lunes, 15 de febrero de 2010

El Orgullo de Ser

Si alguien me hubiera dicho a los 13 años que enamorarme perdidamente de alguien iba a hacerme descubrir un amor mas grande aún, hubiera dicho que era imposible, pero hoy, con unos cuantos años mas y muchísimos recuerdos a cuestas puedo decir que a los 13 años descubrí el amor. Ese amor con el que todos soñamos, ese que nos hace inmensamente felices y a la vez duele tanto que a veces no se puede respirar. Gracias a mi amor de la infancia encontré algo que hasta ese momento no había conocido.
Todavía recuerdo como si fuera ayer, la primera vez que atravesé el Bosque y entre en ese lugar del que nunca me voy a ir; ese hermoso lugar donde miles y miles de personas disfrutan y sufren por igual. La primera vez que entre, sentí como se me cerraba la garganta, como me brotaban las lagrimas y justo ahí fue cuando entendí que nunca mas lo iba a abandonar. Desde ese momento nunca deje de acompañarlo, incondicional, aún en los momentos mas duros de mi vida deje todo por estar ahí; no me importaba el dolor, el cansancio ni la debilidad…estar en el Bosque me llena el alma de una manera que creo que solo los triperos entendemos.
Como decía antes, pasaron muchos años y muchos momentos duros, pero todo aquel que lleve el azul y blanco corriendo por su sangre coincidirá conmigo en que ese domingo todos sabíamos, en lo más profundo de nuestro corazón, iba a ser inolvidable. Fuera por una u otra razón….jamás se nos iba a borrar de la memoria.
Unos días antes tuve la sensación de que me estaban clavando un puñal tras otro, cuando allá lejos de casa, se nos iban derrumbando las ilusiones. Demás esta decir que ese maldito 9 de julio no hubo ni palabra de aliento, ni optimismo que pudiera secar mis lagrimas. Sin embargo, con el correr de los días, la vieja que hace unos años se me fue, me dijo que me quedara tranquila, y me dijo en sueños” Negrita mía, vos sabes como te quiero y no puedo verte llorar… vas a ver que esos gallinas a rayas verticales se van a quedar con las ganas de verlos derrotados”.
Debo confesar que le agradecí por sus palabras de consuelo, pero durante dos días no pude dejar de pensar como iba a prepararme si nos tocaba caer. Acá es cuando entra en juego una persona que conocí hace poco tiempo, pero con la cual tengo la seguridad de que nunca nos vamos a separar… gracias al Lobo. El sábado anterior al choque final, ninguno de los dos estaba muy seguro de que íbamos a hacer, no porque no quisiéramos estar ahí; no nada de eso, sino porque ambos sabíamos que iba a ser espantosamente difícil levantar una situación tan complicada.
A las 4 de la mañana del domingo 12 de julio de 2009, entendí que por mas que diera vueltas en la cama no iba a poder dormir, entonces desafiando el frío, me levante (a oscuras como hago cuando estoy preocupada y no quiero que nadie me descubra llorando) y mate de por medio empecé a pensar que las palabras de la abuela sonaban muy reales en mi sueño, casi como si estuviera recostada a mi lado como cuando era chiquita y tomábamos mate escuchando los partidos. Durante tres horas no paré de pensar en como hacer para que los nervios no me consumieran, y cuando el sol empezó a asomar decidí salir a caminar para tratar de no pensar tanto...cosa que, por supuesto, fue absolutamente imposible. Entonces, sali y caminé no se durante cuanto tiempo ni hacia donde, solo recuerdo que cuando volví a mi casa, mi viejo que estaba en la cocina tomando mate me miró y me dijo…”tranquila, hoy ganan”… Ahí fue cuando supe que ese día no podía estar sola, así que casi rogándole que no me abandonara, convencí a mi amigo para que lo viéramos juntos como siempre lo hicimos desde que la vida nos cruzo cara a cara. Al principio dudó un poco, porque les cuento que él es un poco mas grande que yo, y tuvo el orgullo de vestir la azul y blanca...y no solo eso, tuvo el privilegio de salir campeón, pero esa es otra historia que merece un relato aparte. Bueno, como decía, mi amigo es algunos años mas grande que yo y por lo tanto vivió algunas cosas de las cuales solo tengo recuerdos vagos; por eso yo sabia cuanto estaba sufriendo.
Así que al mediodía, salí sola como cada vez que voy a la cancha, pero con la certeza de que ese día particularmente no iba a estar sola. Entré con la misma alegría de siempre, pero con un miedo enorme a no poder ver lo que todos soñábamos. Ahí, arriba de todo en la tribuna me esperaba mi compañero de cancha recién estrenado, que como de costumbre estaba nervioso. Ninguno de los dos hablaba mucho, pero no era por falta de ganas, sino porque no había mucho para decir.
Hasta que por fin empezó la batalla, y como siempre, todos y cada uno de los miles de triperos que ese día estuvimos al pie del cañón hicimos sentir a los que estaban en el campo e batalla que estábamos ahí con ellos, corriendo, marcando y buscando hasta la última pelota. Una vez mas volví a sentir ese nudo en la garganta como la primera vez que estuve ahí, pero esta vez fue por el orgullo que sentí al ver tanto amor junto. Los primeros 45 pasaron tan rápido para mi que cuando empezó el segundo tiempo no sabia muy bien que sentir, si tranquilidad porque todavía estábamos vivos o bronca al ver que se nos escapaba el tiempo y no la podíamos meter. Y la verdad, era complicado, todos los que estábamos alentando teníamos mas ganar de hacer el tercer gol que el primero, pero como dijo mi viejo esa mañana, íbamos a ganar.
Creo que nunca sentí tan lento el paso del tiempo como esa tarde, no podía respirar, sentía que me desmayaba y no me quedó otra que sentarme contra el alambrado a rezar y pedirle a la vieja que nos ayudara, que soplara fuerte desde allá arriba para que la pelota entrara. Y tanto recé, que de golpe en el Bosque empezó a soplar fuerte el viento, tan fuerte que se formó un Tornado y logró que al menos por un rato se nos renovaran las ilusiones De ahí en más, lo único que recuerdo es a mi amigo, o mejor dicho los pies de mi amigo porque de los nervios que tenia no pude hacer otra cosa que quedarme ahí, agachada rezando, llorando y pidiéndole a quien fuera que no nos dejara morir sin pelear. Lo que si recuerdo muy bien, casi como si lo estuviera viviendo en este momento, es la caricia de Pelu y sus palabras diciéndome” tranqui pelu, ahora metemos el segundo”. Exactamente dos minutos después, llegó el segundo gol, de la cabeza de un grande que cabeceó como si tuviera la altura del Pampa Sosa y dijo…Señores el Lobo es de primera y de primera no se va… A esa altura del partido, ya éramos varios los que estábamos contra el alambrado con los ojos rojos de tanto llorar y el pecho oprimido por la angustia de saber que podía darse el milagro, o que bien nos podía pasar como otras veces que nos quedamos a un paso de la gloria.
Pero, así como el destino nos dejó maltrechos un par de veces, esta vez nos dio una mano y casi sobre el final, cuando ya eran muchos los que estaban al borde del infarto, el gran Franco, ese loco con el 22 en la espalda metió el tercero, igualito al segundo pero a la vez muy diferente porque ese fue el que nos permitió desahogarnos y gritar, saltar y llorar de alegría como hacia mucho no nos pasaba.
Lo que pasó entre el ultimo gol y el final del partido no se los puedo contar, porque me llevaría mucho tiempo (fueron los minutos mas largos de mi vida). Lo que si puedo contar es que mi amigo casi termina estampado en polvo de ladrillo porque en el ultimo gol se trepo al alambrado cual gato que huye de un rotwailler y termino colgado a varios metros de altura; pero esa es una anécdota de la que solo yo me acuerdo porque el, hasta el día de hoy no sabe como termino ahí arriba.
Después de tanto sufrimiento y de tanta angustia, por fin sonó el pitazo final, y en ese momento sentí que mi amor nunca se iba a terminar, busqué alguien con quien abrazarme y compartir esa felicidad que solo un hincha de Gimnasia sintió esa tarde. Me abrace con mi amigo Pelu, y lloramos como dos nenes a los que acaban de sacarles su juguete favorito.
De ahí en mas, todo fue alegría, sonrisas marcadas a fuego con una mezcla de llanto interminable, locura hermosa y la seguridad de que nunca, nadie va a poder quitarnos ese sentimiento de orgullo que provoca saber que estuvimos al borde del precipicio y no nos caímos aunque hubiera cincuenta infelices empajándonos..

Maximina Anabell Saraceni . La Plata.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario