lunes, 15 de febrero de 2010

Zona de promesas

Después de dar tantas vueltas en la cama intentando descansar un ratito más, decidimos levantarnos ya que la ansiedad le había ganado al sueño. Eran alrededor de las 8.30 hs de aquel 12 de julio. Todavía era de noche, pero eso no nos quitó las ganas de comer facturas con unos mates calentitos. Nos abrigamos y salimos... 10 grados bajo cero, el auto escarchado por donde se lo mire y mi perra Ruby que no se animaba a salir a hacer lo que todos los perros hacen cuando salen temprano. Ante este panorama desolador decidimos que las facturas no eran buena idea, asique entramos a casa y sacamos las galletitas de agua húmedas de la alacena. Eso sí, el mate estaba calentito.

Cuando todo comenzó a descongelarse cerca del mediodía, fuimos a juntarnos con el resto de la familia tripera a ver el partido que Gimnasia jugaba contra Atlético de Rafaela y después ver si el ánimo nos permitía festejar el cumpleaños de mi mamá.

Llegó el momento de las cábalas: reubicación y distribución de la familia. Mi hermano Juan y mi mamá Alicia sentados en los sillones del living; Paulita, la más chiquita de la casa, con sus chiches por todos lados; mi papá Miguel, nervioso como de costumbre, se puso la camiseta que fechas atrás mi mamá había quemado con la plancha... y creer o reventar al Lobo le empezaron a salir mejor las cosas. Mi cuñada Pamela repartiendo mates a todos los que estábamos desparramados por la casa. Ruby estaba feliz en el sillón donde se acuesta cada vez que vamos a visitar a la familia. Y finalmente, mi novia Noelia y yo sentados en el comedor esperando el partido. Después de hacer zapping por todos los canales de deportes que transmitían imágenes del estadio del bosque, nos acomodamos porque ya era la hora del inicio del juego. 14.10 hs, la pelota comenzó a rodar y los nervios empezaron a jugar su partido porque no todos los días se logra remontar un 0-3.

Al mirar por televisión las tribunas repletas de gente se nos hizo un nudo en la garganta y los ojos se nos llenaron de lágrimas. Antes de venirnos a vivir a Tierra del fuego en febrero de este año, más precisamente la ciudad de Río Grande, íbamos religiosamente a la cancha a ver los partidos. A 3000 Km de nuestra querida ciudad de La Plata los sentimientos se potencian, y la ansiedad y los nervios se hacen insostenibles.

El partido seguía 0 a 0, no había muchas jugadas de peligro. El público local se estaba poniendo nervioso por la situación pero no dejaba de alentar al equipo. Finalmente terminó el primer tiempo. El Lobo seguía sin marcar y no podía quebrar el arco del rival. Atlético Rafaela por ahora era de Primera.

Aunque para muchos creyentes la fe es lo último que se pierde, 3 goles en 45 minutos era verdaderamente un milagro.

En el entretiempo hubo que aliviar tensiones... mate, facturas, café, cigarrillos y en algunos casos ni las uñas se salvaron.

Los 15 minutos pasaron volando y otra vez todos a sus respectivos lugares. Los primeros minutos de juego seguían como en el primer tiempo. Hasta que a los 20 minutos del segundo tiempo llega el primer suspiro de alivio de la tarde. Más que un suspiro fue un grito agónico; el Lobo se puso 1 a 0 gracias al Uruguayo Alonso. Pero todavía el resultado no alcanzaba.

En tanta alegría y euforia, no tuve mejor ocurrencia que prometer 3 cosas:
1. Me afeitaba la barba que me acompañó desde siempre.
2. Ir a misa después de tanto tiempo.
3. Y aunque no lo crean, y en un acto desesperado, ahora sí me sacrificaba por el Lobo... le dije a mi novia que si Gimnasia se quedaba en Primera Division, íbamos ese mismo lunes al registro civil y nos casábamos.

En ese mismo momento llamé a mis amigos Diego, Ezequiel (le decimos Cone), Luis y Leo que estaban en la cancha viendo el partido y les conté de mis promesas. En las primeras dos ideas no pusieron mayores objeciones pero ante el casamiento me dijeron que estaba loco aunque me quedara tranquilo que no me iba a casar porque el Lobo parecía lejos de concretar otros dos goles.

Cuando pensaba que el cumple de mi mamá se iba a suspender porque faltaban apenas unos minutos para que todo termine, y el ánimo y las caras llegaban al piso, llegó el gol del enano Niell que dejó afónico a más de uno y a muchos cerca del infarto. Era el 2 a 0 y quedaban apenas unos minutos que el árbitro había adicionado al tiempo reglamentario. La hazaña parecía estar cada vez mas cerca y aunque la alegría era inocultable, me preocupaba mucho mi estado civil.

Ahora si la frase la fe es lo último que se pierde parecía resultar para todos los triperos... y se hacía cada vez más fuerte en cada uno de nosotros.

Estábamos a tan solo un gol del milagro pero el reloj nos jugaba en contra. Cada tripero en cualquier lugar del mundo, quería entrar a la cancha a arremeter con todo. Quizás lo mismo pasaba por la cabeza de cada uno de nuestros guerreros.

Ya no había respeto por las cábalas... estábamos todos colgados del televisor como si así pudiéramos entrar a la cancha.

El Lobo iba, iba, iba pero no podía. Hasta que un centro de Cuevitas al segundo palo encuentra en el camino la cabeza de Niell y besa la red. Otra vez el héroe de la tarde; era el 3 a 0 milagroso que al lobo le permitía quedarse en primera. Con los gritos y los festejos hicimos saber que el lobo estaba presente en la Isla a pesar de la distancia. Abrazos, festejos y hasta se piantó un lagrimón. Que más se le podía pedir a ese día. Hasta mi mamá podía festejar su cumple tranquila.

Pero como dice la canción “Presente”... todo concluye al fin, y eso fue lo que pasó con mi alegría al recordar las promesas. El problema no era que ya no iba a tener más mi barba, ni tampoco ir de vez en cuando a la Iglesia a visitar al “Barba”, sino que mi soltería estaba transcurriendo sus últimas horas y encima sin despedida.

Como toda historia tiene su moraleja, en esta queda claro como el amor que uno siente por los colores nos lleva a cometer ciertas locuras. Pero... quien me quita lo bailado.




Acosta Julián Miguel/ Noelia Ayelén Echevarria. Rio Grande, Tierra del Fuego

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