domingo, 14 de febrero de 2010

Números Divinos

Ochenta y dos, cuarenta y tres, diecisiete, ochenta y dos, cuarenta y tres, diecisiete, ochenta y dos, cuarenta y tres, diecisiete, repasaba mentalmente los números, los sumaba, restaba, multiplicaba y dividía, para ver si podía encontrar un designio divino, una señal de dios, un guiño del más allá, algo que me indicara qué pasaría ese día.
Si, tres generaciones y los mismos ideales nos encaminábamos al “templo”, a nuestra casa, al glorioso Bosque; íbamos en procesión, con otros miles, rezando, cantando, alentando, pensando…., “el viejo” con sus 82 a cuestas y mil batallas en sus hombros, mi hija con sus 17 llenos de emoción y pasando por su primera prueba para ser una “ginasista” de ley, yo, con mis 43, tratando de encontrar en cada esquina, en cada paso, una explicación de por qué habíamos llegado hasta esa instancia.
Entramos y conté los escalones, las banderas y trapos abrazados al alambrado, las columnas, la gente, los que tenían gorra, los que estaban con campera, los que llevaban la camiseta del lobo; era una obsesión, contaba, contaba, contaba y el partido empezó. Contaba los minutos, sacaba la raíz cuadrada de las atajadas, maldecía, gritaba, puteaba y nada.
Mis cálculos se mezclaron con la salida del Lobo, gritos, papeles, azul y blanca la cancha, azul y blanco mi corazón, azul y blanco mi sentimiento.
El partido transcurría y ya casi me había olvidado de hacer sumas y restas, lo único que retumbaba en mi cerebro era esa canción: ”… Hoy le cuento al amargo lo que es tener sentimiento; no me importan las copas, eso es un solo momento; lo que importa es la gente, que es lo mejor que tenemos, que alentamos en la tierra pero también desde el cielo…”.
Sí, me emocionaba ver tantas almas juntas, tantos corazones sufriendo, tantas ganas de estar ahí; todos sabíamos que era un día glorioso, que era un día que no se podía faltar, que algo grande iba a suceder; pero lo que no sabíamos era cómo se moverían las fichas de ese rompecabezas, y eso era lo desesperante.
Pasaba el tiempo y cada tanto mi mente volvía a esos números ocultos, a multiplicar y dividir, pero nada me decía sobre cómo se escribiría la historia.
Corrían los minutos, acabó el primer tiempo, transcurría el segundo y nada, la historia estaba inmóvil, era una fotografía que no se modificaba, no había película, no había final feliz, era una postal gris y fría.
Estábamos ahí, las tres generaciones y miles de triperos más, todos cantando, alentando, con nuestro grito de guerra: “Acá está la gloriosa hinchada del basurero, la que fue a todas partes, cuando fuiste al descenso, a pesar de los años, los momentos vividos, siempre estaré a tu lado, basurero querido, basurero querido”, necesitábamos generar algo que rompiera el maleficio, que diera vuelta la historia.
Me volvían las imágenes, ese fatídico cuadrangular del 79, las canchas recorridas para alentar al lobo, junto con el viejo y sus amigos, y la inmensa alegría de haber estado cuando volvimos en el 88,(en ese momento dos generaciones solamente) y nuevamente sumaba, restaba, dividía, hacia algoritmos, y nada, la historia se empecinaba en sernos adversa.
Pero finalmente llegó el milagro: tres goles, tres delirios, tres gritos, tres abrazos, tres generaciones, y todo para un momento que sabíamos que era irrepetible, único; todos los que estábamos ahí coincidíamos sin decirlo con palabras, que ese momento era histórico.
Recordaba y cantaba la canción que tanto nos une:
“No me arrepiento de este amor, aunque me cueste el corazón, te sigo de la cuna hasta el cajón, daría todo por verte campeón. Y aunque no demos la vuelta el bosque, es una fiesta la locura de Gimnasia, es mi pasión”.



Luego de estar saltando en la tribuna, de contarnos una y otra vez los goles, como para afirmar que todo era cierto, que estábamos despiertos, que no era un sueño, de abrazarnos con el viejo y con mi hija, y de sentir que cada tripero que estaba en la cancha era un amigo de toda la vida, nos volvimos caminando.
Fue ahí, atrás de la tribuna que da al bosque, la del loco fierro , la de “la brava” que alienta sin parar, con ese olor a eucalipto matizado con choripan, tapizado el asfalto con las alegrías de tantos, donde me iluminé; ahí tuve la revelación.
Un solo dato no había tenido en cuenta; la realidad estaba ahí delante mío y nunca la había podido ver; las fuerzas del universo me habían hablado desde el mismo momento en que se pactó el día de la revancha y no lo pude interpretar; era eso, estaba ahí, y se me pasó…
Éramos tres generaciones, éramos tres nosotros, eran tres los goles que había que hacer para quedarse en primera y son tres los deseos que hay que pedir, bueno ese 12 de julio de 2009, se cumplieron los tres deseos: que gane el lobo, poderlo disfrutar con el viejo y mi hija y que de una buena vez la historia comience a torcerse en favor de Gimnasia.

Marcelo Claudio Fraire. City Bell.-

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