordió el labio inferior. La otra aprobó con cabeza. Ambas lo añoraron con amor. Su novia, a su lado, se sentó por un momento en el escalón, lo tironeó del pantalón y le quiso hablar desde abajo. Tan solo alcanzó a decir su nombre, llamándolo desde abajo, pero el tipo entendió en un segundo su mirada, que le decía aquello que él no quería escuchar, que se negaba por todos los medios a aceptar. No mientras girara la pelota. Lo cierto es que un estruendo lo sacó de sus cavilaciones. Levantó la vista y allí estaban, tres jugadores de Gimnasia, sacando al unísono la pelota del fondo del arco enviada por una cabeza anónima y que hacían resurgir las esperanzas de los que, no como él, ya casi las habían perdido.

La estadística dirá que entre el segundo y el tercer gol solo pasaron dos minutos, pero al tipo le quedaron grabados. Miró a su alrededor, la gente ya estaba llorando. Hasta aquí, mezcla de alegría por la conquista y el esfuerzo y angustia porque no era aun suficiente para el objetivo. Igual no alcanzaba. Nuestros hombres siguieron buscando y como dijo el tipo, el primer centro nomás que cayó al área santafesina, encontró otra vez la cabeza anónima para conseguir la hazaña. Creo que fue uno de los goles más festejados por una cancha llena que menos se gritó. Gritó, del verbo gritar. No había fuerzas para hacerlo. La popular entera, para donde se mire, mostraba a la gente caída, tirada en el piso, abrazada y llorando. No se gritó con las gargantas, anudadas y mudas, deglutidas por los nervios y el sufrimiento. Se gritó con el corazón. Se gritó con el alma. Muchas veces el tipo se ha ido de una cancha contento, feliz, cantando, por una victoria. Otras tantas, seguramente más, se ha ido mal y triste, apenado por una derrota. Pero ese día, como nunca, se fue de la cancha orgulloso. Orgulloso de ser tripero. Orgulloso de sus jugadores, que dejaron el alma para regalare una alegría tan grande.

Es injusto, seguramente nombrar a alguno de aquellos gladiadores que participaron de esa contienda. Todos se brindaron por igual. Pero del mismo sería injusto dejar como anónima aquella cabeza salvadora de esta historia que se ha contado. Aquella cabeza no es más anónima, es la de Franco Niell y fue la que plasmó en la red el esfuerzo de todos, todos los triperos que hicieron fuerza ese día.”

EL AUTOR

“Por una vez, el cielo se apiadó del pueblo albiazul”, podrán decir algunos. Yo, discúlpenme, sigo pensando que fuimos nosotros: el técnico, con su mensaje de optimismo, tranquilidad y sus aciertos tácticos, además del cambio; los jugadores, todos, por su entrega total y nosotros la gente. Todos, todos, cabeceamos ese centro aquella tarde julio.

German Castagnasso.La Plata.-

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