martes, 9 de febrero de 2010

Destino incierto

Un hondo pesar habitaba en su corazón, habitaba desde hacía ya un tiempo, cuando la desgracia toco la puerta de todo un pueblo, haciéndolo caer en el desconsuelo, pero nunca en la desesperanza. Pero sobre todo esa noche, la noche que llevaba al 12 de Julio, la noche que conducía a la verdad inevitable, aquella noche había padecido extraños sueños, una criatura con grandes alas negras, encapuchado, con vestimentas rotas, se le había presentado como aquel que tenía el conocimiento de lo que acontece, el poseedor del futuro, el destino.
-Tu suerte esta marcada por la desgracia y el sufrimiento- Fueron las primeras palabras de este ser. – Hoy no será la excepción, pierde toda esperanza, que aquello que tanto anhelas nunca se concretará- Y con estas últimas palabras se desvaneció en la oscuridad de ese sueño perturbador.
El sol se metía entre las rendijas de la persiana y despertó a Juan. Abriendo lentamente sus ojos y sumido todavía en aquella pesadilla que se mezclaba con lo real, se levantó y se sentó al borde de su cama. Miro ese poster gigante al lado de la foto de su madre, esa imagen de un Lobo hambriento y aullándole a la luna. Se quedó observando cada detalle por un largo rato, como esperando que ese Lobo se moviera, se alimentara, saciara su hambre voraz y pueda al fin calmar esas ganas de gloria y con esas garras despedazar a sus víctimas, masacrarlas, dominarlas, haciéndolas suplicar piedad.
No había podido conciliar el sueño aquella noche, no se sentía descansado, se sentía impaciente, nervioso, apesadumbrado, triste, pero sentía esperanzas, el ser de su pesadilla lo incomodaba, sobre todo sus palabras “pierde toda esperanza…”, pero no podía dejarse llevar por un sueño, no podía perderse ante la adversidad, eso fue lo que tantos años de nadar contra la corriente le enseñaron, nunca caer, dar hasta el último respiro, eso lo enseñó el ser hincha de GIMNASIA.
Ese día no pudo comer nada, el estómago le chirriaba al igual que una puerta oxidada, pero Juan tenía otras cosas en que pensar. Mientras se acercaba el momento de la última batalla del año se sentía con más fuerzas, con más ánimos, y de a poco pudo ir olvidándose de su pesadilla, cosa que nunca logró por completo.
Tenía su entrada en el bolsillo desde hacía ya mucho tiempo, por miedo a perderla, y en el mismo bolsillo llevaba un rosario, un regalo que su abuelo le había dado antes de morir.
Faltaban pocas horas y se dispuso a marchar hacia el Bosque, hacia la casa del Lobo, de su Lobo, pero esa vez fue distinto a tantas otras, esa vez fue con más firmeza, más seguro, infinitamente más triste si, pero Juan sabía que mientras más duro se pone el camino, más fiel a sus convicciones debía ser.
Pudo ver que el rostro de la gente expresaba las mismas sensaciones que el suyo, esa mezcla de desazón y esperanza.
El partido estaba por comenzar, faltaban sólo los protagonistas, faltaban los 11 lobos hambrientos de gloria, sedientos de venganza, con el corazón en la mano, dispuestos a matar por esa camiseta azul y blanca, a entregar cada latido, cada palpitación, cada gota de transpiración, cada lágrima.
Al fin salieron, la multitud exaltada comenzó a gritar, le piel se le erizó, emocionado e inflando el pecho se dijo, estoy orgulloso de ser de GIMNASIA.
Junto con el pitido inicial miles de sueños se encendieron, los corazones se llenaron hasta cada rincón de sueños, esperanzas y anhelos. Nada importaba ya, solo había y existía una cosa y estaba delante suyo, no había sueño más grande que dar vuelta ese resultado tan adverso y que como tres balas habían perforado cada corazón gimnasista.
Los minutos pasaban y el rostro del monstruo de su pesadilla aparecía frente a él. Lo escuchaba reírse, lo sentía disfrutar, deseoso de ver como se esfumaba la esperanza en el alma de todas esas personas que estaban ilusionadas de lo imposible, bañadas en sueños de lo inalcanzable, sin saber como ni donde habían conseguido esos sentimientos.
Los primeros cuarenta y cinco minutos pasaron en un respiro, cayeron en lo que tarda una hoja en tocar el suelo desde un árbol.
No podía sentarse, su alma no se lo permitía, tenía que luchar desde su lugar, hacer lo que le correspondía, batallar contra esa criatura que lo alejaba de la realidad y lo sumergía en la desesperación.
Con el segundo pitazo comenzó nuevamente otra etapa, la última y más importante, sabía que era el final de todo un ciclo de trabajo y de sufrimiento, todo lo vivido hacía un año se resumía en esos últimos cuarenta y cinco minutos.
La criatura comenzaba a ganar, el destino empezaba a jugar su papel de irreversible y el corazón de Juan comenzó a palpitarle más fuerte, empezando a caer en las palabras de “pierde toda esperanza”, cerró los ojos y lo vio delante de él, era tan real, tan cercano, hasta podía olerlo, y lo escuchó una vez mas – Ya está, déjalo ser, el tiempo se cumple, yo soy la verdad, soy lo inevitable, soy el destino- Acercándose lentamente hacia él quiso convencerlo, quiso seducirlo.
-NO- Dijo Juan.
De repente, en un grito unísono de gol, abrió los ojos.
Nuevamente el pecho se le encendió y pudo alejarse unos pocos pasos de esa criatura vil. Pero la sonrisa del monstruo no se esfumó, todo lo contrario, levantándose un poco la tela que cubría su rostro dejo ver sus dientes, erosionados por el tiempo y en una risa paso su lengua de víbora por sus labios finos.
-Dos soldados van a caer- Dijo y se relamió.
Cansado y muy perturbado, pudo ver como acontecía lo que su pesadilla relataba.
La criatura sacó un reloj de arena de entre sus ropas y este comenzó a funcionar en una cuenta regresiva que no tenía vuelta atrás.
-Déjalo ser- Repetía una y otra vez la criatura.
Los ojos de Juan se llenaron de lágrimas, el tiempo lo acorralaba, lo arrinconaba y lo llevó a la confusión.
-Desesperanza- Decía el ser.
Juan se sintió avergonzado de lo que sentía, se sintió mareado, tambaleaba, nunca estuvo tan cerca de caer en el abismo negro y frío llamado desesperanza, las palabras de su pesadilla parecían tan reales…
Extendió su mano dejándose llevar por esas palabras llenas de veneno, y sintió como alguien le frenaba el brazo, miro hacia atrás y era su abuelo, aquel que una vez pintó su alma de azul y blanco para nunca más borrarse.
Abrió nuevamente los ojos y vio como un héroe saltaba y daba ese cabezazo y vio como se inflaba la red con el grito de cientos, miles.
Esta vez la sonrisa del monstruo desapareció mirando al héroe regresando nuevamente hacia su terreno.
Sus piernas temblaban, tomo el rosario de su abuelo con fuerza y lo estrujó contra su pecho, sentía la cruz clavándose en su alma.
Comenzó a alentar y a gritar con más fuerza que nunca, no le salía otra cosa que no fuera gritar, que aullar como el lobo de su pared.
El monstruo comenzó a desesperarse y agitando el reloj aceleró su marcha, todos bien saben lo tramposo que puede llegar a ser el destino y con una risa deforme miro fijamente a Juan y le dijo – Es hora- Sacó de encima de su cabeza las telas rotas y lo pudo ver, puedo ver sus ojos oscuros y llenos de verdad, infinitos como el espacio y oscuros como un abismo.
-Es hora- Las últimas arenas caían del reloj, no podía ser, estaba pasando, estaba sucediendo, se sintió mareado, nuevamente dudo y tambaleó, dudo infinitamente, y empezó a caer, lentamente, su cuerpo caía hacia delante, se terminaba todo…
Pero esta vez, junto con otras miles de personas dijo –No, queremos hacer historia- Y con el mismo héroe encabezando el ejército de lobos, ese héroe, el lobo más pequeño y diminuto, pero tan feroz como los otros, todos juntos gritaron “NO”.
En un instante el estadio enmudeció, en un instante que pareció eternidad. Le pareció escuchar a la bestia gritar, pero no le importó, las lágrimas caían como lluvia, el estadio explotó en júbilo, desahogo, había olor a hazaña, a logro, a imposible. No conocía a nadie en ese templo, pero se sentía hermano de todos, era hermano de todos, hermanos de sentimiento, de sufrimiento, todos padecían los mismos temores y todos habían luchado hasta las últimas consecuencias. Juntos se unieron en un grito lleno de gol, de salvación, de fe, de honor, de gloria. Habían conseguido lo imposible, lo inalcanzable, todo un pueblo derrotó a la fuerza irreversible del destino, a fuerza de pulmón cambiaron el rumbo de lo escrito, arrancaron la página de la derrota y escribieron con sangre un nuevo capítulo en la historia y forjaron el camino que ellos querían para sí mismos.
Esa noche Juan no pudo dormir, como muchos otros, la noche que llevaba a quien sabe que fecha, ninguna criatura se le apareció prediciendo el futuro, había aprendido que en realidad nadie lo conoce, que cada uno lo construye, que con voluntad y fuerza las cosas pueden ser como uno las quiere. Pero ese no era el final ni mucho menos, era el comienzo de un nuevo capítulo en la vida de miles, un capítulo que nadie sabe que contendrá, las buenas ya van a venir dijo alguna vez alguien, y todos los domingos se repite la misma frase, y en cada corazón, no solo de la gente “tripera”, sino de todos aquellos que fueron testigos de tal hazaña, el día 12 de Julio quedará para siempre como el día en que cambiamos la historia.-


Carlos Alberto Rojas Lara. La Plata.

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