sábado, 20 de febrero de 2010

El abandono jamás será nuestro

“No tengo palabras para expresar el sabor amargo que invade mi cuerpo al saber que hoy se dictará el final de una lucha constante por permitir a mi querido club seguir perteneciendo a la primera división del fútbol argentino. Hoy, sabiendo que se nos complicó al final como suele sucedernos, estamos más con un pié afuera que adentro, pero siempre con la esperanza de que los milagros existen, y más cuando uno se los merece por haberse esforzado porque los resultados sean buenos.

Siento que mi cuerpo se desvanece en tanta pasión, inexplicable por cierto, que me hace sentir vivo a la hora del aliento incesante e incondicional que no necesita de retribuciones a cambio.

Sé que a pesar de que muchos lo duden, Gimnasia, el basurero de mi vida, puede seguir combatiendo con la cabeza en alto y los pies sobre el terreno más preciado: la cancha del Bosque, nuestro en mente y alma.

Sé que peleándola hasta el final es como uno se encuentra frente a la victoria, uno alcanza lo que es suyo por merecimiento y no por otra cosa. Cómo el haber encausado todos juntos las circunstancias que se nos plantearon ante el devastamiento absoluto puede llevarnos a la gloria con sólo tres goleadas restantes.

Ya no tengo otra cosa que una fe infinita, una confianza en el equipo, y el amor de siempre, que nuca dependió de los resultados sino de una fuerza mayor que rige en mí bajo los colores sagrados azul y blanco y la sangre que dejó su color natural por correr dentro de mí con el albiazul que me condena a esta loca enfermedad, que me hace sentir más vivo que nunca en los peores momentos.

Llegó la hora de demostrar de lo que uno es capaz por un ser amado, de perder las fuerzas detrás de la pelota que debe encontrar abrigo en el arco contrario, donde tiene que marcar el día en que cambiemos la historia con otro anhelo de grito incesante al canto de: Gimnasia es un sentimiento que nadie lo puede entender. ”

Ese día pensaba sólo en cómo habíamos llegado a esta situación y me di cuenta que sin sufrimiento no vale, que sin conocer el sabor de la derrota no se puede distinguir la gloria a pesar de que cuelgue de nuestras manos; y con eso invadiendo mi cabeza, me dirigí a la cancha de mis amores.

La gente entraba bajo camisetas, banderas, gorros y cantos que demostraban que no se jugaba un partido más, sino el último por la definición.

Las caras de tristeza que jamás permitían el abandono, que lo habían tachado de las normas a partir del primer día de la institución aquel año remontado a la anteúltima década de un 1800, seguían sus miradas en busca de respuestas que no se darían hasta entrada la mitad del segundo tiempo.

Ante el equipo contrario que pensaba abandonar su categoría de la “B” nacional, el recibimiento fue al estilo tripero que nos hermana: las bengalas de humo, las banderas, los famosos bombos y la trompeta, los globos, el canto gritado ante el equipo y el orgullo de ser gimnasista aún en esta situación, se condensaban todos juntos homogéneamente para continuar con el famoso reconocimiento de que marcamos la diferencia con la palabras que van más allá de los valores que pueden expresar: “aunque vayas perdiendo, vayas ganando, la veintidós siempre te estará alentando”.

El viento soplaba en contra para no hacernos perder la costumbre, las cosas no tomaban su rumbo y las esperanzas, como si fuera en efecto contrario, aumentaban dentro de mí: no olvido que mi viejo parecía resignado y yo, con los ojos llorosos y sin dejar de alentar, lo llevaba a confiar en una mínima fe que no tenía razones para seguir existiendo.

Atlético Rafaela corría hacia la derrota desconocida por parte de los equipos, perdía sus fuerzas en las piernas pero jugaban a favor con aquel tres a cero que los presentaba ya triunfantes. Mirando la pelea y defendiéndola con dientes y uñas al estilo de un Lobo en situación de peligro, la roja que nos dejó con uno menos en la cancha pero uno más en la tribuna fue un golpe bajo que hirió (o pensó de herir) a la fiera.

El primer gol fue el primer alivio que sintieron nuestros cuerpos en una carrera contra el paso del tiempo, que por cierto, llegaba a su fin como si alguien hubiese adelantado las vueltas de las agujas del reloj. El llanto no se hizo esperar y humedeció nuestras caras como si se tratara de morir o seguir viviendo.

Pero todavía faltaban dos, era difícil, no lo niego, pero se trataba sólo de creer en por qué no se nos podía dar esa suerte que nos tenía abandonados, esa hazaña que mataría al contrario que empezó a festejar antes de tiempo un resultado inverso.

La segunda vez que vi la pelota adentro, fue cuando el panorama se empezó a despejar bajo los rayos de la luz del sol que nos proporcionaban una vitalidad absoluta. Recuerdo que jamás había gritado tanto, y eso que siempre terminaba con la voz cansada y el dolor gratificante de mi garganta, cuando una mujer que estaba al lado mío miró al cielo y dijo: Dios, uno más, acordate de nosotros; ahí fue cuando mi papá me abrazó con fuerza y escuché la palabra que esperábamos desde hacía una semana cuando volvimos de Santa Fe desolados, la palabra preciada y tan simple como la de Gol!!!.

El mundo se venía abajo, las tribunas no resistían tanta locura que consagró el descontrol, el abrazo con cualquiera fue como el de entre dos personas que aman a una sola.

“Gracias, simplemente gracias. Gracias por demostrarme lo que es amar de por vida incondicionalmente, por enseñarme a luchar, a no bajar los brazos, a como un paso puede marcar una pisada de un gigante que no encuentra huella comparable y ni vientos ni tormentas puede borrar.

Juro de nuevo que muero con mi sangre, que muero bajo el lema que me tatúa en el alma el nombre más gratificante que uno puede llevar en sí: Gimnasia y Esgrima La Plata.

Te amo, y no por seguir en primera, no por el orgullo que siento por vos hoy, sino Lobo por el mismo que me acompaña desde mi nacimiento y regirá mi tumba.”

Cuando llegué y vi los ojos de mi abuelo empañados en lágrimas de amor, corrí a agradecerle que confiara en mí su herencia más querida; cuando me acordé de aquel Bosque enarbolado donde se moría la desperanza y comenzaba una nueva lucha que continúa hasta estos días pero que nos marca a fuego.

La gente que se agarraba del pecho como a causa de un infarto, los jugadores aferrados al alambrado demostrando que ellos habían sido hinchas, los fotógrafos y camarógrafos tratando de detener el tiempo, queriendo guardar bajo una vitrina aquel instante de felicidad extrema que nos dirigía a una nueva batalla, son recuerdos que no se van a borrar nunca, jamás de nuestra memoria, la cual se ve condenada a una gran ilusión que presenta un amor que no sabe de abandonos.

Así, bajo situaciones como éstas que sólo Gimnasia es capaz de hacerlas grandiosas, los hinchas triperos volvemos a firmar, sin un vale de autentificación, nuestro amor en una de las tantas idas (y por cierto, nunca la última) al lugar donde nació por primera vez el equipo que cambió la historia.


Romina Soledad Lonigro. La Plata.-

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