viernes, 30 de abril de 2010

El día que cambiamos la historia

¿Cómo resumir en un cuento lo que no alcanzaría en una enciclopedia? Esa fue la primera pregunte que me hice cuando decidí sentarme a contar una de las tantas emociones que me hizo vivir, sentir y por que no también sufrir mi Lobo querido…

Pero si de esas tres cosas hablamos, como olvidar aquella fatídica tarde de miércoles cuando nos juntamos con toda la barra para alentar en uno de los momentos más difíciles que nos tocaba vivir a todos los Triperos. Pero el día había llegado y teníamos que ponerle el pecho una vez más.

Tarde soleada, a pesar de ser pleno invierno. La tribuna nos quedaba chica, como siempre. Cuando “Leo” Madelón y los muchachos saltaron a la cancha el recibimiento dejo atónito a todos los santafesinos. Claro, era de suponerse, al no haber jugado muchas veces en primera y no habernos enfrentado tan seguido, no sabían del todo bien que no sólo enfrentaban a Gimnasia, sino también lo hacían contra su gente, porque nosotros siempre jugamos con uno más.

Todo era optimismo. Enfrente estaba Atlético de Rafaela que había logrado jugar la promoción casi sin imaginarlo. Ese ítem le daba al partido un condimento más como para ilusionarme con que este escollo lo íbamos a sortear entre todos y que nos íbamos a quedar en Primera División a donde pertenecemos por ser el Decano de América y por tener la hinchada más seguidora del país, sólo con eso a nosotros nos alcanza para ser el más grande.

Pero nada hacia suponer que esa tarde iba a ser una de las más tristes de mi vida. Cuando la pelota empezó a rodar, el nerviosismo era típico de una final. Típico de cuando juega el Lobo. Los corazones latían cada vez más fuerte y encima estos tipos se nos estaban viniendo contra el arco del “Gato” Sessa cada vez con más peligro. Me empecé a mirar con mis amigos y no había que decir nada, porque los Triperos somos así, nos entendemos con la mirada, una relojeada para el costado entre dos hinchas en una tribuna puede hacer presagiar el mayor de los regocijos por alguna pelota colgada en el ángulo por el “9” de turno que tenga la dicha de vestir la azul y blanca, o la peor de las puñaladas futboleras como la que aquél día íbamos a recibir. Y si hablo en plural es sólo para que ustedes entiendan lo que quiero decir, pero en realidad no fue una, fueron tres las puñaladas al corazón de todos los que nos habíamos ilusionado con dejar atrás ésta horrible instancia sin demasiados sobresaltos. Fue 3 a 0 de visitante! Increíble, pero real.

Sólo la inspiración de un grandote que jugaba arriba, y que por unos días pasó por los canales de televisión como si en él se hubiese reencarnado Batistuta, y esto no es sólo una manera de graficar la situación, ya que hasta algunos medios llegaron a apodarlo “Bati” por aquella gloriosa tarde para él. Cosas que tiene el fútbol. Un muchacho esforzado, que valla a saber uno donde anda hoy en día, se levantó una tarde con todas sus luces encendidas y ya lo comparan con uno de los mejores delanteros de los últimos años a nivel mundial.

Lo cierto es que gracias a sus tres gritos en Rafaela yo tenía ganas de que la tierra me tragase, de que algo pasara y que el tiempo se detuviese ahí y no avance más.

Pero este anhelo no iba a ser posible y había que salir a la calle y esperar que llegue el domingo para que vengan al Bosque y rogar para que este cuerpo técnico y estos jugadores que habían dejado de lado “guita” y prestigio para venir a salvar a Gimnasia del descenso, vuelvan a responder como ya lo habían echo en proezas anteriores como cuando silenciamos Tucumán con aquel cabezazo de “Tete” González o el triunfazo en La Bombonera con los goles de Diego Alonso y el “Oso” Agüero.

Después del partido me encontré con amigos, que a pesar de no ser Triperos como yo, sabían que solo estaba con los ojos abiertos porque mi sistema respiratorio funcionaba de maravillas, pero que en realidad estaba muerto en vida y sin entender lo que estaba pasando. Hasta que uno se animó a hablarme, todavía no entiendo cómo tubo ese coraje, lo único que atinó a decir fue:

- Mal el Lobo no?. Lo mire desencajado, se me hizo un nudo en la garganta, miré hacia abajo por respeto a los que todavía piensan que llorar no es cosa de hombres y nada más alcancé a responder:

- No nos podemos ir a la “B”.- Me apoyó la mano derecha en el hombro y sin saber que decirme, balbuceo con voz tenue:

- Tranquilo, todavía falta un partido.

Valoré muchísimo el esmero que estaba poniendo para intentar recordarme que no todo estaba perdido cuando uno está dispuesto a entregar el corazón.

Fue así como me dispuse a esperar que llegara el domingo para ir a la cancha como es habitual, a darle todo mi apoyo al equipo como lo hago desde que tengo uso de razón, pero esta vez había que estar más que nunca, porque es muy fácil ir cuando las cosas van bien, pero los fieles de verdad se ven cuando la cosa está fulera, cuando nadie dice presente, es ahí cuando la “22” siempre está, y es eso lo que nos hace distinto a todos.

Los días previos al encuentro decisivo se hablaba todo el tiempo de lo mismo, de cómo tenia que salir el Lobo a buscar el milagro que nos deje en Primera. Algunos opinaban que había que jugar con tres atrás y tres arriba, otros decían que teníamos que jugar igual, porque el cambio de táctica con que Madelón había jugado todos los partidos de la temporada podía condicionar al equipo que jamás había ensayado variantes tácticas. En fin.

Creo que fueron no sólo horas eternas, sino también en las que menos hablé de fútbol. Yo sólo quería que llegue el día del partido y que sea lo que Dios quiera. Trataba de consolarme pensando en una realidad que para ese momento no era consuelo ni tampoco novedad. Con Gimnasia jugando en la “A”, en la “B” o en la luna voy a seguir siendo el mismo enfermo que queda al borde del infarto cada vez que la pelota empieza a rodar en un campo de juego y que para uno de los dos lados patean once de camiseta blanco con una franja azul en el pecho.

Hasta que al fin llegó el momento de la verdad. Domingo 12 de julio del 2009. Todo era incertidumbre. Comencé a prepararme para una tarde que sabía iba a ser larguísima, sea cual fuera el desenlace de la historia. Me puse la camiseta, pasé a buscar a la banda, y a la cancha.

Cuando llegamos faltaba un rato largo para el pitazo inicial, pero como a mi vieja le gusta ponerse atrás de algún para avalancha, fuimos más temprano que nunca. Ella era una de los tantos que soñábamos con poder aunque sea por una vez torcer el destino a favor nuestro. Y como gimnasistas que somos, nos aferramos a lo único que desde siempre nos mantiene en pie, nuestra ilusión y nuestra gente.

Ya estábamos a nada del partido cuando por primera vez, creo que fue por tantos días de no hablar de fútbol y de callar tanta bronca que tenía adentro por estar viviendo una situación en la que estábamos por culpa de gente que nunca tendría que haber entrado al club y que seguramente mientras yo miraba el horizonte sufriendo por no saber que iba a ser de nosotros en la próxima temporada, se debía estar paseando por el mundo sin importarle haber dejado una institución desvastada. Por todo esto que relate anteriormente fue que con todas mis fuerzas acompañé a mi raza al grito de “hoy hay que ganar basurero, hoy hay que ganar”.

La hora del partido llegó, se infló la manga y salió el Lobo con un recibimiento impresionante. La cancha reventaba como en los mejores años del club, cuando de la mano del “Viejo” Timoteo, peleábamos por cosas grandes y estábamos donde nos merecemos estar, pero acá la realidad era otra y para volver a ser lo que alguna vez fuimos había que ganarle por tres de diferencia a un Atlético de Rafaela que nos había dejado con la boca abierta luego del partido de ida.

Comenzó a jugarse con un Gimnasia tirado todo al ataque, pero los minutos pasaban y no podíamos meterla. La desesperación se adueñaba de todos, pero el aliento era incesante. Final de la primera parte con empate sin goles y nuevamente nuestras miradas cómplices que decían muchísimas cosas, pero que nadie se atrevía a exteriorizar. Valla a saber por qué. Algunos por no “mufar” con su pensamiento, otros seguramente por no ser pesimistas y otros como era mi caso, porque me permitía soñar para mis adentros, aunque sabía que la película era cada más de suspenso.

Con la segunda mitad en marcha, al Lobo se lo veía de la misma forma, decidido a buscar al menos un descuento que le de fuerzas anímicas para enarbolar el tan ansiado milagro futbolístico, pero nada de esto pasaba y el partido se iba muriendo de a poco, hasta que en una jugada aislada la pelota le cayó al “Pampa” por la izquierda, centro por bajo y gol del “Tornado” Alonso. Les confieso que no se si por nervios o por la emoción, o por un poco de todo, no lo pude ni gritar, quedé callado y en la misma posición en la que estaba antes del tanto. Lo único que hice fue mirar al cielo, busqué un rincón en donde encontrar al culpable de esta enfermedad que tengo desde que nací, y que es la más hermosa del mundo llamada Gimnasia y que me la dejó como herencia mi abuelo, con quien me encuentro en cada gol Tripero desde el día de su partida, y le pedí a él y a Dios que hagan realidad el sueño de todo el pueblo albiazul.

Luego de tanta súplica, bajé la cabeza para volver a meterme en el partido y observé que había entrado “Franquito” Niell. Si yo era el D.T. Iba de titular, pero confiaba en “Leo” Carol que venia haciendo las cosas bastante bien, y luego de un centro de “Luli” Aued apareció el “Enano” travieso por el segundo palo cabeceó y metió el segundo. Ese sí lo grité con alma y vida y aunque faltaba nada para terminar el partido, sólo un par de minutos, ya lo hecho por mi Lobo era dignísimo.

Pero lo mejor estaba por venir. Porque en el último minuto de adicionado, la agarró “Pipino” Cuevas en tres cuartos de cancha, punta izquierda, jugada casi calcada a la relatada anteriormente, puso un centro que se desvió en la cabeza de un central de ellos que, en el afán de rechazar la peinó hacia atrás y no hizo más que servirle el tercero nuevamente a Franco Niell. La cancha se venía abajo, lo grité hasta no se cuando, esperé el final desesperado, el corazón ya no me respondía de tanta emoción acumulada durante días, semanas, meses de angustia. Pitazo final y delirio total en el Bosque, Gimnasia y Esgrima La Plata se quedó en Primera División señores.

Fue un domingo inolvidable, uno de los más felices de mi vida sin ninguna duda, es que después de tantos años de malaria nos merecíamos una alegría como esta, pero no por haber ganado una Promoción, es que por la manera en que se dio, no sólo se disfruta el triple, sino también porque le vamos a poder contar a nuestros hijos, nietos y bisnietos, por que no, que Papá, el abuelo, el bisabuelo, estuvieron ahí aquél día. El día que empezamos a cambiar la historia.


Gastón Granero. La Plata.-

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