martes, 9 de febrero de 2010

Sin él, nunca más

Cuantos estadios que habíamos recorrido juntos, habíamos disfrutado de muchas victorias, festejamos en varias ciudades y presenciamos grandes goleadas. Pero ya estaba muy viejo y por ese motivo no me había acompañado esa tarde, yo sabía que si él no estaba conmigo era imposible ganar.

Era un partido muy difícil que definía el descenso, la cancha estaba totalmente repleta, las lagrimas se apoderaron de mí, la hinchada gritaba desaforada y una lluvia de papelitos blancos cayó desde los cuatros costados cuando salió el equipo, como lamentaba su ausencia, estaba realmente angustiado.
Cuando empezó el partido, las piernas me temblaban sin parar, sabía que podía ser el día en que conquistemos nuestro primer título y que él no lo viera me haría muy mal. Sentía que algo me faltaba, aunque estaba casi seguro que sin su presencia sería muy difícil que lo ganemos.

Me acuerdo que una vez, no sé si era contra San Lorenzo o Racing, no sé, pero casi no me acompaña porque no estaba en casa, estaba en la casa del tío Ricardo, otro fanático como yo. La cuestión es que le pregunté a mi hermano por donde andaba y me dijo precisamente que estaba en lo de Ricardito y sin dudar fui a buscarlo, llegamos tarde a la cancha, casi para el segundo tiempo, pero perdíamos y lo empatamos sobre la hora, estas cosas hacen que lo quiera tanto.

Bueno, pero volviendo a lo que comentaba antes. Iban 40 minutos del primer tiempo y la historia nos seguía condenando, los fantasmas de la mala suerte nos rodeaban en cada final y esta no era la excepción, una vez más sentía que se derrumbaba otro sueño.

Yo sabía que si él no venía se nos complicaría, pero el paso del tiempo lo fue deteriorando y por más que lo hubiese querido traer, mamá no me hubiera dejado, para ella era una vergüenza que venga así como estaba, ni si quiera podía mantenerse parado pobrecito.

Pero en el entretiempo comencé a meditar y hacerme preguntas, era algo único, algo que disfrutaría con todo mi corazón, que me importa que esté viejo, que me importa lo que diga mamá, estamos para ser campeones y eso no nos lo quita nadie, “yo lo mando a buscar”, me dije para mis adentros, y así fue.

Llamé a casa desde el celular y me atendió la vieja que estaba un poco triste por el resultado, titubeando le dije que lo traiga urgente, que yo le pagaba el taxi y la entrada, que no me podía decir que no porque estaba seguro que sin él en la cancha descenderiamos. Obviamente que me tuve que comer un sermón de órdagos, no me fue nada sencillo convencer a mamá, que cabeza dura que era por favor. En un momento me largué a llorar para que me dijera que sí. En la tribuna todos me miraban, incluso algún boludo me gritó: “no llores maricón que ya lo empatamos”, y tenía unas ganas de ir a pelearlo, era un gordito me parece, nunca falta un gordito gilum, están en todos lados. Encima el griterío por el nerviosismo de la gente no me permitía escuchar con claridad la voz que venía del otro lado del teléfono, capaz que mamá ya me había dicho que sí y yo seguía llorando como salame, hasta llegué a arrodillarme, no sé para qué, pero me arrodillé. Lo cierto es que un segundo de silencio escuché el “está bien” de mi mamita querida.

Pero empezó el segundo tiempo y la vieja no llegaba, no lo traía, pasaban los minutos y seguíamos perdiendo, no veía la hora de que lleguen, para colmo de males la contra nos tenía en un arco y no podíamos salir del fondo, nos estaban cagando a pelotazos, para ser mas explícito y claro. Nuestro arquero sacó dos pelotas imposibles, dos de esos mano a mano que vos decís no se pueden errar, bueno, dos de esos, pero solos solos estaban los tipos y los erraron, era algo de no creer. Yo pensaba, “ojalá que se dé eso de que los goles que no se convierten en el arco rival se pagan en el propio”.

Faltaban 20 minutos para que termine el partido y yo creía que ya no vendrían, pero la veo a mamá y por supuesto que con él. Le hice señas, tardó un segundo en ubicarme y luego subió rápido, enseguida lo apreté fuerte, sentía una emoción espectacular y difícil de explicar.

Y ahora sí, fuimos con todo a buscar el empate, parecía que los jugadores habían advertido su llegada, era muy raro, pero la actitud del equipo cambió, quizás haya sido mi fanatismo, algo psicológico o yo que sé, lo cierto es que, aunque parezca mentira, y aunque nadie me crea, conseguimos descontar, sí, nos pusimos 3 a 1 faltando 10 minutos. La tribuna deliraba y soñaba con el empate tan ansiado.
Se consumía el tiempo reglamentario y otra vez volvía timidamente la desazón. y la fe se disolvía, pero la esperanza seguía intacta. Pisando el tiempo cumplido, una escapada nuestro wing izquierdo terminó con un centro pasado y un gol de arremetida.. Imagínense la tribuna, la situación, los nervios, la uñas comidas de cada una de las 30 mil personas que había en el estadio en ese momento., alguno se bajó de la tribuna, algún otro, descompuesto, era asistido con el método ventilación manual. Cada cual estaba en su mundo, yo sólo lo apretaba fuerte a él.
En el segundo minuto de adición llegó lo que faltaba, lo casi imposible. Con la misma fórmula del gol anterior, un centro pasado y otra arremetida de aquel duende salvador. Aquella cabezita vendita que cambio el curso del balón dejando desairado a un arquero que caminaba hacia el primer palo, cambió nuestra historia. Fue el tercero, significó la victoria y mucho más.

“Es increíble”, le dije a la vieja entre llantos, “vos no dejabas que me acompañe, yo sabía que tenía que estar conmigo esta tarde, aunque este viejo yo lo quiero siempre en la tribuna y aunque pase el tiempo mamita, este gorrito azul y blanco va ir todas las canchas mientras yo viva”.


Nicolás Lamberti. La Plata.-

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