domingo, 4 de abril de 2010

Dolor, Esperanza, Angustia... Delirio

“Tantas veces me mataron, tantas veces me morí,
sin embargo estoy aquí resucitando.
Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal
porque me mató tan mal, y seguí cantando.”

María Elena Walsh – Como la Cigarra

...viene el centro para Visconti, Visconti… Gol de Atlético de Rafaela!... y el puñal, que ya había sido clavado dos veces en mi corazón, volvió a enterrarse en mi pecho...

No pude ir a Rafaela. Bah, en realidad, no fui porque buscando y rebuscando en mis recuerdos, encontré que los últimos dos partidos de visitante, tanto con San Martín en Tucumán como con Boca en La Bombonera, los había visto en mi casa con la tele silenciada y escuchando la radio... y eso fue lo que hice aquel jueves 9 de julio de 2009 a modo de “cábala”.

Por esos días mi cabeza funcionaba a mil por minuto y no pensaba en nada más que en esas dos finales, en ese obstáculo que comprometía la permanencia del Lobo en la primera división y que había que superar como sea.

Aquella tarde estuve tranquilo, por lo menos hasta la hora del partido. Pero no porque lo creyera ganado, sino porque me decía: "Bueno, si allá empatamos, acá la presión la van a tener ellos...". Sin embargo, ocurrió lo que nadie esperaba, lo que ni el “Tripero” más pesimista ni el hincha de la “Crema” más optimista hubiera esperado... un resultado lapidario...

Y así fue, 3-0 en contra en Rafaela. No encontraba ninguna explicación. Y cuanto más y más pensaba, la cosa se ponía más y más oscura, porque ya me imaginaba a los "primos" con alguna mueca de alegría, de soberbia, porque claro, ellos jugaban la final de la Libertadores y nosotros la permanencia en primera división. Para colmo, en el barrio, donde la cosa está repartida, todos los viernes jugamos al fútbol 5, pero da la casualidad de que, como era feriado, alguien adelantó el partido para ese mismo jueves maldito, justo una hora después de finalizado el partido del Lobo. Así que no tuve tiempo para que me ahoguen las penas y como cada "picadito" me calcé la camiseta del Lobo del año '96 y fui a dar la cara como buen “Tripero” que soy. Por supuesto, los comentarios no se hicieron esperar: "...y bueno parece que por lo menos por un año, no va a haber clásico..." o "...ahora la B no es como antes, está difícil para ascender...", y ¿qué podía decir yo? Sólo atinaba a murmurar, "está difícil, pero bueno... falta el partido de vuelta". No tenía mucha esperanza, mejor dicho, esperanza tenía, siempre hay esperanza, pero la desazón era tan grande que opacaba cualquier sentimiento optimista. Así pasó este jueves para el olvido…

Llegó el viernes. Todavía no había asimilado semejante catástrofe, así que miré un poco de tele para enfrentar la realidad… y ahí estaba, en todas las noticias, una y otra vez, cada gol de Rafaela.

La noche llegó tan rápido que ni me acuerdo lo que hice durante el día. Y esa misma noche, tenía el cumpleaños de un amigo en un bar céntrico de la ciudad. No quería tener ningún contacto social, pero compromisos son compromisos. Si bien había algunos “primos” en el lugar, esa noche, por suerte, no estuve “solo”. Entre mis compañeros de sentimiento estaban el “Cone”, compañero incondicional en la cancha y Dieguito, un muchacho con quien hicimos amistad en la secundaria. Y fue precisamente éste último, quizás por algún trago demás o quizás por tener el don de predecir el futuro, no lo sé, el que me dijo: “El domingo ganamos 3 a 0. Acordate lo que te digo… si ellos hicieron 3 en 90 minutos, ¿por qué no lo vamos a hacer nosotros?”. Ese comentario me devolvió la vida. Pero no porque antes creyera que no era posible remontar el resultado, sino porque el solo hecho de escuchar este mensaje optimista de la boca de otro tripero sonaba más alentador que decírselo a uno mismo. Insisto, la esperanza estaba, seguía intacta, pero ahora el sentimiento de desazón menguaba y surgía una euforia indescriptible que pedía a gritos que el partido comenzara ya, para ir a alentar al equipo, para comerse a los rivales desde las tribunas. Entrada la madrugada y con la fe rejuvenecida decidí volver a mi casa.

Al día siguiente, el sábado, lo más memorable que hice fue pintar una bandera que rezaba: “Pase lo que pase seguiremos estando” (con los nombres Cone, Leo, Pipa, Diego y Toro), con la cual pretendíamos llevar tranquilidad a los jugadores, ya que durante la temporada habían dejado todo en cada cancha y que, por más que en dos partidos pudiera desvanecerse el sueño, no olvidaríamos todo lo que habían sufrido durante el año.

Por la noche me acosté temprano, porque había que estar concentrado y guardar las energías para el compromiso que se venía. Sin embargo, me costó horrores poder dormir esa noche…

Por fin llegó el día. Aquel 12 de julio de 2009 me levanté temprano (10 de la mañana, por ser domingo, es temprano) y casi no comí nada, porque no tenía un nudo en el estómago, yo mismo era un nudo, un manojo de nervios con patas.

Llegado el mediodía, emprendí mi caminata desde mi casa, en 121 y 70, hasta el estadio del bosque. A cada cuadra que pasaba veía triperos y triperos que iban en la misma dirección que yo. En el aire había una sensación de preocupación, pero también de fe, aunque moderada y reprimida por esta cruel realidad que nos envolvía, y por los nervios, ya que la hora de la verdad se acercaba. Llegando a diagonal 113 y 64, suena mi celular, era el Toro, otro compañero de cancha incondicional que, en febrero, se había mudado a Tierra del Fuego, y que, antes de cada partido, me llamaba para hablar del equipo, de las corazonadas, arriesgar un resultado, vaticinar quién podía hacer un gol, etc.… habiendo pasado ya la Facultad de Periodismo, iba charlando de lo más entretenido con mi amigo cuando, de pronto, proveniente desde el estadio, que estaba aun a unas cuadras, escucho: “Y dale Looo, y dale Looo…”, la piel se me erizó, el sonido me envolvió, me abstraje del entorno. Tomé aire, porque estaba ahogado como cuando uno quiere llorar pero se la aguanta, y casi entre lágrimas le dije a mi amigo: “Escuchá, Torito, escuchá”, y me dejé llevar por el aliento en las tribunas, que a falta de hora y media, más o menos, aparecía como una mezcla de esperanza y orgullo: esperanza, porque me hacía sentir que se podía lograr la hazaña de remontar el 0-3, y orgullo, porque esta hinchada, a la cual tengo el privilegio de pertenecer, no estaba inhibida ni desanimada por las circunstancias desfavorables y demostraba, una vez más, como tantas otras, su fidelidad incondicional. Luego de un momento volví a la realidad y, con un llorisqueo inocultable, le relaté a mi amigo lo que ocurría. Yo no lo podía ver a él, pero con sólo oírlo, lo imaginaba con lágrimas y triste, no sólo por la situación que nos tocaba vivir, sino también por la distancia a la que le tocaba vivirlo. Nos despedimos, deseándonos lo mejor, como si nosotros fuéramos los que jugábamos, y, en parte, era así porque desde cada rincón en que un tripero se encontrara, éste debía hacer lo suyo, debía jugar su partido.

Siguiendo mi camino, casi llegando a 60 y ya inmerso en el clima, un hombre mayor se me acerca y en voz baja me pregunta: “Perdoname, ¿por dónde entran los visitantes?”… era hincha de la “Crema”, me quedé un segundo en silencio y luego le indiqué el camino… pensé en decirle algo, no un insulto, algo como “La tenemos difícil, pero cuidado que todavía no ascendieron ustedes”, pero no lo hice, seguí adelante.

A las doce y veinte del mediodía, minutos más minutos menos, llegué a “El Chaparral”, el lugar estratégico de encuentro que tenemos con los muchachos cada vez que juega el Lobo en el Bosque. Llegué temprano, habíamos quedado que nos encontrábamos una y media. La espera se me hizo eterna, hasta que llegó el Pipa. Nos saludamos, muy serios, concentrados, y me dijo “No es imposible”, “No, no es imposible” le respondí tímidamente, porque no quería generar un exceso de confianza que le cayera mal al “Barba” y nos jugara en contra.

Minutos más tarde se nos unieron el Cone y su tío, “Robert”, que ya es uno más del grupo. Casi no hablamos del partido, pero con la mirada nos dijimos todo… esperanza había pero no queríamos “quemar” al equipo con algún comentario demás.

Eran las dos menos diez de la tarde, y el último integrante del grupo, Leo, se hacía esperar. Estábamos impacientes, llamándolo al celular, porque la hora se acercaba. A las dos en punto, finalmente llegó… “¿Cómo podés llegar tarde justo hoy?”, le reclamamos… El pobre Leo tenía su razón que, en ese momento, por la tensión, no quisimos comprender: se había tirado a dormir un rato, porque había trabajado toda la noche y recién había salido a las 10 de la mañana.

Aclarados los tantos, entramos al “campo de batalla” y nos acomodamos donde pudimos, más precisamente en la ochava de la tribuna “Centenario” que está junto a lo que fue la vieja platea “H”. Las tribunas rebozaban de gente, así que, obviamente, no pudimos subir ni 10 escalones y ni hablemos de colgar la bandera.

Poco tuvimos que esperar para la salida de los “guerreros”, y cuando lo hicieron, abrimos el “trapo” por sobre nuestras cabezas… estábamos orgullosos, porque el sentimiento que expresaba nuestra bandera era el que se respiraba en cada rincón del estadio: “Pase lo que pase seguiremos estando”…

… y el partido empezó, con el Lobo pateando hacia el arco que da espaldas al Bosque. El primer tiempo fue como todos lo imaginaban, Gimnasia manejando la pelota, abriendo la cancha, dominando, pero faltándole “profundidad”, y Rafaela esperando, buscando alguna que otra “contra”, que salvo jugadas aisladas no inquietaba a la defensa del Lobo.

La primera llegada clara del Lobo, fue un centro desde la derecha del “Chileno” Ormeño, toque del “Tornado” y… al lado del palo… casi lo gritamos… porque nosotros estábamos viendo la jugada desde la izquierda. Fue lo más claro que hubo en el primer tiempo, que terminaba cero a cero.

El entretiempo fue una tortura, el solo hecho de pensar que quedaban nada más que 45 minutos era devastador. Nos mirábamos los 5 compañeros de cancha, no encontrábamos palabra para romper con tanta angustia. Por un momento me acordé de nuestro pobre amigo que estaba en el “fin del mundo”, tan lejos de acá y tan presente en el sentimiento, y me preguntaba cómo lo estaría viviendo…

Casi sin avisar, el segundo tiempo empezó. Y para colmo de males, a los 12 minutos, se fue expulsado Teté González y el “8” de ellos, porque nuestro jugador quería sacar en andas de la cancha a éste último por “estar acalambrado”. “Ahora sí que los Rafaelinos se van a cerrar atrás”, pensé.

Por suerte, aquel hecho quedó en el olvido cuando a los 27 minutos, el “Pampa” Sosa desborda por izquierda tirando una pelota venenosa a la puerta del área chica que el “Tornado” Alonso empuja al fondo de la red. Llegaba así el tan esperado primer gol. Hubo un grito reprimido en el estadio, mezcla de fe, porque se podía empardar el marcador, y de conciencia, porque el tiempo nos estaba ahogando, hundiendo, traicionando.

Sabiendo esto, Madelón mandaba cada vez más jugadores en ofensiva para buscar el milagro, y dejando inevitables espacios que Rafaela intentaba aprovechar de “contra”, lo que casi les da fruto en un par de jugadas…

Y como si fuera poco, los nervios le jugaron una mala pasada al “Pampa” que se iba expulsado por chocar con un rival. “¡¡¡Dios, pateá un poquito para el Lobo, por favor!!!”.

El partido se iba… la fe estaba, pero el reloj se empeñaba en seguir su ritmo, hasta que pasó lo que tenía que pasar, o más bien lo que queríamos que pasara… Cuevitas, que traía la pelota por izquierda la toca, metros más adelante, para Aued quien lanza un centro pasado para que el chiquitito Niell cabeceara y… Goool!!! Iban 44 minutos y estábamos a tiro. En ese momento, para darme más esperanzas quizás, me acordé de aquel partido del año 2000 en La Bombonera, cuando el Lobo perdía 3-1 con Boca y, a dos minutos del final, lo empataba con mucha garra y corazón… No terminaba de recordar esto que… Cuevitas agarra la pelota por la izquierda y ahí va, hace pasar de largo a un defensor, levanta la cabeza y tira el centro al segundo palo, donde, cuando todos creían que se perdía por el fondo de la cancha, aparece, una vez más, el mismo chiquitito que se lanza al vuelo en “palomita” y, cambiándole el palo al arquero, decreta estado de delirio en el Bosque de La Plata. Goooool!!! El grito envolvió a toda la ciudad… lágrimas por aquí, lágrimas por allá, gente abrazándose con gente con la que nunca había hablado… el tercer gol del Lobo era el diagnóstico de un inminente colapso de todos los corazones presentes en ese estadio y de otros tantos corazones que no habían podido estar. Ningún cardiólogo, salvo el Doctor René Favaloro, que aquel 12 de julio de 2009 hubiera cumplido 86 años de vida y que, además, era “Tripero de Ley”, habría entendido cómo tantos corazones aguantaron tantos sentimientos simultáneos.

Con el “pitazo” final, los festejos se extendieron rápidamente por toda la ciudad y por varias horas. El centro platense fue una fiesta azul y blanca, con mucha alegría, cantos, pirotecnia, abrazos, lágrimas y lo más importante: en familia. Nuestro amigo, en el Sur, llamó nuevamente y, entre lágrimas, cantábamos las canciones del Lobo como si estuviera ahí con nosotros, en 7 y 50…

Para todos, es decir, diarios, periodistas, opinólogos, etc., desde aquel jueves oscuro, estábamos descendidos. Esa tarde nadie daba nada por Gimnasia, pero el Lobo se impuso, contra la adversidad, contra los pronósticos, contra los que deseaban que cayera…

Muchos minimizan nuestra hazaña diciendo, “¿La promoción festejás?”. No señores, no es la promoción lo que festejamos, es el orgullo de vestir estos colores, es el orgullo de saber que, como Mens Sana, no necesitamos a nadie a quien recurrir para lograr objetivos, porque nos tenemos a nosotros y, por supuesto, es el orgullo de estar en las buenas y en las malas… en las malas mucho más.


Diego E. Barrios

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