martes, 9 de febrero de 2010

El día que quise ser hincha de Gimnasia

Corrían las 17 hs pasadas del domingo 12/7, daba vueltas delante del tele. Se va, pensaba. Los miraba tirar pelotazos frontales que no conducían a ningún lado; los minutos corrían y yo seguía pensando...se va. Fue como una especie de trasformación interna, un ir y venir de flujos inexplicables dentro de mi cuerpo. Mi mujer me alcanzó un mate, y la miré como por primera vez; se va le dije y le rechacé el mate con la mirada. Dolido, le escapaba a la pantalla mirando por la ventana que recortaba un cielo azul, y al volver los ojos al campo de juego dije en voz alta: nos vamos. Lo dije casi entre lágrimas, apretando la sábana, casi estrujándola con la mano. Y en eso momento no sabía de pasado o futuro, solamente que nos íbamos y que estábamos ahí en las tribunas o delante del televisor. Pero estábamos: impostergables frente al tiempo y a toda la puta historia que nos acorralaba en estos últimos veinte minutos; este corolario que no podía tener otro final nos arrancaba lágrimas y lágrimas, no de dolor (porque ser hincha de gimnasia no duele este en la “b” o la “c” o la liga ecuatoriana), sino de injusticia, de bronca e impotencia.
Y llegaron los veintiocho minutos del segundo tiempo y la pierna del Tornado me arrancó un grito corto y seco, lleno de bronca. Yo que nunca había gritado un gol del lobo; todavía dudaba, iba y venía entre el “nos vamos” y el “se va”. Volvió mi mujer con otro mate y lo chupé despacio, pero el corazón me latía como miles y miles de corazones desesperados... hasta que llegó Franco a los 42 y grité con odio, con rabia, miré el cielo y no pude evitar putear: la puta madre, nos falta quedarnos a un gol. No pude pensar más, estaban corriendo los segundos más largos de mi vida. Cada traslado de pelota, cada centímetro era una vida que corría; me había transformado por completo y no cabía en mi tanta pasión; temblaba, alzaba las manos al cielo, inventaba cábalas en mis breves segundos de hincha de Gimnasia, como si toda la estirpe que me sucedía hubiese abrazado estos colores. ¿Alguna vez sintieron que se les escapaba el alma, que no les cabía en el pecho? Yo lo sentía y cada milésima de segundo aumentaba el rumor de un hincha, de miles, de una ciudad, de un país, del mundo entero.
Dicen que antes de morir, la vida de uno se sucede como una película breve que selecciona nuestros recuerdos más hondos. Cuando Cuevitas hizo un enganche al borde del área me pasó esa película delante de los ojos, a mí que nunca fui hincha de Gimnasia me volvían las imágenes del 95, del 98, de la fiesta eterna en cada clásico, de los papelitos y las banderas y las bengalas, del paseo que les pegamos en las tribunas. Me volvieron a la mente las caras de mis amigos basureros, de mi cuñado, de mi sobrino, todo eso, en ese breve segundo en el que Cuevas enganchaba y se paralizaba el bosque.
El centro del chiquitito no terminaba de caer nunca, como si más de cien años de historia elevaran esa pelota y la hicieran más pesada; ahí estábamos agarrándonos las manos de cualquiera en la tribuna. Y cayó el centro y nos tiramos de palomita todos, el bosque entero cabeceó esa pelota y ¡Gol! Grité desde adentro, una, dos, tres, mil veces; como nunca en mi vida salté y me abracé a cualquier cosa. Ahí estaba, era la locura más grande, inexplicable y delirante que me sucedió en la vida. Fue un grito eterno el que solté desde adentro, que aún hoy suena en la ciudad como un tambor que redobla la furia de la injusticia.
Cuando me toqué la cara tenía lágrimas, no sabía que había llorado, y aún hoy no lo puedo explicar. No cabía en mi tanta locura, era una vibración que recorría el cuerpo de pies a cabeza; y entre tanto delirio inexplicable, noté que en mi mano latía mi corazón; grande, muy grande, latía furioso en mi mano; yo que nunca había sido hincha de Gimnasia veía latir mi corazón azul y blanco lleno de pasión.-

Guido Kalle Angelillo.La Plata.

No hay comentarios:

Publicar un comentario