domingo, 4 de abril de 2010

Había que estar

Una vez por semana, a veces dos, teníamos la necesidad de encontrarnos y disfrutar del olor de los chorizos que iban asándose lentamente. Las caras no eran siempre las mismas, algunos hacía bastante tiempo que no aparecían a cumplir con el viejo rito, pero hoy era distinto, hoy el motivo era otro y había que estar.


En mi caso particular, en parte por cábala, y otro tanto porque ya no son los 70’s y ahora la guita no alcanza para pagar cuota, bono y pasajes, dejé de disfrutar la soledad de un chori o un paty en los jardines del bosque -como dicen mis amigos de la GGG- para ver los partidos con los mismos nervios y la misma pasión frente a mi televisor. Pero hoy había que estar.


¡Los 60’s … los 70’s! Si algo extraño son esos 20 años dorados, donde los códigos eran la Biblia, los pensamientos, revolución y los puños, las armas con las que defendías lo que es de uno, y no sólo el humo de las parrillas se olía por el bosque platense.


En esos años el Lobo comenzó a ser “el Lobo” de la mano del Loco Ciaccia, los Bayo, Rojas, Prado, Gómez Sánchez y, para mí, Lobo no nacido en cuna tripera, marcó el comienzo de mi ida a las canchas.


A fines de los 60’s pasar música fue mi modo de vida y expresión y Guilligan era mi apodo, lo que ahora llamaríamos nick. Daba gusto ver cómo muy a pesar suyo, los "chetos" tenían que bailar al ritmo de La Barredora en el boliche de moda y en la cancha.


El dinero, las ambiciones desmedidas, hicieron que se vea frustrado el sueño tripero, y muchos de los que hoy estamos aquí sufrimos una nueva frustración.


Marcelo, mientras levantaba el vaso de vino, me recordaba el equipo del '78 y la alegría que daba ver jugar a Beltrán y tener la valla casi invicta que defendían Vidallé y la dupla central Gutiérrez y Pellegrini, sólo dos goles en contra en medio torneo.


En esos años obtuvimos el bicampeonato 78-79 de básquet, pero en fútbol también sufrimos como hoy. Pobre actuación en el campeonato y un cuadrangular definiendo la permanencia o no en Primera División.


Por eso hoy había que estar.


Y aunque no lo creas, estábamos todos.


Juan José nos explica que su hermano viene después, que estaba preparando todo para festejar su cumpleaños.


Los titulares de los diarios destacaban que serían 90 minutos a toda pasión, como si ellos supieran de lo que estaban hablando, demostrando lo contrario al marcarla limitada en un espacio de tiempo y considerando que la concurrencia sería no multitudinaria ya que remontar un 0-3 era algo casi imposible de concretar, teniendo en cuenta las realidades del equipo.


Por eso había que estar, porque el revertirlo era la dicha, el milagro, la risa incontrolable; y el no hacerlo era el aplauso sostenido al equipo que se iba al descenso y sería como la despedida a un amigo que, sabemos, se le hará difícil regresar, y entonces el abrazo se hace más intenso, más largo, más tierno, queriendo fusionar todos los sentimientos y transmitirlo sin palabras.


Por eso había que estar.


Porque era tiempo de recuerdos, de emociones similares, y juro que cada uno de los presentes era fiel testigo de lo que se había vivido.


El Torugo, mientras ponía un poco de chimichurri al vacío, recordó aquella tarde en Vélez donde el Loco Fierro se trepó a la reja que dividía la platea local de donde estábamos nosotros al ver que la pandilla (¿cómo puede llamarse una barra de fútbol "La Pandilla de Liniers?) iba tomando posiciones con interés de apedrearnos. Cuando lo vieron, torso desnudo y esperándolos, les agarró pánico y huyeron.


Los partidos en la Boca siempre dejaron anécdotas.


Jorge cuenta la vez que el Torugo iba montado en la ventanilla del auto que lo trasladaba por Dock Sud hacia la bombonera. Estaban arreglando el puente y nos desviaron por dentro. A uno de los que iban adelante se le cae la camiseta que llevaba agarrada en el vidrio.

- ¡¡¡ La 5 !!!

- ¡¡¡La del Chaucha Bianco!!!

Abro la puerta y me inclino a recogerla pero Damián me grita:
- ¡Agarrate!

Y da un volantazo que me impide tomar la preciada prenda.


Desde la esquina, alguien con pilchas bosteras tiraba hacia la caravana. El Torugo sale -como lo hacía el Loco Gatti del 404 naranja- y, 22 en mano, repele el ataque, toma la camiseta, le da un beso y corre hasta el auto haciéndola flamear nuevamente desde la ventanilla.


El Vikingo me recuerda otra de la Boca. Noche lluviosa. Día laborable. Ya habíamos cortado las buenas relaciones con la 12 y queríamos mostrar que no nos asustaban.


Me encuentro casi solo en la segunda bandeja que en ese entonces nos daban, ya que llegué para abrir el estadio. Afuera comenzaban a sentirse tiros y gritos. Ya están por salir los equipos y la 22 aún no llega. De repente aparece el Tóxico con el brazo ensangrentado y con un corte profundo. Rompo mi camisa, le hago un vendaje y el muy inconsciente me dice que hubo una encerrona y que se volvía a ayudar. No lo volví a ver hasta hoy.

Ya va siendo la hora.


Nos fuimos acomodando en nuestros lugares de siempre o en donde pudimos acomodarnos.

Por los parlantes suena un tema de Los Redondos y el Negro me grita:
- ¡Vamos a brillar! ¿Te acordás cuando el Indio cantó "me voy corriendo a ver que ha escrito en la pared la hinchada del Lobo"?

Sonreí asintiendo, pero el Dale Loooooooooobo!!! hubiera tapado cualquier intento de respuesta ya que en ese preciso momento sale el equipo y el griterío es tan grande como la fe que teníamos.

Iban corriendo los minutos, se me cruzaron las imágenes del penal de Marchi en el cuadrangular del descenso, el ascenso, la Centenario, el inicio de las copas Nissan contra el Yokahama Marinos del que la empresa automotriz es dueño, los subcampeonatos con el viejo Timoteo y el de Pedro, las copas internacionales en las que participamos y la angustia iba dando paso a la resignación.

El gordo, que estaba junto a la bandera que puso su familia en la ochava de 60, había empezado a treparse al alambrado cuando ya iban 70 minutos.

Aprovechó e ingresó junto con el Pampa y hacía señas para que entráramos y no lo dejáramos solo. En ese momento el Pampa tira un centro y dos manos toman los pies de Capogrosso permitiendo que Alonso marcara el primero.

El arquero visitante miraba al piso buscando explicación sin poder ver qué lo había amarrado como con grilletes de fierro. Entre los yuyos, Marcelo se reía de forma tal que le daba más significado a su apodo de Loco. Su Banda empezó a alentar más todavía recordando eso de las buenas que ya van a venir, pero Teté y el Pampa quedaron fuera por tarjeta roja y ya no faltaba nada.

La hinchada, la más grande, seguía firme alentando aunque con lágrimas en los ojos.
El Chino Zulberti saltó desde la platea al techo del banco de suplentes y sólo Dios y él saben cuáles eran sus intenciones.

En la cancha ya estaban Juan José, el Vikingo, el gordo Montesinos y cientos de viejos hinchas.

Tomaban a Agüero entre varios y lo trasladaban de un lado al otro de la cancha para que rechazara todo intento cremero. Lo mismo hacían con Aued y Rinaudo.

El Negro salta emponchado en la bandera azul y blanca que me vendiera y firmara. Esa con la imagen del Lobo que dice "Con vos a donde vayas" llega al área, ve el centro que ya pasó a Alonso y solo estaba Niell entrando por el segundo palo, pero tan chiquitito que no tendría el salto y la velocidad precisa para conectar esa pelota.

-Serás como mi hija, una …. ¡Paloma Azul!, grita enloquecido, mientras lo toma de los brazos y lo lanza de cabeza hacia el balón, desviándolo hacia la red, dejando al arquero atónito y sin reacción.

Y todo es delirio, llantos, gritos, la avalancha me deja sentado en el tablón.

Por un momento siento nuevamente el olor a madera que recordaba de niño.

Por un momento pienso la misma historia otra vez, las buenas tienen que venir.

El grito de Juan José dirigiéndose a su hermano, me trae a la realidad.

- ¡¡¡Llegaste!!! ¡¡¡Dale, René!!! ¡¡¡Nos falta un tanto para quedarnos en primera!!!

René sonríe. Y casi como queriendo repetir lo que hizo el Negro, toma el corazón de

Franco entre sus manos y le dice:
- Dejame salvar todos estos corazones como hacía antes.

Y Niell, sin entender lo que pasaba, sin comprender de dónde salían sus fuerzas, puso su corazón al servicio del pueblo tripero, le crecieron alas y voló otra vez como paloma azul hacia la deseada victoria.

Nos abrazamos y besamos con los que teníamos al lado. Ya no importaba nada.

René, con una gran sonrisa y su poncho de vicuña, se iba feliz a festejar su cumpleaños junto con su hermano Juan José, y los invitó a todos a ir con él: al Loco Fierro, al Negro José Luis, al gordo que lloraba porque veía a su familia llorar… también alcancé a ver a Carlín, el que se había tirado en paracaídas en aquel clásico.

Eran miles.

Imposible distinguir a todos.

No sé porqué no fui con ellos.

Tal vez porque me abrazaba con Sebas y le susurraba con lo poco que me quedaba de voz:
- Te lo dije, no me lo podía perder.

Había que estar.



Big Wolf. La Plata.-

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