martes, 9 de febrero de 2010

Una Visita Inesperada

La tristeza inundó el corazón de la familia gimnasista, el tercer gol en Rafaela lapidaba la ilusión de terminar vivos aquella dura pelea iniciada un año antes. Aunque en la vida lo último que debe perderse es la esperanza, sabemos muy bien que en los momentos más importantes Dios estuvo siempre en el bosque, pero sentado en la tribuna visitante.

Los entendidos del tema anunciaron que le quedaban pocas horas de vida, pero si iba a partir, ¿cómo no morir junto a él? ¿quién podría abandonar al amor de su vida? A pesar de todo, y fundado en algo que caracteriza a tu pueblo, esa tarde no podíamos y no queríamos hacer otra cosa que ir a verte, aunque sea para despedirte, y prometerte que pase lo que pase, vallas a donde vallas, siempre volveríamos a estar juntos, nosotros nunca te vamos a abandonar porque es imposible vivir lejos tuyo.

Si nunca estuviste solo, ¿cómo podrías estarlo ahora? ¡Claro que no estarás solo!, somos una familia unida, y como tal estaremos a tu lado incondicionalmente. No es la primera vez que el crudo frío invernal viene a llevarte, es más, siempre que peleaste algo importante ese maldito frío pudo más que el calor que baja de tus tribunas y a pesar de dejar todo por alcanzar tus sueños te quedaste con las manos vacías.

Durante tres días una voz proclamaba que no estaba todo perdido, como quien trata de darle fuerzas al enfermo para que no deje de pelear por mantenerse vivo. Por momentos volvía a tu gente la esperanza del milagro, pero rápidamente la maldita estadística, basada en la historia, hacían recordar que Dios en el bosque siempre fue visitante.

Faltan pocas horas para el desenlace final, toda tu gente se congrega junto a ti acompañándote en todo momento y cobijándote con sus cálidos gritos de aliento. Tu casa esta colmada de amantes que vienen a saludarte y aunque a ellos también les ganó la desesperanza, te ruegan que no bajes tus brazos, si vas a morir, que sea con la entereza de un gran titán.

El amor que baja de las tribunas no alcanza para detener el frío viento que nuevamente te empieza a llevar y aunque el desanimo se apodera de tus fieles, estos no apagan su voz tratando de hacerte reaccionar para que la muerte no te lleve. Hay una última oportunidad para hacer que tomes con más decisión tus armas y arremetas fuertemente contra quien quiere arrojarte al abismo, por eso te sacan de las miradas de todos y te llevan a un tranquilo lugar para animarte y tratar de convencerte que existe una oportunidad para sobrevivir, pero solo depende de vos poder alcanzarlo.

Mientras aguardamos tu regreso se hace inevitable, con ojos llorosos, pensar que aunque estés dejando todo lo mejor de vos, igual te estas yendo.

Quedan tan solo cuarenta y cinco minutos para defender tu estadía en esta tierra. Seguís sin encontrarle salida a este problema, tratas por todos los medios vencer el mal que te aqueja, pero aún así no alanzas a lograrlo. El tiempo se consume, y con el tu vida, te vas quedando sin fuerzas; hasta que un zarpaso certero te hizo ver que no todo estaba perdido. Si pudiste golpear una vez, por qué no seguir intentándolo, si quien te tiene atado se va quedando sin fuerzas para poder retenerte. Todavía estas lejos de batir a tu enemigo, pero al ver en su rostro la desesperación porque todo termine tomas fuerzas para seguir en la lucha. Con el correr de los minutos te volvías a caer viendo como la impotencia se apoderaba de tu espíritu y te hacia perder armas valiosas.

Ya sin tiempo, la idea de poder alcanzar el tan anhelado sueño se cae haciéndose añicos contra el suelo, pero aún así faltaba algo, nuestra historia marca que debés quedar a tan solo un paso de la hazaña, aunque sin alcanzarla, es por eso que un minuto antes del final golpearías nuevamente. Ahora si, la historia volvía a repetirse, nuevamente nos ahogábamos en la orilla después de tanto nadar; lejos quedaban ya todos los caminos recorridos durante esas cuarenta etapas que luchaste para no perecer. Tu gente te veía morir de pie, sentíanos como te ibas y por eso, con lágrimas en los ojos, te seguíamos abrazando con el fervor de nuestros cantos.

Nadie en el mundo sabía que por primera vez María había escuchado los ruegos de todos aquellos que fueron a visitarla a su casa de Luján, nunca antes lo había hecho, pero esta vez decidió comprar para su Hijo un lugar en la tribuna del bosque, fue el mismo Dios quien mando doce jinetes para producir el milagro, para que juntos pudieran vencer a la muerte. Una vez más, los seres que Vos envías para cumplir tus propósitos, envueltos por la capa de la adversidad, dudan de tu grandeza y eso hace que dos de tus jinetes caigan abatidos. Los nueve que quedaban pelando dejaron el corazón para cumplir la misión que el Señor les había encomendado y con la ayuda del jinete numero doce, se vio nuevamente la mano de Dios, quién puso un pequeño David entre tantos Goliat para que con un pequeño salto golpee en la cara a la muerte, devolviéndote la vida, esa que minutos antes se escurría de tus manos.

Finalmente aquellas lágrimas que caían se transformaron en un único llanto fruto de la emoción y el desahogo que producía saber que ese Ser tan majestuoso se había sentado por primera vez en los tablones del bosque para premiar la lucha de todo el pueblo tripero.-


Juan Ignacio Coto. La Plata.

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